El dodo es uno de los animales más emblemáticos a la hora de tocar el tema de la extinción de especies.
El dodo o dronte era un ave propia y casi exclusiva de las islas Molucas, (isla Mauricio e isla Reunión) archipiélago situado al Este del océano Índico en Indonesia.
Según las evidencias científicas evolucionaron a partir de unas palomas migratorias que viajaban entre África y el Sudeste asiático, y que se establecieron en estas islas haciéndose sedentarias al encontrar condiciones climáticas adecuadas, sin alteraciones estacionales, para con el correr de los siglos, perder la capacidad total de volar al no existir allí predadores naturales.
Los Dodos eran aves incapaces de volar o sea no podían abandonar las islas a las cuales se adaptaron.
Todo parece indicar que era ave de entre nueve y diecisiete kilos de peso, rechoncha, de una pereza y torpeza difíciles de igualar.
En cualquier caso, lo cierto es que el dodo no tuvo defensa y se extinguió a los pocos años de ser descubierto.
Su nombre común parece derivar de la expresión portuguesa doudo o doido que parece significar “estúpido”', “torpe” o “tonto”.
Los propios marineros navegantes de esos mares, acostumbraban a cazarlo , de manera muy fácil ya que no volaban y eran torpes en la huida.
El hecho de que este pichón descomunal fuera cada vez más escaso hizo que su fama como exclusiva delicatessen culinaria fuera cada vez mayor, disparando su demanda hasta que en pocos años desapareció por completo.
No solo la cacería de los marineros fue la responsable de su extinción; junto a ellos llegaron a las Molucas otras especies, como cerdos, perros, gatos, ratas, etc., acompañados de virus y bacterias que portaban lo que no contribuyó a su supervivencia en absoluto.
El último ejemplar confirmado fue reportado entre 1662, con otro avistaje dudoso en 1674.
Lo que es seguro es que ningún dodo llegó vivo al siglo XVIII.
Casi al mismo tiempo en el que desaparecía el último dodo fue descubierta otra especie similar, que seguramente evolucionó de la misma forma en una isla al otro lado del Índico, el solitario de Rodrigues.
Los primeros avistajes y comunicaciones fueron recibidos con escepticismo y afirmaban que en la isla Rodrigues habitaba un ave de 90 cm de altura y de unos 28 kg de peso.
Según el relato, a los colonos les apasionaba la carne de estas aves y apreciaban particularmente la de sus polluelos.
La trágica desaparición del dodo no evitó que su primo Rodrigues corriera la misma suerte dándose entonces la especie por extinguida en 1755..
Un tercer protagonista de la extinción forzada de especies es la paloma perdiz o paloma corredora, cuyo nombre podría ser en sí mismo una definición muy prometedora para los cazadores de estas aves,
La historia del dodo y el solitario de Rodrigues se repite en el siglo XX con la paloma perdiz oriunda de algunas islas al otro lado de Nueva Guinea.
La presencia de esta especie en la isla cumple con las mismas causales de los casos anteriores, es decir, la adaptación de palomas migratorias al entorno isleño para hacerse sedentarias.
Algunos ejemplares fueron traídos a Occidente y dados a conocer en 1904.
Cuando en 1927 y 1929 se organizaron nuevas expediciones para conseguir algún ejemplar más, ya no se encontró ninguno.
En este caso se achaca como causa determinante de la extinción al efecto de la introducción de especies dañinas foráneas antes que la acción directa del hombre al cazarla.
Tradicionalmente se ha achacado la desaparición de estas especies insulares a su caza indiscriminada por parte de los navegantes para obtener carne, aunque actualmente parece demostrado que, si bien las causas de estas extinciones están relacionadas con la llegada del ser humano a estas islas, la acción directa de la caza no fue el único motivo, y la introducción de especies que llegaron con él, como gatos, perros, ratas o cerdos, así como las enfermedades para las que esas aves no tenían defensas o la transformación del hábitat que las cobijaba mediante talas, quemas, expansión de fronteras agropecuarias se apuntan como causas de al menos el mismo peso.
Una reflexión más que trascendente es que los ejemplos citados son tan solo algunos de las consecuencias del accionar de una especie: el ser humano, la única que por su acción ha forzado la extinción de otras.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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