Sabemos que el perro tiene un lenguaje universal, una especie de esperanto canino que rompe fronteras y permite que todos los perros se entiendan entre sí con los mismos códigos.
Los perros, en un principio, esperan de nosotros, “extraños perros de dos patas que ladran raro”, que utilicemos los mismos códigos porque para ellos no somos otra cosa que “perros raros”.
Sin embargo los “raros perros humanos”, las más de las veces, no hacen el más mínimo esfuerzo de traducción e interpretación del lenguaje canino y por el contrario pretenden que los perros comprendan y asimilen el complejo código de posiciones, señales, palabras e inflexiones humanas a la perfección.
Por eso si usamos códigos adversos o confusos en nuestra expresión corporal en el esfuerzo por comunicarnos con los perros los resultados serán cuanto menos confusos hacia la otra parte.
Resulta entonces más que importante conocer y saber de qué forma podemos comunicamos correctamente en actitudes y gestos con nuestros perros.
Es muy conocida la ley de tonos al dirigirnos a un perro y el hecho que las palabras con las que demos órdenes o con las que nos dirijamos al perro deben ser: claras, cortas y concisas, según lo reza la ya planteada ley de las tres C (claras, cortas y concisas).
Más allá de qué cosa le decimos con claridad, en términos concisos y claros, altisonantes y cacofónicos, importa mucho el tono con el que lo expresamos.
Tanto importa el tono que se ha hecho la experiencia de decir cosas complacientes en tono amenazante y viceversa obteniendo los resultados relacionados con como se dice y no con el contenido, con relación a las respuestas del perro.
Solemos decir que nuestro perro “sabe” que ha hecho algo mal porque cuando lo retamos su actitud gestual y corporal nos aparece como de culpa.
Los perros no tienen conciencia de la culpa (ni de responsabilidad) transportada en el tiempo aunque si son capaces de asimilar reglas y entender cuando las trasgreden.
De ese modo retar a nuestro perro a las cinco de la tarde por algo que ocurrió a las doce del mediodía, aun estando frente a la evidencia, solo permite que el animal entienda que estamos enojados, por nuestro tono, pero difícilmente comprenda el por qué a través del significado de nuestras palabras.
La imagen que observamos del perro culpable es una proyección absoluta nuestra.
Los perros no se sienten culpables como tampoco planean un destrozo a modo de venganza.
Como primer razonamiento los perros, al igual que nosotros, rehúyen a los conflictos.
En el caso planteado sabe que estamos enojados pero no relaciona la causa aunque le mostremos el destrozo y mucho menos si el tema es una eliminación inadecuada y le restregamos su cara con el producto de ella.
¡¡¡Eso no es hablar idioma perro!!!
Ante el tono, el grito y la postura corporal del enojo humano, que sabe reconocer, el perro desarrolla señales de calma: aparta la mirada, se relame el hocico, se esconde; en definitiva rehúye un posible conflicto sabe que algo no va bien pero no cuál es el error.
Esto ocurrirá siempre salvo cuando lo pesquemos infraganti momento en el que pude relacionar lo que queremos que haga o que no haga.
Podríamos afirmar que el perro pone cara de culpable (según la mímica humana), pero no se siente culpable.
Entenderlo es nuestro desafío como seres humanos.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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