La muerte de un perro no solo es triste, sino que pone la vida de sus dueños patas arriba: cambia su rutina y deja un gran vacío. En estos casos, la solución podría parecer obvia: un nuevo perro. Sin embargo, para muchos propietarios de caninos, esto está muy lejos de ser un remedio.
“Los perros tienen un valor inmenso para nosotros, los humanos, sobre todo como compañeros sociales”, señala la psicóloga alemana Silke Wechsung. “El vínculo de los animales con sus dueños es muy estrecho, incluso más que el de los niños, que tarde o temprano se independizan”. Una mascota a la que se le ha tomado tanto cariño parece difícilmente reemplazable.
Precisamente por eso es muy importante el proceso de duelo. La psicóloga Andrea Beetz, profesora de pedagogía curativa de una universidad alemana, explica: “En el caso de la pérdida de un miembro de la familia, la peor fase del duelo se ha superado tras seis meses o un año”.
En este caso no es relevante si se trata del fallecimiento de un perro o de un abuelo. Por muy doloroso que sea el proceso de duelo, este es fundamental para poder hacer frente a una nueva vida tras la pérdida. Bien se podría argumentar que un perro no es un ser humano y que, en general, en las sociedades del siglo XXI hay muchas personas solas y que, por lo tanto, se tiende a humanizar a los animales.
La historiadora Mieke Roscher asegura que no es así: “El vínculo humano-perro existe desde hace mucho tiempo; sin el perro, el hombre nunca habría abandonado la vida nómada. El perro era utilizado para cazar o arrear el ganado”. Las primeras pinturas rupestres o sepulturas comunes muestran la estrecha relación entre el hombre y el perro, que es cierto que era bastante funcional, pero también muy emocional. Más tarde tuvo lugar, por supuesto, una evolución en la relación.
“Con la entrada de perros y gatos en los hogares de la clase media en el siglo XIX, se desarrolló un vínculo más allá de la utilidad”. Aunque la relación utilitaria también tenía una carga emocional, a partir de esa época la gente comenzó a establecer vínculos puramente emocionales con sus perros. “Eso es algo que una sociedad tiene que poder primero permitirse”, explica Roscher.
La cuestión del momento adecuado para el nuevo perro está estrechamente relacionada con estas emociones. Según Andrea Beetz, “sustituir” a un perro nunca es una buena idea. El nuevo compañero puede ser de gran ayuda una vez que se ha superado el dolor por el animal perdido. Y lo que siempre se debe tener en cuenta: “El nuevo perro será diferente al anterior”.
Por este motivo, puede ser recomendable elegir uno que sea completamente distinto: de una raza, sexo o un color diferente. “Hay gente que le pone el mismo nombre a sus perros de una misma raza, pero es cuestionable que eso beneficie a los animales, ya que en realidad deberían ser considerados como individuos”.
Según Beetz, el único consejo que se puede dar sin reservas es: “Escúchese a sí mismo”. La psicóloga ha observado que esto a menudo es difícil cuando se está de a dos: “Los perros suelen ser un punto de discordia en las parejas. También cuando se trata de la búsqueda de uno nuevo”.
No es infrecuente que uno de los miembros de la pareja quiera un nuevo animal, mientras que el otro aún está sufriendo un duelo demasiado intenso. En este caso, Beetz aconseja ceñirse a los deseos de la persona que necesita más tiempo para así evitar conflictos seguros. Por otro lado, hay personas que buscan un nuevo animal de inmediato, lo que no significa que estén cometiendo un error. “No hay decisiones buenas o malas. Cada persona es diferente y, para algunos, este camino es el correcto”, enfatiza Wechsung.
La berlinesa Kerstin Siebert demuestra que incluso puede haber buenas razones para ello. Su amado Ylvi murió después de ocho gratificantes años de fiel compañía. Pese a que le echaba muchísimo de menos, apenas tres semanas después ya había acogido a su sucesor, Lucumon. Al igual que Ylvi, este también procedía de una organización de defensa de los animales.
Kerstin explica: “Echo mucho de menos a Ylvi, sin duda. Pero, haga lo que haga, ya no está más. Cada perro es adorable a su modo, y así pudimos proporcionar un hogar a otro perro necesitado”. Lucumon es el perro número siete de la pareja. Los mantiene ocupados y les proporciona un poco de distracción ante el vacío dejado por Ylvi.
Siebert tiene mucha experiencia con despedidas. Ella y su pareja siempre acogen a perros mayores, normalmente de entre siete y doce años. “Así, por supuesto, siempre tenemos más presente el fin”, señala, y añade que eso ayuda.
¿Es que el vínculo puede crecer tan rápido? Depende, responde Siebert: “He llegado a la conclusión de que, en realidad, uno los quiere a todos por igual, cualquiera que sea la edad del perro”.
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