La rabia es una de las enfermedades de mayor incidencia y relato en la historia de la humanidad y ha acompañado al ser humano como un flagelo desde tiempo inmemorial.
Todos los días vemos y oímos, nos informamos, acerca de todo tipo de contingencias, catástrofes y accidentes. Por ello la aparición de un caso de rabia en un gato o en un perro puede tal vez sonar como un acontecimiento mínimo pero no lo es.
La rabia, como enfermedad, no es propiedad exclusiva de algunos países. De hecho, en la actualidad, son pocas las naciones sin semejante “cucarda”. Sólo las islas básicamente (Inglaterra, Japón, Cuba, Nueva Zelanda, etc.) la han podido erradicar de manera muy puntillosa y cuidadosa.
Como dato curioso valga destacar que el tercer tratamiento antirrábico exitoso en humanos fue en Argentina. El primero lo hizo Pasteur al niño José Meister. El niño tenía menos de 10 años y sobrevivió. Debe haber sido un momento increíble para Pasteur. Una enfermedad horrorosa, incurable, un niño condenado a muerte y de pronto… sano y salvo. Este niño, sería al crecer, el portero del Instituto Pasteur y defendería con su cuerpo y con su vida, la tumba de ese salvador ante la entrada al cementerio de París, de los invasores nazis, en la segunda guerra mundial.
El paladín en el tercer tratamiento que se hace en la Argentina es el doctor Desiderio Davel. Nuevamente el protagonista son niños, en este caso, uruguayos. Desiderio fue discípulo de Pasteur y trajo en un barco de regreso de Europa un tesoro de conejos vivos inoculados realizando durante el viaje los procedimientos necesarios para la elaboración de la vacuna. Y la vacuna llegó a tiempo. Los niños uruguayos vivieron y así nació nuestro primer instituto antirrábico.
No obstante, a pesar de ser la rabia una vieja conocida, el ser humano apenas la pudo acorralar pero nunca logró vencerla por completo. De Pasteur en adelante, los mordidos por animales rabiosos, pudieron recibir un tratamiento curativo que, con sucesivos perfeccionamientos y variaciones, se ha seguido hasta nuestros días.
La vacunación masiva de los animales sensibles (todos los de sangre caliente), sobre todo los de compañía, ha permitido tener períodos y regiones en los que no se han registrado casos de rabia canina, felina ni tampoco humana.
Sin embargo, el flagelo continúa con la presencia permanente del virus, en su reservorio natural para esta zona: el murciélago hematófago o murciélago vampiro y los murciélagos insectívoros urbanos. Por lo tanto, a vacunar se ha dicho, que la rabia aún existe, y la única forma de mantenerla a raya, es con una jeringa y una aguja, a través de la vacuna...
Estamos desacostumbrados a la alarma, a recurrir, en caso de una mordida, rápidamente a un hospital, a hacernos revisar, a buscar al perro, a internarlo, a realizarle una observación rábica, a recibir una serie de vacunas a modo de tratamiento, etc. Estamos desacostumbrados a todo esto y sobre todo a la prevención que se llama vacunación.
Vacunar a todos los animales (incluso los que viven en departamento y “nunca salen a la calle”), todos los años y hasta el último día de la vida del animal, es la solución para evitar muertes ya que la rabia no se curaba en la época de Pasteur y actualmente tampoco.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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