Un año antes de la caída del Muro de Berlín, suceso del que se cumplen 35 años en estos días, el escritor francés Jean F. Revel publicó un ensayo titulado “El conocimiento inútil”. En este texto de lectura imprescindible en esta era global de escepticismo, incertidumbre e intolerancia, Revel se anticipa a la revolución tecnológica que transformaría la industria de la comunicación a mediados de la década del noventa. Con la claridad y contundencia con la que expuso sus pensamientos políticos y filosóficos en más de veinte ensayos, el académico francés afirmó: “El conocimiento siempre está ahí, accesible y evidente. Pero también está el rechazo, colectivo o individual, de mirar la realidad a los ojos. ¿De qué sirve saber si no queremos comprender?”.
Detrás de esta sentencia inapelable podemos encontrar, sin duda alguna, el motivo del amplio triunfo de Donald Trump sobre Kamala Harris. Aunque sería más preciso y justo afirmar que el gran derrotado fue el Partido Demócrata, que no alcanzó a comprender que el presidente Joe Biden no contaba con la capacidad física necesaria para intentar su reelección. Los estrategas de la campaña de Harris no supieron o no quisieron mirar de frente una realidad que a todas luces favorecía la estrategia de Trump, quien en muy poco tiempo demostró una enorme muñeca política para cohesionar las voces críticas en su contra que resonaban en las filas del Partido Republicano.
Tucídides escribió que la historia es un constante volver a empezar. Veinte siglos después, Oscar Wilde retoma esa idea expresando: “El único deber que tenemos con la historia es reescribirla”. Con un dogmatismo a prueba de balas, Trump subió la apuesta con sus propuestas políticas más radicales en temas de migración y de relaciones internacionales, al tiempo que Harris no tuvo el coraje para ampliar un rosario de ideas que ya había fracasado en 2016 durante la campaña de Hillary Clinton. La Agenda 2030 pasará a la historia como una enseñanza sobre todos los temas que no deben amplificarse en materia proselitista para atraer a los votantes indecisos. Sus postulados del futuro basados en el oxidado tablero de las instituciones multilaterales de la posguerra sólo serán debatidos en largas discusiones en las mesas de café.
Pocos días antes de las elecciones, el flamante vicepresidente electo, J.D. Vance, formuló un diagnóstico profético sobre la debacle que esperaba a Kamala Harris. Así lo dijo: “Todo el Partido Demócrata moderno creció en una era en la que había consenso. Crecieron en una era de gran confianza social. Muchos de ellos están tratando de restablecer esa confianza social desde arriba, sin reconocer que la confianza social surgió orgánicamente de la forma en que funciona la sociedad estadounidense. Si hay gente que intenta restablecerla desde arriba, se degrada precisamente lo que se está tratando de crear”.
Inmerso en una coyuntura global caótica, y con un ascenso notable del poder económico de China, Trump pareciera intentar la búsqueda de una tregua en los conflictos bélicos que protagonizan Rusia e Israel. No está claro aún si también convocará a redefinir las reglas del comercio internacional con el gobierno chino, o si su prédica proteccionista se impondrá en políticas públicas de impacto global, sustentadas en las leyes que pueda sancionar a partir del control parlamentario obtenido en ambas cámaras. A esto hay que agregarle una afinidad ideológica del presidente electo con la actual mayoría de los miembros de la Corte Suprema de Justicia.
Si ocho años atrás la irrupción de Trump era un llamado de atención para la casta política estadounidense, su amplio triunfo del martes anuncia un cambio revolucionario en el sistema político del país que durante dos siglos exportó su visión democrática a todo el mundo. Habrá que estar muy atentos a los pasos inmediatos que tomará Elon Musk, el gran ganador de la batalla corporativa que se libraba en simultáneo a la contienda política. El ejecutivo más poderoso de los Estados Unidos será el gran confidente del presidente Trump. Y quien lo anime a tomar desafíos políticos y empresarios, entre ellos la conquista definitiva del espacio, para mantener a los Estados Unidos en la cúspide del poder mundial.