Cualquier dueño de una perra ha vivido alguna vez los síntomas de lo que vulgarmente se conoce, en las perras, como “embarazo psicológico”. El tal “embarazo psicológico” no es embarazo ni es psicológico. No es “embarazo” porque, en el mundo de los animales cuando queremos definir el estado de gravidez hablamos de preñez.
Tampoco es “psicológico” porque se entiende que un estado de preñez con el adjetivo “psicológico” involucra toda una fantástica y mítica apreciación de la situación de forma tal que pareciera que la perra quisiera estar “embarazada” y no pudiera, por una u otra razón, y esa frustración ese deseo irrefrenable, la llevara a “somatizar” reproduciendo los signos y síntomas del embarazo pero sin bebé, en este caso sin cachorro.
Una ecografía a tiempo, en una mujer moderna, puede echar por tierra cualquier fantasía de cigüeña, repollo o carta a París, con pedido de bebé incluido. En las perras, cuando se observan signos y síntomas de preñez, sin la presencia de cachorros o peor aún sin que hayan estado en contacto con un macho, se habla y sin conocimiento de causa, de “embarazo psicológico” y lo que es peor aún, medican a la perra.
Lo cierto es que la tal enfermedad no es una enfermedad si no un proceso fisiológico, un cuadro absolutamente normal por el que pasan todas las perras cuando no quedan preñadas.
Las perras no son otra cosa que lobas de ciudad, descendientes refinadas de aquellas lobas que entran en celo una vez al año y que, con suerte y buen año quedan preñadas y llegan a un feliz parto una vez al año.
Las lobas que no quedan preñadas, por un criterio de conducta social gregaria o de manada o de jauría, como queramos, haciendo gala de un fenómeno biológico que se llama altruismo, sufren modificaciones hormonales y en consecuencia físicas, semejantes a la preñez, su vientre se hincha, sus tetas se cargan de leche, y salvo pequeñas diferencias en la conducta, todo ocurre como si hubieran tenido cachorros, aunque en verdad no los tuvieron.
Todo ello se da para que las que no tienen cachorros, por una u otra razón, puedan actuar solidariamente, con espíritu de grupo y ayudar a las mamás verdaderas, reemplazándolas, como nodrizas, tías o madres sustitutas en la crianza de la lechigada.
Así se constituye una verdadera “guardería de lobeznos o de cachorros” en la que los bebés son criados en conjunto por todas las hembras de la manada.
Las perras han heredado esta cualidad. La diferencia con las lobas es que sólo que la poseen sin poder aplicar sus beneficios en la mayoría de los casos, ya que no viven en una jauría perruna verdadera, y además su fecundidad, está controlada por los seres humanos.
Así las tetas se cargan de leche que nadie succiona, con riesgo de mastitis, el carácter de la perra se vuelve irascible cuidando objetos en los que sublima a los cachorros que no están y todo se transforma en un incordio del que no nos interesa hacernos responsables, inventando el mito de que la perra “quiere " tener cría y la fantasía de la enfermedad.
El fenómeno en las perras se llama “falsa preñez o pseudociesis”, ocurre en todas las perras que no tienen cría y sólo se pueden paliar algunas desagradables consecuencias con atención adecuada, pero no es una enfermedad si no un proceso fisiológico, absolutamente normal.
Si lo queremos evitar en nuestra perra quedan dos caminos : o la perra tiene cría (pues mientras tiene preñez verdadera no puede tener una falsa) o la castramos y no volverá a entrar en celo y por ende no podrá quedar preñada o tener falsa preñez, pues suspenderá todos los mecanismos y procesos que dependan de las hormonas sexuales para su funcionamiento.
La falsa preñez, es un proceso de altruismo biológico que los hombres, como es habitual en nuestra especie, hemos tomado por una enfermedad tratando de corregirlo y sobre todo evitarlo en lugar de comprenderlo y admirarlo.
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