Recientes investigaciones demuestran que el desarrollo del musculo que rodea al párpado, el orbicular palpebral, en los perros es muy importante y que ha sido un factor diferencial con el lobo a partir de las ventajas manipuladoras de la cara de ruego o de lástima que nuestros pichichos pueden poner en el manejo de alguna contingencia vital.
La ley de tonos define la diferencia de una palabra según como la digamos a nuestro interlocutor canino y la ley de las tres C nos dice que las palabras con las que demos órdenes o con las que nos dirigimos al perro deben ser: claras, cortas y concisas son ambas una regla de oro para comunicarnos con nuestro perro.
Más allá de qué cosa le decimos con claridad, en términos concisos y claros, altisonantes y cacofónicos, importa mucho el tono con el que lo expresamos.
Tanto importa el tono que se ha hecho la experiencia de decir cosas complacientes en tono amenazante y viceversa obteniendo los resultados relacionados con como se dice y no con el contenido, con relación a las respuestas del perro.
Es en ese sentido que solemos decir que nuestro perro “sabe” que ha hecho algo mal porque cuando lo retamos su actitud gestual y corporal nos aparece como de culpa.
Es bueno aclarar, a esta altura de las circunstancias que la culpa es un concepto religioso y cultural de las sociedades judeocristianas y que muchas veces permite la eximición de la responsabilidad (el concepto real) frente a determinados hechos.
Lo cierto es que los perros no tienen conciencia de la culpa (ni de responsabilidad) transportada en el tiempo aunque si son capaces de asimilar reglas y entender cuando las trasgreden.
De ese modo retar a nuestro perro a las cinco de la tarde por algo que ocurrió a las doce del mediodía, aun estando frente a la evidencia, solo permite que el animal entienda que estamos enojados, por nuestro tono, pero difícilmente comprenda el por qué a través del significado de nuestras palabras.
La imagen que observamos del perro culpable es una proyección absoluta nuestra. Los perros no se sienten culpables como tampoco planean un destrozo a modo de venganza. Como primer razonamiento los perros, al igual que nosotros, rehúyen a los conflictos.
En el caso planteado sabe que estamos enojados pero no relaciona la causa aunque le mostremos el destrozo y mucho menos si el tema es una eliminación inadecuada y le restregamos su cara con el producto de ella. ¡Eso no es hablar idioma perro!
Ante el tono, el grito y la postura corporal del enojo humano, que si sabe reconocer con creces, el perro desarrolla señales de calma: aparta la mirada, se relame el hocico, se esconde; en definitiva rehúye un posible conflicto porque sabe que algo no va bien pero no sabe cuál fue el error.
Esto ocurrirá siempre salvo cuando lo pesquemos infraganti momento en el que puede relacionar lo que queremos que haga o lo que no haga.
Podríamos afirmar que el perro pone cara de culpable o de “yo no fui” (según la mímica humana), pero no se siente culpable ni es consciente de nuestro reclamo salvo que lo hagamos en el momento de la falta o sea que lo pesquemos in fraganti.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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