Al parecer no, por lo que la politica exterior de la potencia seguirá marcada por la polarización. Falta escaso tiempo para el veredicto de las urnas, y de esta campaña ha surgido muy poco que demuestre voluntad de recuperar los años perdidos, hasta malgastados en la división interna (la “casa dividida” de la que hablaba Lincoln) que ha caracterizado el debate político desde hace varias administraciones, una detrás de otra, y que también define al actual panorama, donde el tiempo se dedica a destrozar al adversario político mas que buscar puntos de encuentro.
En efecto, lo único que se acercaría a una propuesta conjunta es la existencia, tantos especialistas como de políticos en ambos partidos, que se animan a argumentar a favor de una profunda reforma y no de cambios cosméticos en la arquitectura de las organizaciones internacionales, partiendo por la probada ineficiencia de las Naciones Unidas y sus organismos dependientes. Por lo demás, para muchos es un sistema roto en lo ético, que parece no tener ni los valores ni los principios como para conducir o representar hoy al mundo.
Destaco lo anterior, ya que en general, el panorama no es optimista para la gran potencia, ya que hoy su posición es desafiada a todo nivel, y no se nota la voluntad de defenderse, lo cual complica la causa de la libertad en un escenario muy cambiante.
En primer lugar, desde al menos el gobierno del presidente Obama, EE. UU. ha perdido disuasión, siendo un ejemplo al respecto, la inactividad para confrontar a un declarado enemigo como es Irán en el Medio Oriente, y también la agresividad de Rusia en Ucrania y de China en relación con Taiwán, ambos unidos en una alianza, que no tiene otro destinatario que la posición de EE. UU. como constructor del actual sistema de relaciones internacionales. Y si estos dos encabezan el cuestionamiento global, también se muestra con algunos actores menores, como se evidencia la falta de disuasión ante los hutíes y la virtual disrupción del comercio en el Mar Rojo o de Maduro y su crimen organizado en el poder, que simplemente gobierna incumpliendo un acuerdo al que se había llegado para tener elecciones limpias. En todos estos casos, la potencia no ha reaccionado al nivel que le corresponde, si es que desea mantenerse como la indiscutida superpotencia, lo que hoy está en cuestión, ya que esta inacción puede llevar por ejemplo, a que China actúe sin complejo alguno, si es que sus líneas de comercio peligran o se ven amenazadas.
El problema para la mantención de EE. UU. como la potencia indiscutida, es que lo que hoy se le pide pasa por lo que le es mas difícil, ya que la mantención de su estatus pasa hoy por recuperar lo perdido que es unidad nacional para reaccionar ante los desafíos que se le presentan.
Ese es el problema numero 1 de Estados Unidos, recuperar disuasión y la división que provoca la polarización interna que se manifiesta en la guerrilla cultural de su elite. Ello incluye la indefinición y carencias de líneas rojas, que dejen en claro para amigos, adversarios y enemigos, por ejemplo, que hechos se consideran inaceptables y causal de conflicto o guerra. Por su propia naturaleza, tienen que ser respuestas precisas y no puede ser todo o nada, ya que a la superpotencia le corresponde dar certezas cuando el mundo esta revuelto. El problema es que China parece tener mayor claridad, ya que eso lo representa para ellos la independencia de Taiwán, y, por cierto, para Rusia lo es el uso de fuerza militar para recuperar el estatus perdido de gran potencia, aunque para ello deba recurrir a un menguante poder, como lo expresa el empantanamiento de su actual invasión de Ucrania.
En el fondo, la tragedia para EE. UU. es que ha perdido buena parte de la claridad y unidad que tuvo en la guerra fría y que le permitió ganarla. Hoy es una política exterior sin dientes, caracterizada por el hecho que ha dejado de ser la potencia indispensable, tanto para la paz como para la guerra, como se demuestra en sus profundas divisiones, tanto en relación con Ucrania como con Israel, quizás la consecuencia de como desperdició la oportunidad de convertirse por décadas en superpotencia única, al colapsar la ex URSS.
¿Qué puede hacer EE. UU.? Muchas cosas, pero en todas, o al menos en la mayoría lo que está haciendo es insuficiente, toda vez que hoy no puede permitirse lujos superfluos como tener su casa dividida, lo que confunde a todos, tanto a amigos como enemigos o adversarios.
Es así como tampoco avanza en la reforma al actual sistema internacional, necesitado de algo que solo ella puede acometer, como lo es una nueva arquitectura internacional, ya que, de partida, además de seguir financiando a un sistema, crecientemente en su contra, EE. UU. fue el creador de los dos del siglo XX como lo fueron no solo el actual sino también el anterior y fracasado de la Liga de las Naciones. El gran problema es el mismo, ya que para acometer esa tarea, necesita previamente un proyecto bipartidista de consenso, exactamente lo que no tiene ni aquí ni en ninguna otra parte, ni siquiera en inmigración.
Al respecto, es notorio que no está confrontando a Irán como tampoco a la alianza ruso-china, los tres empañados en desafiar un fundamento clave del poder estadounidense, cual lo es la vigencia del dólar como instrumento básico del poder financiero y comercial de Washington. Hoy, sigue siendo un problema todavía menor, pero no hay duda de que la acción de esos tres adversarios va a seguir atacando ese flanco como correlato del poder económico creciente de China, ayudado por decisiones del propio EE. UU. ya que no parece entender del todo, que hoy China le concede igual o aun mayor importancia a sus decisiones geopolíticas, viéndose su éxito comercial como un elemento al servicio de ese avance.
Incluso, EE. UU parece haber perdido algo que fue importantísimo en la guerra fría como fue su capacidad autocrítica, lo que se demuestra también en la forma como han perdido identidad, entidad y capacidad de análisis instrumentos de la politica exterior como lo son el Departamento de Estado y el Pentágono, donde hoy parecen predominar las ideas de una complaciente burocracia, inadecuada para los desafíos que tienen por delante. Por ejemplo, el fracaso de las sanciones para los objetivos que se diseñan, como las actuales para Rusia que no han logrado detener su maquinaria bélica. También es el caso de la falta de entendimiento de que la alianza ruso-china es estratégica y fortalece a China, su único rival verdadero por el sitial de superpotencia.
La falta de autocrítica se ve complementada con otra enorme pérdida, cual lo ha sido el rol de los medios de comunicación tradicionales, donde hoy parece predominar el activismo que ha hundido la consideración publica hacia una prensa que fue sin duda alguna la mejor del mundo, y que hoy parece no diferenciarse de las redes sociales en sus sesgos. También sus universidades están siendo cuestionadas a pesar de seguir siendo las mejores, pero se ha instalado la duda de si podrán mantener ese lugar por el predominio de banderas que son impropias para la libertad de expresión que se requiere para entender las complejidades del mundo actual.
Esa preferencia por la falta de debate se manifiesta también en la carencia de algo que también permitió ganar la guerra fría, es decir, la construcción de una narrativa mejor que la de sus adversarios, confianza en su propio sistema, y darse cuenta de que los aportes de sus instituciones, sin duda son mejores que sus alternativas. Es esa narrativa la que debiera ayudar a no tener dudas que debe contener la ofensiva islamista que ha tenido lugar en sus universidades con el apoyo a movimientos terroristas, no solo un tema de antisemitismo, sino también de seguridad nacional.
La necesidad de una adecuada narrativa, que combine hechos con emoción, hace imprescindible superar a través de la confrontación de ideas a elementos que han hecho daño a la posición de EE. UU. y que son extraños a una mejor politica exterior, lo que también necesita la superación del wokismo y el buenismo que hoy parecen predominar en algunas decisiones.
EE. UU. no solo necesita unidad, sino también darse cuenta de que sola no es capaz, ya que una adecuada politica de alianzas es imprescindible, desde el momento que el año 1945 era casi la mitad de la economía mundial mientras que hoy está más cerca de1/4, y aunque todavía supera a China, lo único seguro de una revisión de las últimas décadas, es que año a año, China reduce la distancia, sin que quede clara cuál es la agenda geopolítica de EE. UU. Tampoco hay claridad acerca de cómo incorporar al llamado tercer mundo, ya que la propia guerra de Ucrania muestra las limitaciones de una alianza que incorpore solo a los países desarrollados.
Al respecto, si se revisa la información que surge de, por ejemplo, el World of Statistics o similares, que muestran que la posición de EE. UU. en muchos indicadores ya no es la de un país que acostumbraba a figurar casi siempre en el trio o los cinco mejores, cuando hoy mas bien apunta a una ubicación más cercana a los doce o quince primeros. En otras palabras, el dominio de EE. UU. en presupuesto militar o producción de armas sigue siendo apabullante (otra cosa es la calidad de la inversión) como también lo es en producción científica, pero en muchos otros indicadores como calidad de vida y otros, uno ve un retroceso (también en calidad democrática) ya que en esos temas hoy predominan casi siempre los mismos, es decir, los países escandinavos, Australia, Nueva Zelanda. Eso da una aproximación mas objetiva del tipo de liderazgo que hoy debe (y puede) asumir Estados Unidos como potencia, si es que no quiere ser reemplazada. De partida, necesita más información de lo que ocurre en el resto del mundo en sus medios de comunicación.
Sobre todo, existe algo fundamental que EE. UU. no debiera olvidar nunca, que es su responsabilidad como líder, encabezar la defensa de lo que hizo la grandeza de Occidente. No basta con decir que la yihad islamista es su opuesto, sino ver en positivo la triple herencia que se ha recibido de las ideas de la ilustración, de las instituciones greco-romanas y de la civilización judeocristiana, hoy todo el conjunto cuestionado, dentro y fuera de los países herederos de ese pensamiento.
Los desafíos incluyen también la adaptación a fenómenos específicos del siglo XXI como el ascenso imparable de la India como potencia mundial y el indo-pacifico como sitio de conflicto y crecimiento económico. Desafíos que incluyen también el entendimiento que migración y drogas son fenómenos mundiales más que específicos de la relación de EE. UU. con amigos y adversarios, solo que Washington es particularmente ineficiente en su resolución.
La OTAN es un caso en cuestión del tipo de decisiones que hoy se demanda de EE. UU. ya que indudablemente, los países europeos, Japón y Australia seguirán sin dudarlo su liderazgo. ¿Es todavía una alianza predominante militar o lo es político-militar? Nació para confrontar a la exURSS, pero no hay duda de que pudiendo haber desaparecido se ha reinventado con nuevas incorporaciones y en la defensa de Ucrania. ¿Existe hoy para confrontar a la alianza ruso-china o para la defensa militar de la idea de Occidente? ¿O simplemente sigue siendo una alianza militar, pero por la falta de un equivalente como lo fuera el Pacto de Varsovia, debe ser leída hoy también en clave política? Lo que plantea el problema que, sin duda, algunos de sus integrantes como Hungría, Turquía o Francia no irían a las mismas guerras, olvidando que estas son la continuación de la politica por otros medios.
La misma globalización vive una nueva etapa con el retorno de la geopolítica al mismo nivel de la economía, con el fantasma del proteccionismo haciéndose presente. ¿Qué tipo de liderazgo ofrece EE. UU. en estas circunstancias? Y la respuesta, por tentativa que sea, abre el camino a nuevos conflictos, más propios del siglo XXI que del anterior, conflictos que pueden definir por si solos las alianzas futuras de EE. UU. como potencia, donde la fortaleza económica de China abre la posibilidad de disputas que simplemente no tuvieron lugar en el pasado, ya que la ex URSS nunca se integró del todo al sistema de comercio post segunda guerra mundial, siendo a diferencia de la China actual, un actor siempre secundario.
Por último, así como Nixon-Kissinger viajaron a Beijing en 1971 para reunirse con Mao, cambiando la historia para evitar toda posibilidad de predominio ruso, después del caos de la Revolución Cultural. Si persiste el desafío chino en un mundo donde el liderazgo en inteligencia artificial puede cambiar la ubicación de los actores en la balanza de poder, ¿habrá alguna disposición a viajar a Moscú para restarle ese poder nuclear a China? ¿Y a cambio de qué?
El desafío para EE. UU. es mayúsculo ya que la alianza ruso-china quiere plantear un escenario que podría traer consigo el fin del comercio internacional basado en reglas, para dar paso a definiciones geopolíticas y de seguridad nacional, donde consideraciones de poder pueden ser cada vez más relevantes.
Y si ello corresponde a temas estratégicos de gran nivel, una potencia que aspira a seguir como líder no puede seguir actuando como país pequeño, tomando decisiones sobre la base de afinidades con el partido o líder en el poder y no por consideraciones de Estado, como por ejemplo ocurrió con Brasil donde hubo una notoria preferencia por Lula, a pesar de que se sabía que iba a acercar su politica exterior a adversarios de EE. UU., o también el caso de Israel donde predominó el deseo que Netanyahu abandonara el gobierno por sobre la relación de alianza que debió haberse impuesto.
¿Y el mundo subdesarrollado? Cada vez más irrelevante, tanto en lo económico como en lo tecnológico o lo político, como si la historia le pasara por el lado, siendo un ejemplo de ello, América Latina, donde no se nota presencia alguna de esa región en la actual campaña electoral, al contrario de lo que esta ocurriendo con la votación de los latinos, hoy la primera minoría en EE. UU., una que va a seguir creciendo en número, consecuencia de la migración.