Entre los gatos existe una hierba, llamada Hierba Gatera (Nepeta cataria, su nombre científico) por la que la mayoría de ellos ante su sola presencia desencadenan un frenesí alocado.
Algunos pasan indiferentes, pero otros son claramente afectados y en ellos el efecto, que dura sólo algunos minutos, es escalofriante.
Se arrastran, se frotan, maúllan, sin duda en un estado de obnubilación, un verdadero éxtasis bajo el cual el gato entra en un trance que, aparentemente, le es placentero. Lo que se podría prejuzgar la reacción frente a un estupefaciente que obnubila la conciencia al menos a simple vista.
Luego, al estudiar los efectos y usos de esta y otras plantas similares, como la valeriana, en los gatos, descubrieron que ese éxtasis tan impresionante es pasajero, que no genera adicción, que no trae consecuencias y que por ello estas plantas “alucinógenas” o sus semillas, pueden usarse para provocar gusto o satisfacción en los juguetes comerciales para gatos, sin efectos secundarios indeseables ni suspicacias humanizantes de ninguna índole.
Ya sabemos, entonces, que algunos de nuestros inocentes Michifuz, podrían ser considerados algo así como fanáticos, por su predilección hacia esa planta tan particular.
Pero allí no se terminan las particularidades y rarezas de nuestros amigos los gatos.
Muchos gatos han sufrido las consecuencias de acercarse en demasía a las estufas, brindando algún bigote chamuscado como tributo.
Hemos llegado a afirmar que a los gatos los hipnotiza la “hierba gatera”, también podríamos decir, sin ánimo de equivocarnos, que también los seduce y paraliza el fuego y en especial el calor que de él surge.
Los gatos son adictos empedernidos al calor y casi insensibles a sus efectos dañinos.
Esto se debe al ahorro de energía que les ocasiona el estar quietos junto a una fuente de calor, confiable y conocida. Si recordamos el origen desértico del gato, queda claro que muchas de sus particularidades responden a una economía biológica de recursos, muy cerrada y recirculante.
Una tercera cualidad de los felinos, que es común a un gran número de especies silvestres, es sin duda su excelente salud.
Un gato raramente se enferma.
Cuando lo hace es porque, en términos generales, le ocurre algo grave y de difícil solución.
Este es un comportamiento expresamente pautado por la naturaleza, ya que el predador no puede mostrar ni la más mínima de las debilidades a sus competidores, en función de su supervivencia.
Los gatos muestran, por lo general, signos y síntomas de enfermedad tardíos, leves y poco claros.
Ellos, son como graciosas majestades, no pueden demostrar flaquezas. Si lo hacen estarían perdidos.
¡Ah! ¡Los gatos! ¡Los gatos! Seres míticos y de leyenda, que por suerte tienen su merecido lugar en el mundo, y como casi quien no quiere la cosa, ese lugar está muy cerca de nuestros afectos y muy lejos de nuestras mezquindades...
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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