Desde que el perro es perro, unos 30.000 años atrás, ha conservado un número de rituales grabados en lo más profundo de su cerebro primitivo.
En el llamado cerebro básico o reptil, conserva, a modo de memoria específica, muchas conductas que en determinadas circunstancias actuales pueden resultar inexplicables y tal vez vacías de finalidad.
Un ritual es un patrón de comportamiento repetido en el tiempo relacionado con alguna interacción dentro de la propia especie. Se trata de una exteriorización del idioma propio, donde la conducta real y original se sustituye por una “actuación” un “acting” que representa o sustituye a ese comportamiento.
Ritualizar es abreviar una comunicación, garantizando la comprensión del mensaje a través de una respuesta fiable, reproducible y deseable. Los rituales son muy útiles en las relaciones entre animales y existen en un gran número de especies.
Si la acción que se ritualiza imitando la realidad que implica una situación de riesgo, de lesión, herida o muerte, este mecanismo permite “discutir” el uso de los recursos sin tener que pagar un precio alto.
La agresión pura, en la ritualización, se sustituye por actuaciones simbólicas con posturas o señales que reemplazan parcial o totalmente la lucha propiamente dicha, evitando así los daños físicos. Una pelea puede llegar a ser completamente ritualizada.
Si nos remontamos al origen, a los lobos, veremos que en la naturaleza existen demasiadas preocupaciones,como cazar para el sustento real, buscar pareja, cuidar las crías, etc., como para además “inventarse”nuevas fuentes de consumo energético con consecuencias no previsibles y riesgosas.
La ritualización de la lucha es una pelea sustentable, un low-cost de la realidad.
Es bueno remarcar que en la naturaleza las posibilidades de reaccionar frente a un problema son tres: o lo enfrentamos, o escapamos o nos paralizamos tal vez dilatando su solución.
De esa forma, los lobos ritualizan habitualmente porque luego de ese “diálogo” gestual y simbólico, de esa teatralización de la realidad, pueden escapar y plantear que “soldado vivo sirva para otra batalla”.
Nuestros perros están, muchas veces, cautivos en un ambiente sin escapatoria y esto hace que “la sangre llegue al río” con consecuencias desagradables, a veces fatales, a la hora de dirimir supremacías frente a cualquier contienda.
Los perros de arreo son otro ejemplo claro de ritualización adiestrada. Estos perros conducen a las ovejas con actitudes corporales casi lobunas agazapándose y actuando frente a la presa como para cazarla.
Son algo así como el karateca que amaga pegar con el despliegue y la posición previa al golpe pero que nunca concluye la acción evitando así la consecuencia real.
Ritualizan la caza pero no concluyen la acción permitiendo que mediante el adiestramiento se transformen en seres muy útiles para la conducción dela majada. La ritualización afecta a otros tipos de comportamiento como el del cortejo, la alimentación, el descanso, etc.
Uno de ellos, por ejemplo, es aquel por el que el perro antes de dormirse escarba en el suelo para tener la certeza de que el pasto (inexistente tal vez) no oculta ningún riesgo potencial (insectos, serpientes).
El mismo ritual involucra el dar vueltas antes de dormir para aplastar a las hierbas y hacer una mullida cama quizás ahora en el piso duro y sin pasto de la cocina de la casa.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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