Ver cazar a un gato es, sin duda, ahorrarse un viaje a la sabana africana o a la jungla asiática, porque en su ceremonia de cacería un gato es lo más parecido a un león, o mejor dicho a una leona cazadora, o lo que es más exacto aún, a un tigre cazador, observado en su mágico ritual de supervivencia.
Los gatos cazan porque tienen que hacerlo, porque así se los dicta su marcaje genético.
Es que han sido diseñados para eso, construidos para eso, porque la evolución y la selección natural los han ubicado en ese preciso y único lugar de la pirámide alimenticia. Son, simple y sencillamente, predadores cazadores.
Por esta razón, no es para nada válido el razonamiento de algunos dueños que piensan que sus gatos no tienen por qué cazar porque están bien alimentados. Los gatos no cazan para comer, sino para cumplir con un esquema de conducta marcado en sus genes y que por ello es irrenunciable y altamente compulsivo. No obstante, si los gatos domésticos cazaran para comer serían uno de los seres vivientes más eficientes en esa labor. Los gatos comen poco a poco y muchas veces en el día.
Si tuvieran que cazar para comer cazarían unas seis veces por día, y por ello comerían otras tantas. Cada vez que se alimentaran, se manducarían una cantidad de comida equivalente a un ratón.
Ese método de alimentación se puede y se debe imitar, sobre todo cuando se trata de gatos de casa o departamento. La clave está en el uso del comedero dosificador. Con este sencillo pero ingenioso dispositivo el animal concurre varias veces al día para alimentarse con una escasa cantidad cada vez, remedando su sistema de cacería y encontrando siempre alimento fresco, limpio y disponible.
El animal, irá así a comer cuando quiera y podrá hacerlo varias veces en el día, imitando su ritmo natural, sin que ello signifique molestia alguna para el dueño. Los gatos, por otra parte, no son lo que se dice animales hiperactivos. Cuando se mueven son fantásticos, perfectos y elegantes:
Se movilizan por algún interés particular, ya sea la comida, con o sin cacería previa, la reproducción o el afecto del amo. El resto del tiempo se lo pasan durmiendo en un esquema de no quemar pólvora que tal vez luego no se va a poder recuperar.
Por ello un predador solo cazará la presa que cubra la energía del esfuerzo que le demanda hacerlo. Caso contrario, ni siquiera lo intentará y seguro permanecerá en su supuesto letargo que no es otra cosa que la expresión de una economía perfecta y equilibrada a través de los misteriosos designios de la naturaleza.
Esa naturaleza que le ordena, sin tener experiencia previa para adoptar esta actitud, que defienda su calidad de predador frente a sus competidores caninos, siseando como imitación de un peligro mayor, una serpiente tal vez, para amedrentar al otro y haciendo gala de una agilidad sin igual, si hay que escapar, por aquello de que soldado vivo sirve para otra batalla.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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