Si hay una causa justa para intervenir en un país es lo que pasa en Venezuela. Esa nación hoy tiene un gobierno mafioso que protege y se nutre del narcotráfico, que expulsó a millones de venezolanos y creó la peor crisis humanitaria en la historia del continente, con millones más en camino al exilio, y que, además, administra una represión brutal contra ciudadanos inocentes.
La gran justificación política y moral para una intervención es que el pueblo venezolano, en unas condiciones de desigualdad increíbles, eligió, con millones de votos de diferencia, en contra del dictador mafioso y de su sistema, a un demócrata, a un hombre decente, Edmundo Gonzalez.
Causa justa, así se llamó la operación con la que Estados Unidos, en diciembre de 1989, derrocó a un dictador mafioso, Manuel Antonio Noriega, y ayudó a instalar un gobierno democráticamente electo en mayo de ese mismo año. Los panameños votaron por Guillermo Endara como primer mandatario de su país, pero Noriega no solo no aceptó el resultado sino que se aferró al poder y generó una represión que, eso sí hay que decirlo, fue muchísimo menos brutal que la de hoy en Venezuela.
Ya todos sabemos cómo terminó esta historia. El dictador Noriega en la cárcel por el resto de su vida y la democracia de Panamá, 35 años después, sigue vivita y coleando. Es más, hoy su presidente, José Raúl Mulino, se ha convertido en uno de los líderes del nuevo bloque democrático que defiende la libertad en la región, en contraposición a Lula, Petro y AMLO, quienes, supuestamente demócratas, guardan silencio cómplice frente al horror de Venezuela. En eso el presidente de Chile, proveniente del Partido Comunista, Gabriel Boric, les da una gran lección de coherencia, decencia y dignidad democrática.
Los tiempos han cambiado, para bien y para mal. Hoy Venezuela es una país intervenido por regímenes extranjeros como Rusia, Irán y Cuba, que le prestan seguridad al régimen, manejan la inteligencia ,con apoyo de militares venezolanos, y ayudan en la represión contra la población. No solo eso, también reciben petróleo gratis y están involucrados en los negocios del narcotráfico y el oro ilegal. Como si esto fuera poco, utilizan a Venezuela como trampolín de desestabilización para toda la región y de pista de aterrizaje para que sus organizaciones criminales, como la mafia rusa o Hizbolla hagan negocios tranquilamente.
Estados Unidos, recientemente, jugó un papel fundamental para que la elección de Bernardo Arévalo en Guatemala no fuera abortada por sectores opositores, que no lo querían en el poder. La injerencia fue brutal y el objetivo democrático se dio. Lo de Venezuela puede ser un poco más difícil, aunque hoy Maduro y su mafia con un “empujoncito” se caen.
Un escenario: el gobernador del Zulia, Manuel Rosales, declara su estado como una región donde se reconoce como presidente a Edmundo Gónzalez y pide ayuda a la comunidad internacional para hacer respetar ese escenario de libertad. Estados Unidos, en ese caso, puede dar ese apoyo y actuar de muchísimas maneras, incluyendo ayuda militar directa, para facilitar que, desde allí, gobierne el presidente electo, para que los militares que quieran desertar pasen a hacer parte de un nuevo ejército libertador armado, entrenado y bien pagado, que comience a recuperar la libertad de su país. Maduro no aguanta una semana y buscará negociar su salida, pues sabe que la alternativa es acabar como Noriega.
La lucha hoy entre dictaduras y democracias o libertad y autoritarismo requiere de coraje político, el cual desafortunadamente está escaso. Quizás después de las elecciones de noviembre Joe Biden, quien ha actuado de manera impecable en las crisis de Ucrania y de Gaza, decida terminar su mandato acabando con la peor dictadura que hay hoy en América Latina. Su olvido de la región, la que supuestamente conocía bien, fue una gran desilusión, pero tiene en sus manos la oportunidad de rehacer su historia y salir en hombros con la cabeza de Maduro en la maleta. Soñar no cuesta nada, pero hoy la debilidad del dictador mafioso del vecino país es una oportunidad de oro, con justificación moral y un bajo costo militar.
No sería nada malo que se diera un gran movimiento en la región, encabezado por los expresidentes en el sentido de este escrito. Los comunicados y las declaraciones que hoy hacen no sirven de nada o, de pronto, para que ellos puedan dormir tranquilos. Millones de venezolanos que hoy no ven más opción que salir de su país agradecerían ese gesto y ese apoyo, especialmente si se concreta.
El efecto, además, transcendería fronteras. Los dictadores y las potencias extracontinentales quedarían avisadas del costo de su descarada intervención en los países de América Latina. Muchos de los demócratas, como yo, seríamos soldados de esa causa para apoyar la nueva liberación de Venezuela. En el siglo 19 los invasores eran los españoles; en el siglo 21, son los rusos, los cubanos, los chinos y los iraníes. Es hora de sacarlos.
Hace unos días, un analista político me dijo que pocas veces se ve una oportunidad geopolítica como la que hoy se da en América Latina: los enemigos naturales de Estados Unidos, Rusia, Irán y China se montaron juntos en un barco que hace agua, Venezuela, solo falta un esfuerzo para hundirlos. ¿Será? Seré el primero en apoyarlo, en celebrarlo y en justificarlo, aunque hoy una acción de esa naturaleza se justifica sola.