En una isla perdida de la bahía de Breidafjordur, en la costa oeste de Islandia, se está llevando a cabo una cosecha milenaria: la de las lujosas plumas de eider, que se venden en varios miles de euros el kilo para hacer los mejores edredones del mundo.
Como cada verano, cerca de 400 agricultores islandeses excavan en las rocas, en la arena o en las hierbas altas para encontrar plumas grises de este pato polar que, a partir de mayo, anida en estos hermosos paisajes marinos poco poblados.
“Cuando hay huevos, solo se toma una parte de las plumas. Y cuando el eider ya dejó el nido, se recupera el resto”, explica a la AFP Erla Fridriksdottir, presidenta de King Eider, uno de los principales exportadores del país.
Ave marina de los océanos, el eider -de donde proviene la palabra edredón- deja tras de sí un tesoro natural contra el frío: una de las fibras naturales más calientes del planeta, a la vez ligera y muy aislante.
La hembra, de plumaje marrón oscuro con manchas negras, tapiza su nido con plumas de su pecho para aislarlo durante la incubación. Se necesitan unos sesenta nidos para obtener un kilo de plumas, mientras que cada edredón necesita entre 600 y 1.600 gramos según la calidad elegida.
La cosecha mundial de este producto de archilujo no supera las cuatro toneladas, de las cuales tres cuartas partes proceden de Islandia, de lejos el mayor productor mundial por delante de Canadá y de otros países ribereños del Polo Norte. En la isla de Bjarneyjar, generaciones enteras se afanan en descubrir los nidos, una tradición local que habría comenzado en Islandia durante la colonización vikinga venida de Noruega, a finales del siglo IX.
Desde 1847, el eider está totalmente protegido en Islandia. Su caza y la utilización de sus huevos están prohibidas. Existen otros depredadores, como las gaviotas, cuervos, águilas, visones y zorros, pero la especie sabe protegerse según los especialistas.
Minuciosa limpieza
Una vez cosechadas, las plumas se secan al aire libre para evitar el moho, y luego los empleados de Erla comienzan la primera etapa de su limpieza en un enorme horno, a una temperatura de 120 C durante ocho horas.
“Cuando las plumas llegan aquí, están llenas de hierba, cáscaras de huevo y todo tipo de restos provenientes del océano. Las ponemos en el horno para matar cualquier organismo”, explica a la AFP Pall Jonsson, a cargo de las máquinas en el taller situado en la pequeña ciudad vecina de Stykkisholmur. En una segunda fase, las máquinas rotativas eliminan las plumas de otras suciedades comprimiéndolas contra una delgada malla metálica.
El toque final es llevado a cabo por manos expertas, que ninguna tecnología puede sustituir. Incluso los más experimentados necesitan entre cuatro y cinco horas de trabajo para limpiar a mano un kilo de plumas. Éstas son finalmente lavadas con agua y desinfectadas, también a mano, antes de ser secadas.
Según la Oficina Internacional de la Pluma, la producción de plumas de eider, de prestigio mundial, no representa más que una gota de agua en la producción mundial de plumas, estimada en 175.000 toneladas anuales.
Además de su rareza geográfica, el recorrido que realiza la pluma de eider -desde su recogida manual hasta su limpieza rigurosa- explica su elevado precio. Un simple edredón que contiene 800 gramos de plumas se vende en 640.000 coronas islandesas (5.120 dólares).
¿Los clientes? “A menudo son amantes de la naturaleza y personas que se preocupan por el medio ambiente”, porque “es la única pluma que se cosecha, las demás son a menudo subproductos de la industria alimentaria”, explica Erla Fridriksdottir. Su empresa islandesa exporta principalmente a Japón y Alemania.
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