El pekinés es una de las razas de compañía más populares del mundo. Feo y contrahecho para algunos, pero su aspecto resulta cautivante y enternecedor para otros.
Ha tenido épocas de gloria, de extrema popularidad, logrando equilibrar una fama creciente, convirtiéndose en un clásico, sobre todo a la hora de elegir un perro pequeño, dilema de la sociedad actual, tan falta de espacio.
De un carácter especial, ha sido y apunta a seguir siéndolo uno de los mejores y más reconocidos embajadores del Oriente en nuestras tierras.
De raíz imperial
El origen del pekinés es particularmente antiguo y se cree que surge de un cruce entre el pai, perro de compañía muy antiguo de los emperadores chinos, y el terrier de Lasa. Esto último relaciona su nacimiento como raza con el Tibet.
Durante miles de años, los chinos tuvieron perros para exorcizar a los espíritus malignos, y en la cría de estos perros se procuraba que tuviesen el aspecto más cruel y repulsivo posible.
Eran perros muy queridos y mimados, y cuando aparecieron ejemplares en miniatura se los trató con especial respeto.
Conocido antiguamente con el nombre de “perro león”, no se llamó pekinés hasta el siglo XVII. En la antigua China, el pekinés era solamente propiedad de la familia imperial. Su exportación estaba prohibida y su robo estaba penado con la muerte.
El culto al pekinés alcanzó su punto culminante durante el reinado de Tao Kouanf, entre 1821 y 1851.Tal era la importancia de este pequeño animal en el Imperio que, algunos años más tarde la emperatriz Tseu´Hi estableció reglamentos específicos para su cría: prohibía el uso de cualquier tipo de artificio para producir pekineses minúsculos.
Su fin fue principalmente preservar la salud del perro y a ella debemos el pekinés que hoy conocemos. Sólo recién a finales del siglo XIX se introdujeron en Europa los primeros ejemplares que fueron llevados por oficiales ingleses y franceses tras el saqueo del Palacio Imperial de Verano de Pekín en 1860, durante la rebelión de los boxers. Uno de ellos fue regalado a la reina Victoria.
Los primeros pekineses se expusieron en Francia e Inglaterra en 1864, y en 1904 se creó el primer Club Francés del Pekinés. El pequinés, más que ninguna otra raza, ha tenido que esforzarse mucho por adaptarse a las condiciones de vida más humildes de Occidente.
Lo ha logrado con garbo y gracia sin igual, sin perder un ápice de ese aire de superioridad infinita que ha heredado de su pasado imperial.
Una estatua viviente y ladradora
Con una talla de entre 15 y 25 centímetros y un peso estimado entre cuatro y ocho kilogramos, la cabeza globosa, con un ángulo fronto-nasal profundo y la característica triple arruga en el ángulo del stop, le brindan a la raza un aspecto muy especial.
Su nariz es negra, ancha y muy corta correspondiendo a ella un hocico ancho, arrugado, plano y muy corto, situado entre los ojos y que se destaca lo menos posible de la cara.
Sus ojos grandes, casi saltones y redondos deben ser de color brillante y obscuro. Debido a su tamaño y a su posición desorbitada, los ojos del pekinés sufren frecuentes lesiones en la córnea, y a menudo se exponen a traumas graves que pueden llegar a la protrusión o ptosis del ojo (salida del globo ocular). Es por ello que, en esta raza, no es infrecuente la ceguera adquirida o accidental.
La seducción de una cabellera
El pelo largo, aplastado y recto, ni rizado ni ondulado, más duro que suave, con flecos abundantes en las orejas, extremidades, dedos y su cola provista de abundante penacho, son características distintivas de los buenos ejemplares, típicos de la raza.
Llevan una crin abundante, que forma un collar en la parte delantera del pecho. El pelaje es doble y se compone de un vello interior espeso, recto y suave, y de un pelo largo, no ondulado ni rizado, bastante hirsuto, formando crin y chorrera.
Afectuoso, testarudo y compañero
Compañero, afectuoso y fiel con su amo, el pequinés es muy inteligente y bastante testarudo. De carácter poco expansivo, en general frío, con frecuencia es gruñón e incluso malo para los extraños. Por otra parte, este perro de compañía posee un gran valor e indiscutibles cualidades de guardián.
Resulta especialmente apropiado para personas tranquilas, también para ancianos, que desean un perrito pequeño y atractivo, con un gran sentido de la comodidad y que vigila bien la casa y todo su territorio. No es la mejor elección para familias con muchos niños, o para personas muy deportivas o para gente poco hogareña.
Le basta con ser el amo y señor en una pequeña vivienda. Como antiguo perro palaciego, también sabe moverse en ambientes más amplios. Es importante un cuidado regular de su pelo, con frecuente cepillado y peinado. Pero, no obstante, por los cuidados apuntados, su pelaje abundante puede resultar un incordio en la tenencia o en la crianza.
Necesita mucho cariño y ternura, pero no se le debería mimar en exceso, pues se envalentona con facilidad. Su fidelidad y permanente disposición a defender a su dueño y sus pertenencias, pueden tornarse celosos y tiránicos.
En suma, es un perro atrevido, consciente de su belleza, necesitado de cariño, que la mayoría de las veces sólo siente apego por una persona, de la que depende mucho y a la que no quiere compartir con nadie.
*El Prof. Dr. Juan Enrique Romero. @drromerook es médico veterinario. Especialista en Educación Universitaria. Magister en Psicoinmunoneuroendocrinología. Ex Director del Hospital Escuela de Animales Pequeños (UNLPam). Docente Universitario en varias universidades argentinas. Disertante internacional.
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