La fría crónica periodística dice lo siguiente: “El Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires, en articulación con las autoridades del Ministerio de Salud de la Nación informan que, luego del análisis postmortem de los tejidos de una persona fallecida con domicilio en Coronel Suárez, se determinó que la causa del deceso fue rabia humana. Desde la sospecha del diagnóstico, las autoridades sanitarias de Coronel Suárez, que de ese Municipio se trata, han desarrollado acciones de prevención y de control de foco en la localidad con intensificación de las acciones de control animal para prevenir la ocurrencia de nuevos casos”.
Todo estaría bien si no estuviéramos en el siglo XXI, y todo estaría bien si no hubiera redes e innumerables medios de comunicación que tal vez hagan de nuestros tiempos los que cuentan con mayor cantidad de elementos de comunicación y nos encuentre por demás aislados, más allá de lo que demanda la pandemia que nos castiga.
La rabia no se curaba en la época de Pasteur y era ésa la grave preocupación del genio francés. Sus desvelos abrieron el camino hacia la prevención y la cura de esta terrible enfermedad pero ¿por qué a más de un centenar de años seguimos lamentando víctimas fatales?
Por una sola y concreta razón: la desinformación y la naturalización de la falta de casos como si fuera un hecho que ocurre sin razones reales. A la víctima se le minimizaron los riesgos agudizando sus creencias populares de que “…en la Argentina no hay rabia…”.
Existe una parte de la sociedad sobre la que hay que enfatizar los mensajes sobre enfermedades, como ésta, que se controlan con la vacunación masiva de perros y gatos y frente a la rápida reacción en los casos de ataques de animales asilvestrados e inubicables como ha sido éste.
La enfermedad tiene un período de incubación muy variable que como promedio llega a los dos meses, el virus viaja por los filetes nerviosos y la gravedad y urgencia depende de la región del cuerpo de la mordida.
Cuando aparecen los síntomas la enfermedad es irremisiblemente fatal, entendamoslo, hay casos contados con los dedos de una mano que se han salvado y no responden a protocolos repetibles claramente establecidos.
¿Qué hacer entonces?
Vacunar de rabia todos los años toda la vida del animal a partir de los 3 meses de edad. No importa si es viejito. No nos fijemos si sale o no sale a la calle ya que hoy la principal transmisión es por los murciélagos que son muy capaces de alcanzar alturas y recovecos.
Frente al mínimo contacto traumático con un animal, arañazo o mordida, concurrir a un centro de salud, observar al animal si es accesible y recibir el tratamiento antirrábico si no lo es.
Rabia humana en Buenos Aires, en Argentina, es un mensaje que atrasa.
Pero es lo que nos pasa: un cóctel fatal con gente no sensibilizada, accidentes por mordedura naturalizados, lugares con poco acceso al sistema de salud, algunos profesionales que dicen que no hay rabia y municipios sin centros de zoonosis.
Toda una cadena de desinformación y desidia que hace que esta mujer muera así…pese a los excelentes esfuerzos preventivos de un Estado presente, de una enfermedad medieval que es muy difícil de erradicar pero que estábamos en camino de controlar.
No olvidemos que como en cualquier caso de salud pública la responsabilidad y la solución es compartida: pueblo y Estado, y ojalá actuemos en consecuencia.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero. @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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