Con 2024 despedimos el primer cuarto de siglo y es oportuno reflexionar sobre cuál es la posición del mundo y nuestro hemisferio en este siglo XXI.
Para definir este trayecto lo mejor es recurrir a personas de poder e influencia cuyos pensamientos han marcado el camino de la humanidad en este corredor temporal que es el siglo XXI.
Comencemos con una cita de Barack Obama que define lo que hoy ocurre en Estados Unidos: “Es hora de realizar un cambio fundamental en la forma en que gestionamos el país desde Washington. Para ayudar a construir una nueva base para el siglo XXI, necesitamos reformar nuestro gobierno para que sea más eficiente, más transparente y creativo. Eso exigirá una nueva forma de pensar y un nuevo sentido de responsabilidad por cada dólar que se gasta”. Pero luego de ocho años de su mandato seguidos de uno de Trump y otro de Biden, la deuda pública norteamericana ha subido a 36.000 billones de dólares. Esto es más que el PIB norteamericano, cuyo valor es de 21.000 billones de dólares. Y esa masa monetaria no parece tener efecto alguno sobre la calidad de servicios que presta el gobierno federal o los estatales. Así, la población de menores ingresos sufre bajo el efecto tijera de malos servicios públicos y creciente inflación. Luego de cuatro mandatos presidenciales que no dieron respuesta a sus necesidades, la población americana optó por elegir a un líder con capacidad para defenestrar el establishment político que conocemos. El proceso apenas comienza, de manera que seguiremos informando.
Nathan Myhrvold, por su parte, nos indicó a finales del siglo XX: ”El dilema para el periodismo de principios del siglo XXI es el siguiente: ¿Quién pagará por las noticias? Y como nadie dio con la respuesta, el mundo se encuentra invadido por flujos supuestamente noticiosos que son simplemente arroyos inagotables de elucubraciones personales; dogmas de agrupaciones de sospechoso origen; y mentiras disfrazadas de verdad que se imponen a los flujos noticiosos. Y no parece haber manera de detener esta avalancha de desinformación que solo ha servido para profundizar el caos político y hacer más aguda la polarización dentro de cada nación. Si este proceso no se detiene, el mundo caerá preso de los peores opresores, quienes tomarán el poder llevando el manto de lo que hoy denominan la post verdad y que en mi infancia se denominaba mentira. Aquí, la responsabilidad fundamental en la resolución del acertijo recae sobre los medios de información tradicionales cuyo poco interés por comprender y adaptarse al mundo digital nos ha llevado a este caos”.
Allyson Schwartz nos dice: “El siglo XX nos enseñó hasta dónde puede llegar el mal desenfrenado cuando el mundo no lo enfrenta. Es hora de que prestemos atención a las lecciones del siglo XX y nos enfrentemos a estos asesinos. Es hora de que pongamos fin al genocidio en el siglo XXI”. Esta cita cae de perlas en el territorio Latinoamericano donde el hecho de que haya cuatro narcoestados consolidados y dos más en vías de consolidación sólo parece importarle a los presidentes de Argentina, Javier Milei; de Chile, Gabriel Boric; de Panamá, José Mulino; y de la República Dominicana, Luis Abinader; al ex presidente de Uruguay, José Mujica; y al ahora apagado Secretario General de la OEA, Luis Almagro.
Los comunicados de Colombia y México designando una representación para la toma de posesión de uno de los criminales más notorios de la región, como es el caso de quien hoy ocupa la primera magistratura de Venezuela, refrenda esa actitud ancestral de laissez faire latinoamericano. Siempre a la espera de que sea Estados Unidos quien resuelva el problema, lejos están de saber que hoy Estados Unidos no va a tomar cartas en ese asunto porque su soberano está en espíritu aislacionista que reclama para la política doméstica todo el poder del recién elegido presidente Trump. Así, el despotismo genocida seguirá creciendo en la región protegido por la ausencia de sensibilidad democrática de la mayoría de las naciones de América Latina.
La última cita que define a nuestro primer cuarto de siglo viene de Roma, y del papa Francisco, quien afirmó: ”Es una hipocresía decir que se quiere la paz y darle armas a Ucrania. Hay que superar el complejo de la bandera blanca y negociar la paz”. Este mensaje apunta directo al corazón del pueblo ucraniano, que lleva casi tres años inmolándose por proteger su soberanía e integridad territorial contra una de las agresiones más cobardes e innecesarias de la historia. Porque los ucranianos jamás pensaron hacerle daño a Rusia. Rusia, por el contrario, desea hacerse con la mitad del territorio de Ucrania. Por ende, si a alguien debe pedírsele que enarbole la bandera blanca, es a Rusia no a Ucrania.
En síntesis, terminamos este cuarto de siglo en peores condiciones de las que despidieron al siglo XX. Y las razones están plasmadas en las citas de cuatro influencers mundiales, como se les denomina ahora. Todos nos han alertado sobre un peligro, pero ninguno, salvo el papa Francisco, sugirió cómo enfrentarlos. Lamentablemente, esa recomendación se le envió a la parte equivocada del conflicto.