Si entendemos por enamorarse la búsqueda de otro individuo para perpetuar la especie debemos entender que esto como premisa está presente en todos los animales con capacidad reproductiva.
Si esto es enamorarse, es decir, fríamente definido como una elección y una preferencia, la gran incógnita es: ¿por qué nos enamoramos? Y sobre todo, ¿qué nos atrae del otro y cómo es ese proceso?
Nos sentimos atraídos por otros individuos y esto está provocado por la acción de unas sustancias llamadas neurotransmisores que, en el cerebro, provocan que nos esta reacción tanto en los humanos como en algunos animales, en los que se ha comprobado fehacientemente. Otra incógnita clara sería: ¿por qué y para qué nos enamoramos?
Si bien es muy poco romántico y glamoroso la finalidad de estos procesos químicos complejos y maravillosos, que tienen lugar en el cerebro y que los humanos bautizamos amor, no es otra que la reproducción y la supervivencia de la especie.
En la naturaleza animal lo que realmente cuenta son los resultados y no el romanticismo y este procedimiento por el mecanismo reiterado de prueba y error, del que nosotros mismos somos el resultado exitoso.
Los animales tampoco se salvan de los efectos de los neurotransmisores culpables del enamoramiento, o sea que se enamoran, pero con infinidad de matices.
Las aves y los mamíferos son los dos grupos de especies que crean más lazos sin que haya necesariamente un fin reproductivo inmediato y visible de por medio.
En los primates, se observan a menudo alianzas y relaciones de amistad, incluso hay especies y a veces individuos hay animales que optan por la monogamia, como los cisnes, los lobos o los gibones. Los campeones de la monogamia son las aves que tienen un elevado porcentaje de especies que establecen vínculos amorosos para toda la vida.
Otros monógamos conocidos son los perritos de la pradera en los que se ha descubierto que no sólo se besan y se acarician profusamente, sino que lo hacen durante más tiempo cuando alguien los mira. Sin embargo, entre los anfibios y reptiles no se dan vínculos amorosos permanentes ni se forman parejas estables. Se suple la falta de romanticismo con un mayor éxito reproductivo.
Hay tres fases distintas en el proceso de enamoramiento, tanto humano como animal. En la primera fase desprendemos unas feromonas que nos hacen sentir atracción por el otro individuo, ya desde ese primer momento del flechazo, el amor ya es pura química que juega con nuestros cerebros.
En la segunda fase entra en acción la dopamina, que es un neurotransmisor que genera sensación de recompensa, nos proporciona energía y nos lleva en un estado de euforia. Esta fase tiene una duración variable según la especie, pero entre los humanos dura alrededor de tres años. Ese tiempo sirve para mantener el contacto el tiempo suficiente para que la reproducción tenga éxito. Nada romántico, por cierto, pero muy real.
Las endorfinas protagonizan la tercera etapa del amor. Estas sustancias proporcionan una sensación de bienestar que permite mantener una relación duradera, incluso para toda la vida. Son una mezcla de paz, tranquilidad y seguridad a futuro. No todos los animales cumplen con esta etapa, ya que en muchos casos el macho abandona la relación una vez se ha producido la procreación y también se da a la inversa.
El amor, visto desde un punto de vista más crudo y científico, no tan romántico, no es exclusivo de la especie humana sino que los animales lo pueden sentir a su manera.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
SEGUIR LEYENDO: