Lula en tres tiempos

El presidente de Brasil ha cambiado su amable y querendón trato por un seno adusto y amargado

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El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva (REUTERS/Adriano Machado)
El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva (REUTERS/Adriano Machado)

Conocí a Lula da Silva en 1990 con ocasión de formar parte de la delegación de Venezuela a la toma de posesión de Fernando Collor de Mello. El jefe del Estado venezolano Carlos Andres Pérez lo invitó a desayunar en la embajada de Venezuela. Lula acababa de ser derrotado en la segunda vuelta de la elección presidencial de 1989. Pero, lejos de sentirse derrotado, expresó gran optimismo en el futuro de la democracia brasileña que apenas se inició en 1985. Y, sobre todo, insistió en que sus aspiraciones no eran otras que lograr para los trabajadores de Brasil la misma cobertura social que otorgaban las empresas norteamericanas a sus trabajadores.

Expresó admiración por Felipe González e indicó que la transición de España de dictadura a democracia abría un camino para las naciones de América Latina que iniciaban el camino de la libertad. En síntesis, todos pensamos que se trataba de un liderazgo de centro izquierda que podría entenderse con la centro derecha y llevar a Brasil por el camino de la democracia y el progreso económico.

Muchos años después, cuando Lula se había lanzado por tercera vez a la búsqueda de la presidencia, John Smith, presidente de General Motors, indicó que su empresa solo tenía gratos recuerdos de su interacción con los sindicatos que Lula dirigía. Para la General Motors, Brasil era junto con México el gran mercado de América Latina. Y, según Smith, gracias a Lula la empresa había disfrutado de paz laboral y había desplegado un programa de entrenamiento y de apoyo a la escolaridad de los hijos de sus trabajadores sugerido por Lula. Según Smith, el peso que Lula le daba al entrenamiento era fundamental para el desarrollo de la competitividad en Brasil.

Una vez elegido presidente de Brasil, Don Roberto Civita, el presidente del Grupo Abril, me indicó: “No habíamos tenido nunca un presidente que vendiera tan bien al Brasil como Lula”. Para los empresarios brasileños, Lula había sido la punta de lanza para la penetración de muchos mercados en América Latina y en África.

Lula da Silva (REUTERS/Ueslei Marcelino/Archivo)
Lula da Silva (REUTERS/Ueslei Marcelino/Archivo)

Posteriormente, vimos los resultados de la investigación Lava Jato, la iniciada por Sergio Moro, fiscal realmente independiente y que implicó de manera protagónica a Lula llevándole a la cárcel.

Luego le vimos reponerse de ese trance y retornar a la presidencia del Brasil. Pero esta vez no parecía ser el mismo Lula de antaño. Desde el momento de su posesión hasta hace apenas dos días, el presidente de Brasil había cambiado su amable y querendón trato por un seno adusto y amargado.

Su regreso a la presidencia pareciera haberlo dedicado a perseguir a quienes le adversaron, en lugar de comprometerse con el perfeccionamiento de los programas que le dieron autoritas en el mundo que fueron la estabilidad macroeconómica y las transferencias sociales atadas al cumplimiento de los deberes de la escolaridad.

Dejó de vender a Brasil para hacer ajuste de cuentas con quien él cree responsable de su caída: los Estados Unidos. Se acercó peligrosamente al régimen de Venezuela en momentos en que el mundo entero sabe que trata del brazo político del crimen organizado transnacional y olvidando que fue la vitalidad de la democracia brasileña la que lo llevó a él a la cima del poder le negó a los venezolanos el derecho de hacer lo propio con Edmundo González.

Su cercanía con Putin lo definió como alguien que no valora la democracia y su ausencia de claridad estratégica en este mundo en el que las alianzas democráticas definirán el futuro de nuestra civilización, alejó a Brasil de las naciones equilibradoras.

Hoy vemos sus facultades afectadas por un accidente cardio cerebral que posiblemente le dificulte finalizar el actual periodo presidencial. Y será una lástima que el hombre que encarnó el sueño de los brasileños humildes de alcanzar la cima del poder vaya a ser recordado por una desastrosa gestión económica y una poco afortunada estrategia internacional.

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