Charles Louis de Secondat, el Baron de Montesquieu, fue uno de los filósofos más influyentes de la Ilustración. Montesquieu llegó a la conclusión de que la mejor forma de gobierno era aquella en la que los poderes legislativo, ejecutivo y judicial estuvieran separados y mantuvieran mutuamente control sobre cada uno para evitar que cualquiera de ellos acumulara demasiado poder. Y esta fue la arquitectura ideológica que inspiró a los padres fundadores de los Estados Unidos y que ellos vertieron en la constitución.
Hoy los tres poderes del experimento democrático más portentoso de la historia de la humanidad están bajo el único control de un movimiento que representa un partido político y un líder indiscutible: Donald Trump. Surge entonces la interrogante si esta fase dará origen a una forma más perfecta de democracia o si caerán los Estados Unidos en la tentación totalitaria.
Mucho va a depender por supuesto de eso que llamo Alexis de Tocqueville “el prodigioso asambleísmo de los americanos”. Con lo cual quería decir el espíritu de participación ciudadana en la toma de decisiones del gobierno.
Y pareciera que la actual marea roja que lideriza Donald Trump es la manifestación más poderosa del asambleísmo que tanto impresionara a Tocqueville. Porque poniendo de lado al Sr Musk -cuya figura obnubila el análisis- los seguidores de Donald Trump son el pueblo raso de los Estados Unidos.
Ese que ha quedado entumecido con la desaparición de sus puestos de trabajo por el proceso de digitalización. Ese al que el curso que ha tomado la economía le niega lo que tuvo por décadas como es el acceso a vivienda, educación superior y viajes vacacionales.
Hillary Clinton en su increíble falta de sentido común denomino a este grupo poblacional Los Deplorables. Y esto probó ser un veneno de acción retardada para las opciones demócratas ya que los deplorables cerraron filas para siempre alrededor de Donald Trump. Distinto hubiera sido si el liderazgo demócrata se avoca a crear puentes para la inserción en la economía digital de ese sector de la población que históricamente represento el 21% de la población pero que los cambios económicos han elevado al 29%.
Tal fue el caso hace muchas lunas de Franklin Delano Roosevelt, quien apoyándose en una creación de Benjamin Franklin les dio ímpetu a las escuelas vocacionales para crear en la población habilidades y destrezas que les permitieran acceder a los puestos de trabajo que la economía norteamericana creaba bajo el impulso de la industrializacion y que en el siglo XXI son de carácter digital.
Comoquiera que lejos de crear soluciones a ese vital problema de la pauperización de la clase media norteamericana los demócratas se dedicaron a darle nuevos e incompresibles visos a la biología esparciendo una teoría de géneros que no tiene base científica ni sustentación social y a contarnos la historia con nuevos tintes raciales, los afectados negativamente por el cambio que habían sido la constituyente demócrata huyeron hacia las praderas de Donald Trump.
Y como en la última década lo único que ese sector ha visto en términos del panorama de la ciudad capital de Estados Unidos es disputas absurdas entre las ramas del poder legislativo; sesgos inéditos en el poder judicial y muy particularmente en la Corte Suprema de Justicia y deterioro del poder ejecutivo llegó a la conclusión que había que conquistar todos los poderes para que alguien se ocupara de su agenda.
Ahora tenemos ante nosotros un nuevo y casi inédito panorama político en el que los tres poderes están dirigidos por un movimiento distinto al que movilizó tradicionalmente al partido republicano. Y surge entonces la interrogante si esta acumulación de poder decidida por el soberano norteamericano servirá para restructurar el estado y adecuarlo a las exigencias y retos del siglo XXI o si se trata del ingreso de Estados Unidos en un periodo de autoritarismo controlado como temió Montesquieu con relación a algunos principados europeos. Solo tiempo lo dirá.