Los BRICS, una buena idea desvirtuada por la ambición política

La idea detrás del agrupamiento de estas naciones era resaltar su vocación de futuro y potenciarlas como destino de inversión

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FOTO DE ARCHIVO: El presidente ruso, Vladímir Putin, y el presidente de la Cámara Baja de la Duma Estatal de Rusia, Viacheslav Volodin, se reúnen con el presidente de la Asamblea Popular Nacional de China, Zhao Leji, en el marco del Foro Parlamentario de los BRICS en San Petersburgo, Rusia (Reuters)
FOTO DE ARCHIVO: El presidente ruso, Vladímir Putin, y el presidente de la Cámara Baja de la Duma Estatal de Rusia, Viacheslav Volodin, se reúnen con el presidente de la Asamblea Popular Nacional de China, Zhao Leji, en el marco del Foro Parlamentario de los BRICS en San Petersburgo, Rusia (Reuters)

A nadie le sorprendió el reciente comunicado de un portavoz del grupo BRICS indicando que jamás esta agrupación había considerado el ingreso de Venezuela. De haberlo considerado, esa decisión hubiese sido el último clavo en la urna del grupo BRICS ya que es difícil imaginar que un país que ha reducido su producto bruto en un 80% en los últimos 20 años y provocado la mayor ola de emigración de la historia de la región que habita pudiese ser valorado como miembro de un grupo definido en términos de su acelerado crecimiento y creación de clases medias. A menos, por supuesto, que el ingreso de Venezuela se hubiese planteado con fines didácticos de forma de aprender a evitar errores catastróficos en materia de desarrollo económico.

En efecto, para aquilatar la dimensión del disparate de considerar el ingreso de Venezuela habría que recordar que los BRICS son una creación de un banco de inversión norteamericano, concretamente Goldman Sachs, cuyo analistas observaron que el comportamiento de un conjunto de economías emergentes pareciese haber dejado atrás el subdesarrollo para arribar al crecimiento sustentable, que posteriormente se traduciría en desarrollo pleno. Esos países eran y son Brasil, Rusia, India y China. Posteriormente se unió Sudáfrica. Si se juntan las letras iníciales se llega a la palabra BRICS. La idea detrás del agrupamiento de estas naciones era resaltar su vocación de futuro y potenciarlas como destino de inversión para continuar favoreciendo el crecimiento de las tasas de desarrollo individuales y mediante el incremento del comercio entre estas naciones y el resto del mundo favorecer el desarrollo. Cada una de las naciones BRICS ostentaba para las postrimerías del siglo pasado tasas de crecimiento exuberantes y reducciones en los niveles de pobreza. Los capitales internacionales fluían hacia esos destinos porque, además de presentar ventajas comparativas con relación al resto de las naciones en desarrollo, todas habían abrazado el credo de la desregulación, la apertura de mercados y el fortalecimiento de los servicios de educación y salud.

En síntesis eran naciones que navegaban con éxito la globalización. Y que, gracias a la globalización, disfrutaban de un viento de cola que las proyectaba hacia mejores destinos económicos. Pero a comienzos de este siglo, los BRICS dejaron de ser una clasificación bancaria para convertirse en una organización burocrática con definiciones políticas. En 2006, bajo el liderazgo de Rusia, Brasil, India y China decidieron crear una asociación para desafiar el poder de las naciones desarrolladas y fomentar el surgimiento de un nuevo foco de poder mundial. Una vez tomada esta decisión procedieron los fundadores a considerar la sustitución del dólar americano por otras monedas en el comercio internacional; a establecer medidas proteccionistas encubiertas; y a desarrollar tendencias autoritarias en la conducta del gobierno. Además, invitaron a sumarse a la causa a naciones que carecen de senderos claros de desarrollo como Egipto y Etiopía. También invitaron a Arabia Saudita y los Emiratos Árabes, países que titubean entre sumarse o no.

Se pervirtió así una de las más significativas iniciativas para fomentar el desarrollo de naciones cuyas economías comenzaban a volar con fuerza propia. Las consecuencias de este poco afortunado giro institucional no se han dejado de sentir. Los inversores han perdido interés en los BRICS y buscan mejores destinos en naciones emergentes que prefieren atarse al estado de derecho y explotar al máximo sus ventajas comparativas como Vietnam, Chile, Senegal, Filipinas, Indonesia, Costa de Marfil y Ruanda. Estos países parecen más dispuestos a confrontar sin paradigmas políticos los retos del desarrollo y sentirse cómodos con la creación y crecimiento de sus clases medias. Si continúan por los senderos de la apertura comercial, el apego al estado de derecho y la realización de inversiones en infraestructura, educación y salud pronto dejarán atrás a los BRICS, que continuarán debatiendo cómo operar fuera de la influencia de las dos mayores economías del mundo: Estados Unidos y la Unión Europea

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