Una conducta persistente en el perro es la de tener la necesidad de tomar contacto estrecho con el líder. Esta es una necesidad jerárquica que persiste aunque no haya una manada real.
Los mueve, sin duda, el placer de sentirse más cómodos pero lo fundamental es mantener un contacto más cercano con el alfa de la manada.
Esta necesidad jerárquica se conecta con el hábito de los machos de levantar la pata orinando y lanzando un chorrito de orina a cuanto árbol o estructura vertical se aparezca que es la manera de marcar su territorio, de “contarle” a otros perros que él pasó por allí.
Es bueno entender que cuando un perro orina por necesidad fisiológica de evacuación la altura a la que levanta la pata es menor y los chorros más prolongados que cuando marca territorio. En esta última situación la pata se eleva lo más alta posible para aparentar el mayor tamaño posible frente al que huela la marca. En ese caso los chorros son cortos.
Todos estos comportamientos vienen de los ancestros, del pasado lobo que el perro arrastra. También es un resabio del pasado cuando un perro entierra un hueso. Lo hace rememorando el espíritu conservador de sus ancestros que cazaban grandes presas y guardaban lo que no consumían en lugares seguros y ubicables.
Los perros de hoy, por eso hacen pozos en la tierra, como si se tratara traer a nuestros días un freezer ancestral. Muchos perros tienen el hábito de escarbar vigorosamente el césped con las patas delanteras o traseras después de haber defecado. Esto no es sólo para cubrir los excrementos sino para “reforzar” el mensaje de la marca del territorio.
La secreción sudorípara de patas y manos agrega “palabras” al mensaje del olor propio y particular de su excremento. Otro ritual básico, mensaje de sus ancestros, es el momento de la comida. Aunque para nosotros se trate de un acto necesario, casi reflejo e inevitable, para el perro es mucho más que eso y debe ser así.
Pensemos que nuestro perro “sublimó” el acto de la cacería con el juego y que la comida aparece mágicamente de la mano del amo, del líder. La comida debería ser el premio de la cacería en la manada, la recompensa lógica al trabajo bien hecho siempre bajo la tutela del líder.
Por eso es éste un momento muy importante en la relación con nuestros perros. En una manada de lobos en libertad, el líder decide cuándo y en qué orden se come. En casa y con nuestro perro nosotros decidimos y actuamos en consecuencia con esa premisa.
No olvidemos que el perro no es más que un lobo “disfrazado”, con careta de la raza o el mestizaje que le corresponde y que baila el baile de carnaval que le cuadra a esa circunstancia. El perro debe estar tranquilo mientras preparamos su comida y cuando va a comer.
Para lograrlo es bueno poner el plato en el suelo y hacerlo sentar dándole la orden para que coma. De esta forma se reafirma la jerarquía que el perro conoce o debería conocer en la “manada familiar”. Nosotros gestionamos y administramos la comida. Eso debe quedar claro. Si controlamos este ritual habremos ganado mucho en otros aspectos de la relación.
Cuando empieza a comer lo dejamos solo sin observarlo para no generarle ansiedad. A los veinte minutos haya comido o no retiramos el comedero. Por otra parte debemos ser constantes y rutinarios, respetando y repitiendo los horarios lo más fielmente posible.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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