Uruguay y Lacalle Pou: una era de libertad y desafíos

Culmina su mandato no solo con el apoyo de más de la mitad de la ciudadanía, sino también dejando un legado que enmarca un compromiso inquebrantable con la libertad

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Luis Lacalle Pou habla en la Asamblea General de la ONU (REUTERS/Brendan McDermid)
Luis Lacalle Pou habla en la Asamblea General de la ONU (REUTERS/Brendan McDermid)

El presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, culmina su mandato no solo con el apoyo de más de la mitad de la ciudadanía, sino también dejando un legado que enmarca un compromiso inquebrantable con la libertad, un valor central del republicanismo y de las tradiciones democráticas. Luis Lacalle Pou, miembro de una familia política que ha vivido de cerca el ejercicio de la presidencia por su propio padre, Luis Alberto Lacalle, presidente en el año 1990, representa un liderazgo que supo mezclar herencia política con resiliencia personal y vocación de hacer, una virtud que, lejos de inclinarlo a la revancha, lo ha movido siempre hacia el compromiso con el bienestar del pueblo uruguayo. Por algo las selfies que se sacan entusiastamente los uruguayos con él son sinceras y definitivas en cuanto al carisma del personaje. El Uruguay sigue produciendo liderazgo relevante en el continente.

Desde el comienzo de su administración, Lacalle Pou subrayó su interés por los temas de seguridad, convocando a una reunión junto a los jefes de policía del país en su primer día en el poder. Ese acto subrayaba su comprensión de que la libertad ciudadana no puede sostenerse sin una seguridad robusta. Lacalle Pou nunca ha visto en las fuerzas de seguridad una herramienta de control político, sino un bastión que sostiene la estructura de derechos y libertades de la sociedad. Así ha legislado en base a la potestad que le otorga la Constitución del Uruguay en cuanto a iniciativas que le permitieron dotar a la policía de un arco de derechos como nunca tuvo en la historia del país. Con un enfoque republicano, ha entendido que la seguridad no es solo represión, sino un enorme conjunto de actuaciones donde los ciudadanos pueden convivir, desarrollar sus proyectos y ser libres con las fuerzas policiales actuando como garantes. Los números reales muestran que, a pesar de todos los pesares, la caída de los delitos se ha producido concretamente, quizás no en la cifras que todos aspirarían, pero sí cumpliendo un objetivo que originalmente se planteó. En el continente más violento del mundo, ir a contra corriente de eso, no es baladí.

El presidente Lacalle Pou ha mencionado repetidamente que su objetivo como gobernante era que “los uruguayos sean más libres” al final de su mandato. Esta frase no es una simple declaración de principios, sino un pilar filosófico de su accionar que recuerda al liberalismo clásico de John Stuart Mill o a la defensa de las libertades civiles de Montesquieu. En este sentido, las reformas impulsadas por su administración han perseguido, en efecto, el aumento de la libertad individual en diversos frentes: desde la simplificación de procesos burocráticos hasta la profundización de reformas económicas orientadas a dar mayor autonomía a los ciudadanos, el propio control de la inflación, el mayor gasto social en relación a guarismos anteriores, la creación de empleos genuinos y las calificadoras de riesgo poniendo buena notal al desempeño económico del país. Y por supuesto, una reforma de la seguridad social garantista que ambienta a la certidumbre en el territorio jubilatorio, lo que no deja de ser relevante en un continente que ha mostrado a ese territorio como espacio vulnerado. Su enfoque, entonces, es el de un liberal y humanista moderno, para quien el Estado existe no para limitar la capacidad de acción del individuo, sino para potenciarla y protegerla. Ya no hay debates superfluos de “con o contra” el Estado, solo importa la “calidad” del Estado que operará. Ha muerto el debate keynesiano o neoliberal en Uruguay, los uruguayos son pragmáticos.

En los últimos días, Lacalle Pou también dio una muestra de sensibilidad cultural, recordando la canción “Milonga del pelo largo” de Dino, afamado cantautor con perfil progresista. Con este gesto, tocó una fibra emotiva al conectar su mandato con el dolor y la resignación de mucha gente, sentimientos que tanto él como el pueblo uruguayo han experimentado durante momentos difíciles. La canción simboliza una empatía profunda, la de un líder que no ha sido ajeno a las adversidades ni las ha desdeñado. En la política, estas referencias muestran que un gobernante se compromete no solo a liderar, sino a comprender y compartir los desafíos emocionales de su nación, no de forma unidimensional y abonando siempre los mesías de su credo sino siendo transversal con todos los pensamientos. Eso hacen los presidentes que logran consolidar su investidura con legitimidad horizontal.

Otro atributo de Luis Lacalle Pou ha sido, junto a los ex presidentes, alimentar un “club de facto” con los mismos. Esa es otra señal de civismo y de tolerancia uruguaya que casi ningún país del continente puede exhibir. Y, justamente, previo a la elección final en la segunda vuelta del ballotage donde el representante del gobierno Alvaro Delgado (quien fuera una especie de jefe de Gabinete desde su cargo de Secretario de la Presidencia) así como el desafiante de izquierda Yamandú Orsi, nadie en el Uruguay vive creyendo que el país caerá en un vacío ante una elección que definirá la continuidad del proyecto del gobierno o la mirada crítica de la izquierda que disiente con el derrotero recorrido.

América Latina, con su historia de transiciones democráticas complejas y crisis de liderazgo, se encuentra ante una figura inusual. Lacalle Pou representa un liderazgo de convicción liberal y humanista en una región donde esta corriente ideológica ha sido frecuentemente cuestionada o reinterpretada. Su compromiso con las libertades y los derechos ciudadanos lo posiciona como un líder emergente, con una perspectiva que podría inspirar futuros enfoques de gobernabilidad en otras partes del continente. La región necesita no solo un testimonio de que la democracia liberal es viable, sino un ejemplo concreto de sensibilidad que puede llevarse adelante con éxito, y Lacalle Pou representa precisamente eso.

Al igual que Aristóteles. quien creía que el fin último de la vida política es la virtud y la libertad, Lacalle Pou ha demostrado que en el Uruguay moderno esta antigua aspiración sigue siendo un objetivo realista. Su retiro de la presidencia no significa, de ninguna manera, el retiro de la vida pública. Por el contrario, a los 51 años, con el bagaje de un gobierno exitoso y un capital político significativo, Luis Lacalle Pou está lejos de finalizar su recorrido. Su carrera pública podría perfilarlo como un líder regional que defiende valores democráticos y una visión de libertad republicana que escasea en la política contemporánea.

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