Israel se encuentra en plena transformación tras el trauma de una brutal masacre en su propio territorio. La polarización política en torno a Netanyahu se agudiza, mientras el país vive con una constante sensación de vulnerabilidad, enfrentando la amenaza de un ataque enemigo en cualquier lugar y momento. En medio de una guerra en siete frentes, la más larga de su historia, Israel se redefine bajo la presión de estos desafíos. ¿Qué futuro espera a una nación que lucha por su seguridad y su unidad interna?
La masacre perpetrada por Hamas el 7 de octubre abrió el telón de una obra en la que cada actor ha desplegado su mejor actuación. Hamas ha mostrado su verdadera naturaleza con una brutalidad sin límites: asesinatos, violaciones y secuestros de israelíes, mientras sigue evidenciando su indiferencia hacia la población palestina.
Por su parte, las Fuerzas de Defensa de Israel han exhibido su poderío militar en la Franja de Gaza, eliminando a líderes de Hamas y debilitando su infraestructura. Sin embargo, aunque no ha logrado desmantelar a Hamas como la fuerza gobernante en Gaza, el daño causado ha enviado un claro mensaje a Hezbollah en Líbano y otros proxys iraníes en la región: ya saben lo que les espera en una confrontación total con Israel.
Una muestra del poderío militar, tecnológico y de inteligencia de Israel comenzó a hacerse evidente con la eliminación selectiva de toda la cúpula de Hezbollah y un contundente golpe a su infraestructura militar. Aparte, las explosiones de beepers y walkie-talkies que dejaron a decenas de terroristas neutralizados o incapacitados revelan una operación meticulosa. Quien estuvo detrás de estos ataques envió un mensaje inequívoco.
“Les diría a los terroristas de Hezbollah que se busquen otro trabajo… que llamen ahora a Nasralah y le digan: Renuncio, yo no quiero morir”, afirmó el ex primer ministro de Israel Naftali Bennett. No solo muchos no renunciaron, sino que fueron eliminados por el ejército israelí, incluido nada menos que Hasan Nasrallah, quien lideró el grupo terrorista durante más de 30 años. Nasrallah fue responsable de la muerte, asesinato y secuestro de decenas de israelíes, así como de atentados terroristas en todo el mundo, entre ellos el ataque que mató a 241 militares estadounidenses en 1983 y el devastador atentado contra la sede de la AMIA en Argentina en 1994, que dejó 85 muertos y más de 300 heridos.
Recordemos, esta obra comenzó el 7 de octubre, pero al día siguiente del ataque de Hamás desde Gaza, Hezbollah comenzó a atacar a Israel desde el Líbano, declarando que continuaría sus ataques mientras continuaran los combates en Gaza. Poco después, los hutíes de Yemen también se sumaron, lanzando ataques continuos contra el transporte marítimo internacional en el Mar Rojo y el Mar Arábigo y lanzando misiles y drones contra Israel, incluido uno que explotó el pasado julio en el centro de Tel Aviv.
Mientras tanto, las milicias chiítas en Irak, y en ocasiones en Siria, también han amenazado a Israel con drones y cohetes. A mediados de abril, Irán lanzó más de 350 misiles balísticos, misiles de crucero y drones contra Israel, estableciendo un precedente de combate directo y abierto entre ambos países. Como si eso no fuera suficiente, el régimen iraní lanzó por segunda vez al menos 180 misiles balísticos contra Israel el pasado martes 1 de octubre. Paralelamente, Irán ha estado inundando Cisjordania con fondos y armas para fomentar ataques terroristas contra Israel y desestabilizar la seguridad tanto de Jordania como de Israel.
Lo que sucede es que la realidad no es una obra de teatro y lejos estamos de disfrutar como espectadores de un escenario en donde la violencia es la única protagonista. Volviendo a la realidad, Israel enfrenta un cambio de paradigma donde aún no está del todo claro cuál es el camino que tomará y esta incertidumbre es incompatible con la impaciencia del mundo que exige definiciones claras.
El 7 de octubre dejó dos lecciones clave para la sociedad israelí. La primera es la necesidad de que Israel mantenga presencia en el territorio.
En 2005, Israel se retiró de la Franja de Gaza, y 18 años después, tras varias operaciones militares, Hamas perpetró la peor masacre de israelíes en la historia. Un patrón similar se repitió en 2000, cuando Israel se retiró del Líbano, y el territorio fue ocupado por Hezbollah, que lleva años aterrorizando al norte del país. Desde el 8 de octubre, Hezbollah ha lanzado más de 10.000 misiles contra civiles, forzando la evacuación de más de 60.000 israelíes dentro de su propio territorio cuestión que genero nuevamente el ingreso de tropas israelíes al sur del Líbano con el fin de remover de la frontera la amenaza directa a los civiles israelíes del norte del país
La segunda lección es que Israel no puede existir aislada de Occidente ni de su principal aliado político y militar, Estados Unidos. Esto se hizo evidente, sobre todo, tras los ataques directos de Irán a Israel y la coalición defensiva que Estados Unidos lideró para proteger al país en ambas ocasiones. Profundizar en estas dos lecciones y analizar si son compatibles es esencial para entender el cambio de paradigma al que Israel se enfrenta.
La presencia en el territorio:
“Antes de llegar hoy a la Knesset lleve a mi hijo a Tel Hashomer (base militar de reclutamiento) y quiero agradecerle a Ariel Sharon (entonces Primer Ministro) desde este podio porque nos da a mi esposa y a mi esperanza de que mi hijo no tendrá que servir en el ejercito en la Franja de Gaza”, afirmó Ophir Pines-Paz, parlamentario de Avoda (laborismo israelí) durante las discusiones parlamentarias previas a la desconexión israelí del enclave palestino en 2005.
La historia la conocemos. Israel se retiró unilateralmente de la Franja de Gaza evacuando todos sus asentamientos, pero eso no impidió que el hijo de Pines, junto a cientos de miles de israelíes, se vean obligados a servir en la Franja de Gaza producto de la amenaza constante e incesante del terrorismo palestino cuya cara más brutal se mostró el 7 de octubre, pero su presencia es una constante desde que Israel se retiró de la Franja.
Es cierto. La desconexión de la Franja de Gaza fue unilateral, sin negociación con la Autoridad Palestina. También es verdad que, durante 18 años, las decisiones tomadas a ambos lados de la frontera culminaron en el 7 de octubre. Las variables son innumerables, y nunca sabremos qué habría pasado si las cosas hubieran sido diferentes. Lo que sí es claro es que, tras el 7 de octubre, el aparato de seguridad israelí ha comprendido que, por ahora, la presencia en el territorio y el control cercano del terrorismo son responsabilidades indelegables del gobierno de Israel. Ningún líder israelí en su sano juicio estaría dispuesto a ceder cualquier tipo de control sobre las capacidades del enemigo.
Hasta el 7 de octubre, Israel evaluaba las intenciones de Hamas, confiando en que estaba disuadido y no tenía interés en atacar. Pero después de esa fecha, la seguridad israelí se centrará en las capacidades militares, no solo en las intenciones. Al fin y al cabo, quien te odia, pero carece de poder no representa una amenaza inmediata; es cuando ese odio se arma que el peligro se convierte en urgente.
Ahora bien, lo que Israel ve como una necesidad vital para garantizar su seguridad, la comunidad internacional lo entiende como una prolongación de la ocupación israelí de territorios palestinos. Sesgo cognitivo o percepción subjetiva, cada cual interpreta la situación de acuerdo con sus propias experiencias, emociones y puntos de vista.
Cuando de los palestinos se trata, para Israel la experiencia ha sido demasiado traumática como para permitir que el mundo nuevamente insista en ceder territorio. Sin embargo, para la comunidad internacional la solución al conflicto sigue siendo la de dos estados que implicaría concesiones territoriales por parte de Israel. Incluso la Corte Internacional de Justicia, además de calificar de ilegal la presencia israelí en Cisjordania, Gaza y Jerusalem del este, ha afirmado que las razones de seguridad no pueden ser utilizadas como excusa por Israel para permanecer en el territorio. Eso nos lleva a la segunda lección.
Israel no puede aislarse de Occidente:
La segunda lección no es menos importante. Israel no puede permitirse a sí misma quedar aislada del mundo occidental liberal y enemistarse con su principal aliado Estados Unidos.
“No por el derecho a la fuerza sino por la fuerza del derecho es que volvimos a nuestra tierra”, afirmó Menahem Beguin en mayo de 1968. Es que el sionismo desde sus comienzos fue un movimiento político que buscó la legitimidad internacional para emprender el proyecto de un estado judío. Esa legitimidad internacional fue amparada por el derecho internacional al reconocer en la resolución 181 de la Asamblea General de la ONU la necesidad de un estado judío.
La misma legitimidad que Israel comparte con otras democracias occidentales hoy se ve amenazada por la avalancha de resoluciones en su contra en diversos foros internacionales. Parece que la membresía en la comunidad internacional exige aceptar la solución de dos estados y ceder nuevamente territorio a los palestinos, bajo la esperanza de que eso traiga paz. Sin embargo, para muchos israelíes, después del 7 de octubre, hacerlo sería equivalente a un suicidio.
No son pocos quienes argumentan que Israel si bien es una democracia liberal al estar en un vecindario hostil debe actuar como sus vecinos si quiere asegurar su existencia. Ahora bien, pertenecer al club de países occidentales liberales es lo que le permite a Israel –a diferencia de otros países de la región- tener una economía pujante que se transforma en poderío militar con armas y equipamiento de última tecnología.
La contracara del poderío militar es que justamente por ser una sociedad liberal que valora la vida, es menos susceptible a tolerar bajas ya sean de soldados, civiles o secuestrados. Irán y sus proxis entienden muy bien este panorama y es allí a donde quieren llevar a Israel. Una guerra de desgaste en 7 frentes donde la sociedad sea quebrada ante la imposibilidad de tolerar diariamente soldados muertos en combate, civiles en atentados terroristas o secuestrados en los túneles de Hamas.
El carácter occidental de Israel fortalece sus capacidades militares, pero también debilita la resiliencia de su sociedad. Mientras el poder militar define la capacidad de golpear al enemigo, la verdadera resiliencia radica en la habilidad de recuperarse rápidamente de esos golpes, un desafío que va más allá de las capacidades bélicas y que tras casi un año de guerra es realmente difícil de exigir a una sociedad cansada que no ha tenido tiempo de llorar sus muertes y profundamente polarizada en torno a la figura de su primer ministro.
Irán ha conseguido formar con éxito un “eje de la resistencia” contra Israel, compuesto por Siria, Yemen, Irak y grupos terroristas palestinos, con el respaldo político de Rusia. Frente a este poderoso bloque, Israel no puede luchar sola. Se requiere una coalición capaz de hacer frente a Irán, y esa alianza debe incluir a los países sunitas, ampliando el círculo de paz iniciado por los Acuerdos de Abraham, con la incorporación clave de Arabia Saudita. Sin embargo, el precio que exigen estos países es la creación de un estado palestino, una demanda que, como mencioné antes, es difícil de aceptar para Israel.
En un país donde la supervivencia no es solo una cuestión de geopolítica, sino de la vida cotidiana, el equilibrio entre la seguridad y la paz es un hilo frágil que todos caminan. Al final del día, no es solo el poderío militar el que definirá el futuro de Israel, sino la resiliencia de una sociedad que, cansada y dividida, aún debe encontrar la manera de sanar.
Ambas lecciones son tan claras como difíciles de compatibilizar. Las exigencias de seguridad de Israel parecen chocar con la presión internacional a favor de una solución de dos estados. Al mismo tiempo, pertenecer al club de las democracias liberales trae beneficios, pero también tiene un precio que Israel aún no está seguro de si está dispuesto a asumir.