El gobierno de Boric fracasó. Del ambicioso programa de transformaciones no queda casi nada como tampoco de la pretendida superioridad moral con la que llegaron al poder. Con rapidez perdió el apoyo mayoritario obtenido en la segunda vuelta, demostrando que los votos que se habían agregado a los obtenidos en la primera votación eran mas bien votos prestados. Se jugó su suerte con la convención constitucional y los chilenos rechazaron la refundación de Chile.
De la mitad de los votos ha sido reducido a 1/3 lo que seguramente será confirmado en las elecciones municipales que tendrán lugar el próximo mes, lo que no es malo para él, ya que, al ser un hombre joven, le da un capital político para reinventarse y volver a intentarlo en el futuro. Sin embargo, por ahora no se ve una continuidad inmediata para este gobierno y un ejemplo del fracaso es que la candidatura mas viable para la izquierda seria nada menos que la expresidenta Bachelet y no alguien de la coalición hoy en el poder.
Ha sido un aprendizaje en que los electores se dieron cuenta del costo de una mala elección en que se vota sobre la base de la emoción por sobre la razón y de una narrativa que se impone a los hechos. Y eso que Boric ha sido incluso afortunado en lo internacional, ya que su posición sobre Venezuela ha sido bien recibida, a pesar de que en el pasado fue un chavista entusiasta y la oposición chilena le dice que haga lo que no ha hecho que es reconocer la victoria de Edmundo González, además que Cuba y Fidel siguen siendo el gran tabú del progresismo latinoamericano y nunca ha habido palabra alguna de crítica.
Sin embargo, la experiencia de gobierno le ha permitido cambiar de opinión en muchas cosas, salvo en su antisemitismo demostrando cuan persistente es la fobia mas antigua de la humanidad.
Incluso y aunque parezca raro, su gobierno fue salvado de un problema mayor, ya que el sentido común de los electores permitió que el proyecto de constitución que quería fuera derrotado por casi un contundente 62%, como también lo fue un proyecto derechista de signo opuesto al año siguiente. Al rechazar la constitución rupturista, los chilenos hicieron algo más, que fue salvar a Chile al menos al Chile que había sido fruto de una evolución de dos siglos.
El fracaso del actual gobierno no es en ningún caso algo inédito, sino que es antiguo lo de los mandatos que no se prolongan. Es así como que, en el siglo pasado, entre 1972 y 1973 las alternativas de gobierno variaron de elección a elección con la excepción del Frente Popular que fue eso una excepción. Aunque tuvo la particularidad de haber sido uno de los tres que conoció el mundo, habiendo terminado los otros dos en tragedia en esos mismos años, España en guerra civil y Francia, en derrota humillante ante la Alemania nazi.
Casi sin excepción, predominaba la insatisfacción al final de los periodos, ese ciclo se cierra en 1973 con la polarización mayor que conoció Chile en su historia, el golpe de Estado y la terrible violación de derechos humanos que el país no logra todavía superar del todo, medio siglo después. Fue un periodo también con mucha influencia ideológica y política del extranjero, incluyendo la guerra fría.
Sin embargo, Chile fue capaz de superar sus divisiones, ponerse de acuerdo sobre la democracia y el mercado y a partir de 1990, iniciar un proceso de transición a la democracia que le dio al país las mejores décadas que había conocido, sin haber firmado ningún documento, solo claridad en torno a esos puntos, es decir, dos objetivos y una profunda valoración de la democracia de los acuerdos y la comprensión de la importancia del dialogo y los consensos para el progreso de las sociedades.
Como se mantuvieron reformas económicas que se habían iniciado no en democracia sino en dictadura, hay que decirlo tal como fue, que en Chile tuvo lugar un proceso modernizador capitalista con crecimiento de las clases medias, donde por primera vez el progreso individual respondió más del mercado que del Estado.
Las cifras nos muestran que Chile lo hizo bien, ya que de ser un país en la medianía pasó a encabezar a América Latina en crecimiento económico e índice de desarrollo humano, como también según las cifras tanto del Banco Mundial como de la Cepal, a modo de ejemplo entre 1990 y 2018 la pobreza extrema disminuyó de 39% a 8,6%.
Todo ello cambiaria bruscamente en octubre del 2019 cuando una inédita violencia en las calles sobrepasó al gobierno y a la policía y puso en riesgo, la propia continuidad del sistema democrático. ¿Qué le pasó a Chile? Me preguntaba y me preguntaban, y la verdad es que aún no tengo una buena respuesta que le ocurrió a muchos, incluyendo medios de comunicación y gente muy cercana a quien aprecio sinceramente, ya que no me asustó tanto la violencia como la aceptación que recibió.
La polarización y la división volvieron a ser parte del del horizonte cotidiano y se ingresó a una verdadera lotería electoral entre 2019 y 2023, donde los electores cambiaron de opinión de una a otra votación, eligiendo propuestas y candidaturas opuestas, una de la otra y esta de la siguiente, lo que se refleja en el tránsito desde un gobierno de centro derecha como el de Piñera al actual del progresismo de Boric.
Muchas veces ha sobrado arrogancia intelectual con la falsa idea, que tanto daño ha hecho, de que existiría una supuesta “excepcionalidad del país”, que se ha reflejado en ideas como la previa a 1973 “que en Chile no habían golpes de Estado” o la mas reciente previa al estallido de violencia que “en Chile las instituciones siempre funcionan”, cuando en realidad de lo que el país puede sentir legítimo orgullo es algo de menor entidad pero fácilmente comprobable, cual lo es la capacidad para canalizar el conflicto y llegar a acuerdos jurídicos, y cuando fallan los políticos salva la situación el pueblo elector, tal como ocurrió con las dos votaciones donde sendos referéndums rechazaron dos propuestas constitucionales, sobre todo, el delirio refundacional que caracterizó al primero.
Tengo un libro en imprenta acerca de estos dos procesos constitucionales fracasados, lo que llamo el “giro de 360 grados” toda vez que fue una perfecta circunferencia, desde el momento que dos procesos de signo contrario, uno que quiso cambiar (casi) todo y otro que no quiso cambiar (casi) nada devolvieron a Chile exactamente al punto de partida, la actual constitución, que lleva no la firma del general Pinochet como se mintió una y otra vez, sino que desde 2005 la del expresidente Lagos y todos sus ministros.
Por lo tanto, el fracaso de Boric está cerrando esta etapa. Llegó a cambiarlo todo y no ha hecho mayor cosa, ni en lo que se temía ni en lo que se anhelaba. Sin embargo, el aprendizaje puede haber sido costoso, pero, por lo mismo el país puede haberse logrado una ganancia neta, en la valoración de la democracia como búsqueda de grandes acuerdos. Quizás se pueda iniciar el camino a un Pacto por Chile, que idealmente busque abordar dos puntos y nada más que dos, el desarrollo como meta alcanzable y la democracia de calidad, ambos objetivos a ser cumplidos a través de las mejores políticas públicas, ya que hay ahora en Chile como también en el mundo, mucha evidencia sobre lo que funciona bien como también sobre lo que no ha funcionado nunca, toda vez que hay caminos que nos acercan al desarrollo socio- económico y a la democracia de calidad y otros que nos alejan de ambos.
Por cierto, en democracia también se requiere que en el electorado predomine la razón por sobre la emoción y los hechos por sobre la narrativa, o si no, de otra manera, los países pueden entrar en el camino hacia el precipicio que vivió Chile, donde hay aceptación de la violencia para el cambio social.
Por lo tanto, a los profesionales de la política se les pide que actúen con seriedad y prudencia para que exista estabilidad. De ahí la importancia de acuerdos básicos sobre el seguimiento de caminos de éxito probado en la generación de los recursos que permitan financiar derechos colectivos, con la gradualidad que los haga sustentables a través del crecimiento económico y de la productividad, con la exigencia al parecer mayoritaria, de un incremento sostenible en la igualdad y no de la equidad que recomiendan algunos, ya que el objetivo es que todos dispongan de herramientas similares para poder participar, pero no se debe asegurar previamente un resultado que favorezca a algunos en detrimento de otros, solo por razones identitarias como sexo o raza.
Por su parte, para la democracia de no calidad basta con decir que las instituciones funcionen, sino que deben hacerlo de buena forma, solucionando problemas en vez de crearlos y con un sistema electoral que permita la consolidación de alternativas sólidas, en vez del actual sistema que premia el fraccionamiento y permite la existencia de muchos (demasiados) partidos, herencia del trabajo de la llamada Comisión Engel, que simplemente no dio el resultado esperado, quizás por el predominio de integrantes que no poseían mayor experiencia o conocimiento sobre el funcionamiento real de la política. Hoy se necesita menor cantidad de partidos y un sistema que permita una mayor cuota de gobernabilidad.
También se requiere un compromiso para la reforma del Estado, maquinaria anticuada y anquilosada, cuyo aggiornamento es clave para aceptar que se vive el siglo XXl y no seguir pegado a los fantasmas de la Unidad Popular o de Pinochet.
En el Chile de hoy no predominan imágenes de golpe de Estado o expropiaciones de propiedad, pero si hay temores reales a diversas inseguridades, desde el miedo a la delincuencia desatada a no tener acceso a la salud o una baja pensión al jubilar, todas razones concretas que explican por si solas la necesidad de un gran Pacto.
En otras palabras, a través de la Democracia de los Acuerdos se puede consolidar mejor el crecimiento económico, la estabilidad política, la inserción internacional y la reducción de la pobreza para lo cual es imperativo que los deberes figuren tanto como los derechos, que se respete la ley y el rechazo a toda forma de impunidad, incluyendo la corrupción de cuello y corbata, deseos que son compartidos por quienes nacieron en el territorio como también los centenares de miles de migrantes que han hecho de Chile su hogar en las últimas décadas, y que ya pueden votar.
La verdad que se requiere un camino que para ser duradero necesita de dialogo y de respeto en vez de confrontación y crispación, y de igualdad de requisitos entre derechos y deberes como por lo demás -aunque sea poco conocido- que ambos figuran en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada en la ONU en 1948, derechos que en admirable síntesis van desde las opiniones a la propiedad.
Se vive una época donde la vieja (y útil) caracterización de izquierda y derecha es cada vez menos relevante, incluyendo Francia, el país donde se originó en época revolucionaria en el siglo XVlll para describir donde se sentaban los partidarios del rey (derecha) de quienes querían un cambia profundo (izquierda ).
A diferencia de otros intentos del pasado, se necesita total transparencia, no solo en que siempre se sepa que se ha acordado, sino también que sea plebiscitado. Se necesita ética, mucha ética, una ética de principios más que de valores, ya que estos últimos son históricamente cambiantes, mientras que los principios son menores en cantidad y son más sólidos y rara vez, gaseosos o líquidos. Sobre todo, se requiere precaución, ya que Chile cambio de opinión con enorme velocidad en años recientes, y el octubrismo, como denominación de la violencia que apareciera en el mes de octubre del 2019, todavía tiene partidarios, aunque en menor cantidad, pero esperando el momento oportuno para reaparecer.
Tengo la sensación de que a Chile le está cayendo un velo, uno tupido, pero que permite volver a visualizar la agenda extraviada. En lo personal me entusiasmo ya que toda mi actividad pública ha girado en torno a estos conceptos, sea en academia, medios de comunicación, docencia o candidaturas a cargos públicos, en el sentido de creer que lo realmente distintivo de la democracia es la capacidad de resolver pacíficamente el conflicto a través de la demostrada y única capacidad para llegar a grandes acuerdos a través del consenso y el dialogo.
Si este Pacto durara varios gobiernos, es decir, razonables 25 a 30 años, la estabilidad y previsibilidad que se obtendría seria un logro, no solo para Chile sino también para toda la región, donde ningún país ha logrado dar este salto cualitativo al elusivo desarrollo como también una democracia de calidad con bajos niveles de corrupción. Argentina pudo haberlo logrado antes que el General Perón desviara el camino. Venezuela también dispuso de los recursos, pero no pudo hacerlo aun antes que llegara Chávez a dinamitar el camino.
Aunque ya había dejado atrás sus mejores años y le habían entrado dudas, el propio Chile también pareció ir por el camino adecuado, hasta que le apareció la violencia el 18 de octubre del 2019 en días en que todavía Chile creía que podría acercarse a Portugal en ingreso per cápita en la parte baja de los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico) el club de los países ricos y se preparaba para ser sede de dos muy importantes cumbres mundiales, que tuvieron que ser suspendidas. Las tres naciones tuvieron su oportunidad, pero la desperdiciaron, en buena parte por responsabilidad de sus propios electores.
Mi argumento es que, así como la transición a la democracia no supo reencantar a los chilenos, renovándose en el éxito, después del fracaso actual de Boric, Chile podría volver a recuperar el camino al éxito, además de honrar a esos votantes que salvaron al país de un extravío constitucional del cual le hubiera sido difícil recuperarse, toda vez que el nutrido articulado transitorio aseguraba aplicación inmediata, sobre la base de la supremacía constitucional.
Aunque el octubrismo en su paso destructor también hizo prácticamente desaparecer al centro político que ya había sido duramente afectado, cuando tanto social cristianos como socialdemócratas no fueran capaces de defender los grandes logros de la transición chilena, la senda extraviada podría volver a recuperarse. Y aunque hoy no se ven, es de esperar que aparezcan aquellos lideres y sectores capaces de producir un dialogo en busca de soluciones, similar a quienes se hicieron presentes con patriotismo en ambos sectores, después del plebiscito de 1988 que le dijera no a la pretensión del General Pinochet de continuar en el poder.
En esa oportunidad, los acuerdos en torno a la democracia y al mercado, le dieron al país un periodo de los más beneficios de su historia, a pesar de lo mucho que entonces los separaba, más que hoy. Si ahora el país juega bien sus cartas, con convicción e inteligencia, puede pasar a un estadio superior, un Pacto por Chile, donde en vez de la polarización, se recupera la democracia de los acuerdos para ser el primer país de América Latina, que sin complejos se decide a avanzar hacia el desarrollo socio económico y la democracia de los acuerdos, la de calidad.
Este tipo de logros solo se puede conseguir en países democráticos con un buen funcionamiento de las instituciones republicanas, y ahí puede ayudar y mucho, que, aunque no siempre logra llegar a buen puerto cuando hay tempestad social, Chile ha demostrado más de una vez, la capacidad para canalizar el conflicto, transformándolo en acuerdos.
Como conclusión, por cierto, muchas cosas se han conseguido compitiendo, pero aún más éxitos la humanidad ha obtenido gracias a la colaboración, partiendo por el hecho que la propia supervivencia de nuestra especie de homo sapiens a ello se debe, al igual que así aparecieron el lenguaje y las instituciones sociales.
Nada más, pero también nada menos.