Una rara fatalidad casi determinista de la vida vincula en forma casi inexorable a los colores del gato con la buena o la mala suerte. Claro que en ese determinismo algo está fallando porque pareciera que se cumple en algunas latitudes y en otras no y ocurre en algunos tiempos de la humanidad y en otros para nada.
Los gatos negros y los blancos han compartido y aún comparten el costado brujeril del género humano siendo objeto de todo tipo de supersticiones.
Los negros han sido relacionados con las grandes calamidades y desgracias y los blancos han representado a través del símbolo de su color, la pureza de valores y la buena suerte.
Cuando se habla de un gato negro de mala suerte se habla de un gato de pelo corto, que es lo que habitualmente se conoce como gato europeo. Si lo traducimos a un lenguaje de calle estamos hablando del gato común, del gato del bajo fondo, del albañal, o del oscuro callejón.
Pocos ejemplares resultan tan bellos como un gato negro de pelo corto pero al mismo tiempo esa llamativa belleza es la que lo ha condenado al escarnio de la superchería.
Los gatos negros son en los que más se destacan los ojos, por el brillo natural del color del iris, por el contraste y por el tinte metálico del tapetum.
Asociado el color negro con el luto y el mundo de las tinieblas, se lo consideró, al pobre gato negro, encarnación del señor de esos mundos: el mismísimo Lucifer. Como tal y en su representación fueron prolijamente quemados durante gran parte de la era cristiana.
Actualmente, se considera que si a uno se le cruza un gato negro en el camino será un augurio de mala suerte, y sólo desandando el camino el gato, y no nosotros, habremos conjurado el maleficio.
Sin ir más lejos, queda en la memoria popular la anécdota de aquel automovilista que estacionó a la vera de la ruta, interrumpiendo su viaje, a la espera del nuevo paso por ese lugar de un gato negro que se le había cruzado. Rato después, se le sumó, manteniéndose en solidaria y supersticiosa actitud semejante, un patrullero policial que se había parado a preguntar sobre los motivos de la detención del auto particular.
Para algunas tradiciones europeas, el gato negro es el que preside las reuniones de aquelarre, como definitiva corporización de las brujas.
Mal augurio para el futuro matrimonio, en Francia, si alguno de los cónyuges, se cruza con un gato negro. La boda será aplazada. Pero... si el encuentro es camino de la iglesia todo cambia, “cambea” dijo Chechi, el viejo sodero filósofo de mi pueblo, todo se habrá conjurado y miles de buenas nuevas llenarán la vida de los nuevos cónyuges.
Algunos soban a los gatos negros antes de jugar a los dados, para untarse de su elixir de buena fortuna, y otros piensan que tenerlo como mascota anula los efectos contrarios a los augurios de mala suerte de la tradición.
Peor el destino del gato blanco que, para empezar no se sabe a ciencia cierta ni siquiera si existe ya que el blanco no sería el verdadero color del portador sino que sería la expresión externa de un desconocido gen W (white= blanco en inglés) que taparía y ocultaría por completo el color cierto y real del gato en cuestión.
El color blanco es, por excelencia, en cualquier parte, sinónimo de buena fortuna, menos en Inglaterra donde, no sólo los autos, sino también los gatos son al revés. Los blancos son yeta y los negros buena suerte.
Hasta planteos científicos serios se han hecho para tratar de explicar la aparición y la desaparición de los gatos blancos que, según la tradición inglesa, juegan con las personas como animales fantasma.
Sin embargo, resulta un pobre destino el de los gatos blancos, sobre todo los de pelo corto que cuando tienen ojos celestes tienen una amplia posibilidad de ser sordos y cualquiera sea el color de sus ojos llevan sobre sus espaldas la espada de Damócles de la posibilidad de padecer un cáncer desencadenado por la influencia de la luz solar sobre su pura y pálida piel.
Quizás lo más bello y sensato que se pueda decir de los gatos negros y blancos lo resuma una leyenda muy sabrosa que la cultura popular rescata: Un gato negro miraba asombrado como hacía piruetas, un gato blanco, para tratar de alcanzarse la cola. En ese afán daba vueltas en círculo sin parar.
Al preguntarle el gato negro al blanco el porqué de su actitud, éste le respondió: “Es que en mi cola está la felicidad y quiero alcanzarla”. El gato negro, que además de negro era sabio, le respondió: “También en mi cola está la felicidad, sólo que yo no la persigo sino que ando por el mundo a mi modo, haciendo lo que debo y ella siempre viene detrás de mí”.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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