La cumbre de los BRICS en Rusia la semana pasada terminó tal y como empezó: en una farsa. Los países BRICS –así llamados porque sus primeros miembros fueron Brasil, Rusia, India y China, seguidos luego por Sudáfrica– se empezaron a organizar hace 15 años para contrarrestar el peso geopolítico de Occidente.
Los BRICS incluyen ahora a Irán, Egipto, Etiopía y los Emiratos Árabes Unidos. El grupo es prácticamente un club de dictaduras. Pero Brasil, India y Sudáfrica son democracias, algo que resalta una gran diferencia entre algunos miembros. Otras diferencias que indican intereses nacionales divergentes incluyen niveles muy distintos de riqueza, mucha o poca integración a la economía global, ser miembro o no de la OPEP o exportador o no de petróleo, etc.
Como es de esperar, aun así, los miembros usan la agrupación para perseguir sus propios fines. El presidente Vladimir Putin, quien no pudo asistir a la cumbre del año pasado en Sudáfrica por órdenes de arresto de la Corte Penal Internacional, quiso mostrar en su calidad de anfitrión que su régimen no está aislado. Solo fue un éxito parcial; las sanciones a Rusia siguen en pie y Putin sigue sin poder viajar a buena parte del mundo.
Los BRICS podrían enfocarse en temas serios, pero, como es costumbre en las cumbres, emitieron una declaración conjunta (de 33 páginas) en la que se comprometen a un sinfín de ideales. Por ejemplo, la “igualdad soberana” y la “promoción de la paz” son temas prominentes en la declaración. No mencionan la guerra que desató Rusia contra Ucrania o la beligerancia china con sus vecinos en el Pacífico.
La declaración nos hace saber que los miembros también están a favor del “fomento y la protección de la democracia, los derechos humanos y las libertades fundamentales para todos, así como la cooperación basada en la solidaridad, el respeto mutuo, la justicia y la igualdad”. Qué bueno aprender que China, Rusia y compañía representan esos principios.
Por supuesto, los miembros están comprometidos con “la prevención de y la lucha contra la corrupción”. Busqué, pero no encontré, ninguna mención de corrupción en la que podrían estar involucrados líderes como Lula o Putin de los países miembros.
Es un alivio saber que los BRICS se afirman en contra de la desinformación, las ‘fake news’ y los discursos de odio y a favor de “la libertad de opinión y la expresión”. De la misma manera, la sociedad civil “juega un papel esencial en el enriquecimiento de nuestras sociedades y el desarrollo de nuestras economías”. Vaya estándares exigentes los que establecen los BRICS para Occidente y el resto del mundo.
La cumbre de los BRICS, más allá de confirmar la hipocresía del grupo, sí trajo un buen resultado. Este fue el veto de Brasil a que Venezuela fuera formalmente asociada con la agrupación a pesar de que Putin estaba a favor. Maduro, quien viajó hacia Rusia para la reunión, fue diplomáticamente humillado. Pero no vayamos a pensar que el rechazo brasileño se debió a la defensa de la democracia venezolana. Después de todo, Brasil votó a favor de que Cuba se asociara con los BRICS.
Lo del veto es un reflejo del desmoronamiento de las relaciones entre Brasil y Venezuela luego de que el país caribeño prometió, pero no cumplió, presentar las actas que comprobarían la victoria de Maduro en las elecciones recientes. Lula se considera el líder de la izquierda latinoamericana y no admite debilitar su papel ni sufrir una falta de confianza con sus supuestos aliados. La cumbre puso de relieve esa resquebradura.
Podemos criticar a Occidente por muchas cosas, pero no necesitamos a los BRICS para eso, mucho menos si pretenden representar un modelo alternativo de gobernanza.
Ian Vásquez es Vicepresidente de Estudios Internacionales y Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute y coautor del Human Freedom Index.
Artículo publicado originalmente en El Comercio (Perú) y El Cato.com