Quizá una de las grandes preguntas en función de los mitos populares es si los animales se suicidan, si o no. La respuesta tajante, terminante, es que los animales no se suicidan.
Entendiendo que para suicidarse, un individuo, cualquiera sea su especie, tiene que tener noción clara de que la muerte existe, que existe para sí y para otros, y que además su propia vida tiene un final y saber exactamente cómo hacerlo.
Más allá del instinto de conservación que cada especie tiene, lo cierto es que el animal puede tener noción de la muerte de otro animal, inclusive de la muerte del ser humano que actúa como tutor, en el caso de los animales de compañía, pero no de su propia muerte y mucho menos de que pueda infringir un daño, más allá del instinto de conservación, que pueda determinar esa muerte.
Pero alguien dira “¿y los lemmings?”, esos roedores pequeñitos que cuando son muchos empiezan a correr sin un destino cierto y caen por los acantilados. Allí lo que ocurre es una cuestión de hacinamiento, de superpoblación. Cuando hay una exceso de población y escasean los recursos para comer y empiezan las competencias comienzan a buscar un nuevo territorio y en esa búsqueda de un nuevo territorio de repente los encuentra un acantilado que los hace morir masivamente.
¿Y el gato que va por la cornisa y de repente se cae?. Ese es un gato que comete un error de cálculo. El gato que ve pasar una paloma y en un piso quinto se lanza pensando que la puede capturar, es un gato que no tuvo la noción clara de que está en un piso quinto. Entonces, no se suicidó sino que simplemente se equivocó en el momento que pasó la paloma.
Por eso, cuidado con los gatos. Cuidado y protecciones de balcones porque los gatos no se suicidan.
Ningún animal se suicida porque a la luz de los conocimientos actuales no tendría noción de que su vida tiene un fin marcado.
El psiquiatra Antonio Petri, investigador de la Universidad de Cagliari, Italia, revisó cerca de 1.000 estudios publicados en 40 años y no encontró evidencia de que realmente los animales intentaran suicidarse.
En Grecia, en el siglo II, el erudito Claudius Aelian registró 21 aparentes suicidios de animales, incluyendo perros que murieron de hambre tras fallecer sus dueños y un águila que supuestamente “se sacrificó en la pira donde fue incinerado el cadáver de su dueño”.
El historiador de la medicina Duncan Wilson, de la Universidad de Manchester, en el Reino Unido, señaló que en la época victoriana los activistas de los derechos de los animales buscaron humanizar las emociones animales. Casos como los reseñados en el libro de Aelian son “fábulas antropomórficas”, consideró.
Preti afirmó que los casos de mascotas que mueren luego de fallecer sus amos pueden explicarse por la interrupción de un vínculo social.
El animal no toma la decisión consciente de morir, sino que está tan acostumbrado a su amo que ya no acepta comida de otro individuo.
“Pensar que murió de un suicidio como una persona después de la muerte de un cónyuge es solo una proyección de un estilo (romántico) de interpretación humana”, dijo el especialista italiano.
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