Recientemente se ha desatado una vez más la polémica sobre las razas de perros potencialmente peligrosos.
Todo se desencadena a través de una recientemente desempolvada norma de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en la que se incluye el control y registro de razas potencialmente peligrosas y no se marca la necesidad de buscar parámetros generales que determinen cuando un perro es riesgoso para terceros y cuál es el marco de su interacción con el ser humano como único responsable de la conducta de los animales sobre los que ejerce su potestad, más allá de su genética.
Una vez más debemos decir que el concepto raza relacionado con la agresividad y limitándolo solo a eso es absolutamente erróneo y tan alejado de la realidad que la ciencia no admite el más mínimo análisis coherente.
Konrad Lorenz, el padre del estudio sobre la conducta animal, Premio Nobel de Medicina por sus estudios sobre el tema, sostuvo y demostró en sus investigaciones sobre la agresión que como máximo el 30% de la conducta final está determinado por la genética, o sea las razas, y este porcentaje en el mejor de los casos. El 70% restante y muchas veces algo más, queda determinado por el ambiente, por la crianza, por lo que el ser humano haga en su devenir, en su relación con ese animal sobre el cual ejerce potestad.
Decía Ortega y Gasset, que “el hombre es el hombre y su circunstancia” y atrevidamente parafraseando podríamos decir que “el perro es el perro y su circunstancia”. Y, ¡oh!, La circunstancia del perro es el hombre.
Entonces lo que hagamos con nuestro perro en las primeras etapas de su vida, por ejemplo ejecutando el desmadre (separación de la madre) correcto a los 60 días y no antes será lo que determine el preciso control de la mordida, que la perra se encargará de ejecutar sobre su lechigada .
Por otra parte lo que hagamos nosotros al hacernos cargo de nuestro perro, entre los dos y los cuatro meses de edad durante lo que se llama etapa sensible, impresión o troquelado, sociabilizándolo con múltiples ambientes y estímulos, determinará, independientemente de su estirpe, raza o mestizaje, su conducta final.
Se nace con un determinado temperamento y se forma un carácter. Ambos constituirán en su conjunto y como corolario la actitud, la conducta final de un perro.
Es cierto que en los accidentes fatales o graves la mayoría de las veces nos hablan de algunas razas pero esto tiene que ver con el tamaño, el porte del animal y la potencia de su mordida que puede incluir algunas razas pero que es independiente de ellas y está estrechamente relacionado con estos factores y con la crianza del animal.
Registrar limitando a algunas razas sobre las que el imaginario popular ha fijado su atención y su fantasía, descartando otras como “buenas” pero gigantes o portentosas es un grave error. Registrar sin poner peso, tamaño o potencia de mordida a partir de la cual un perro es potencialmente peligroso solo sirve para engrosar la burocracia y en un acto de “gatopardismo” con los perros. Es hacer algo para que nada cambie.
El camino correcto es educar a los tutores tomando examen a perro y guía sobre el control que ejerzan sobre sus perros. Otra pauta correcta es no estigmatizar sobre razas sino marcar límites sobre tamaño y potencia de mordida. Si no lo hacemos caeríamos en el error, salvando las distancias, de que las infracciones de tránsito las cometen los automóviles de determinada marcas y no los seres humanos que los conducen.
Perrizar al perro, humanizar al hombre y sobre todo educar y no controlar sin sentido.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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