El 16 de agosto, la Policía Federal argentina frustró un plan terrorista islamista supuestamente vinculado a ISIS y a los talibanes para asesinar a judíos en Mendoza —el segundo plan de este tipo descubierto en Argentina este año.
El pasado noviembre, los servicios de seguridad brasileños evitaron un atentado similar contra la comunidad judía del país, planeado por la organización terrorista libanesa Hezbollah, agente apoderado de la República Islámica de Irán.
Aunque estos complots fueron descubiertos a tiempo y se evitaron asesinatos en masa, lamentablemente demuestran que las comunidades judías de América Latina siguen siendo el objetivo de redes terroristas islamistas tanto suníes como chiíes que, hasta hace poco, parecen haber operado con impunidad.
En julio, me reuní en Buenos Aires con representantes de organizaciones judías de todo el mundo para rendir homenaje a las víctimas del atentado de 1994 contra la sede del centro comunitario judío AMIA, fundado en 1894. En el atentado, planeado por Irán y sus aliados terroristas, murieron 85 personas y más de 300 resultaron heridas, convirtiéndose en el ataque antisemita más letal desde el Holocausto —hasta que fue trágicamente superado por el del 7 de octubre en Israel.
El atentado contra la AMIA se produjo dos años después de un atentado similar en el que un terrorista suicida de Hezbolá estrelló una camioneta contra la embajada israelí en Buenos Aires, matando a 23 personas e hiriendo a 242. Tengo amigos que sobrevivieron a este horrendo atentado y otros que perdieron a sus seres queridos.
La comunidad judía de Argentina, la mayor de América Latina, aún no ha visto que se haga justicia contra los autores de estos crímenes.
Los acontecimientos de la última semana han sido un sombrío recordatorio de que las redes terroristas islamistas, ya sean respaldadas por el régimen iraní o por otros actores estatales o no estatales, siguen siendo una de las principales amenazas para la seguridad de los países latinoamericanos y, especialmente, para sus comunidades judías.
Los ataques contra la población judía de Argentina —a pesar de la distancia física, política y militar del país con respecto al Medio Oriente— demuestran una vez más que los islamistas atacan a los judíos por ser judíos, sin importar el lugar del mundo en el que se encuentren ni lo que ocurra en el Medio Oriente.
De hecho, en julio de 1994, el mismo mes del atentado contra la AMIA, Yasser Arafat, líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), protagonizó un histórico regreso a Gaza después de que se concediera a la Autoridad Palestina (AP) un autogobierno limitado en Gaza y Jericó, un paso clave en el desarrollo de los Acuerdos de Oslo.
Entonces, igual que ahora, parece que la perspectiva de paz inspira los más crueles estallidos de violencia terrorista contra los judíos, sin importar quiénes seamos o dónde estemos. Al fin y al cabo, como han señalado los analistas, Hamás habría planeado y ejecutado los atentados del 7 de octubre como respuesta al éxito de los Acuerdos de Abraham y por el temor a que Arabia Saudita se convirtiera pronto en signatario y socio de paz de Israel.
Aunque el complot más reciente en Mendoza parece provenir de una célula terrorista que apoya la retórica de ISIS y los talibanes, la principal fuente de amenaza contra los judíos latinoamericanos siguen siendo la República Islámica de Irán y Hezbolá, su agente terrorista.
Es más, parece ser que las amenazas actuales tienen su origen en las actividades de células y redes de Hezbollah que llevan mucho tiempo establecidas y se han vuelto más sofisticadas.
Por ejemplo, la policía colombiana detuvo a Mahdy Akil Helbawi a principios de este mes, en coordinación con el FBI. Helbawi también está señalado por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos como agente y financiero de Hezbolá. Sin embargo, lo más destacable es que es hijo de Amer Akil Rada, un agente de Hezbolá implicado en los atentados contra la AMIA y la embajada israelí en Buenos Aires.
Décadas después de la atrocidad de la AMIA, Hezbolá sigue recibiendo dinero procedente de diversas actividades en Colombia y Venezuela, incluido el tráfico de drogas.
Hezbollah tiene una larga relación con los cárteles de la droga sudamericanos, pero también ha expandido sus actividades al uso de criptomoneda para blanquear y transferir más fácilmente sus fondos. Esto, a su vez, ha ayudado a Hezbollah a adaptar y desarrollar las formas en que ataca a las comunidades judías latinoamericanas.
Por ejemplo, en Brasil, dos agentes de Hezbollah reclutados en las comunidades locales de la diáspora del Medio Oriente consiguieron contratar a seis ciudadanos brasileños para realizar atentados contra objetivos judíos en Brasilia. El complot fue frustrado el pasado noviembre por las autoridades brasileñas, pero demostró la capacidad de Hezbollah para aprovechar nuevos métodos y redes para aterrorizar a judíos y no judíos por igual.
El terrorismo es una amenaza no solo para los judíos, sino también para las sociedades democráticas de todo el mundo. Por esta razón, todos los líderes mundiales que creen en la coexistencia pacífica deben trabajar juntos para erradicar el extremismo y luchar contra el terrorismo.
Estos esfuerzos deben incluir la adopción de medidas más severas contra los países que promueven y apoyan activamente a las organizaciones terroristas, como es el caso de la República Islámica de Irán, y designaciones y sanciones dirigidas contra toda la red de individuos y entidades que financian y facilitan el terrorismo.
En la ceremonia del 30º aniversario de la AMIA, el Presidente argentino Javier Millei afirmó que “El silencio apoya al mal”. Nuestras sociedades no pueden permitirse otra tragedia como la AMIA, ni otro 11-S, ni otro 7 de octubre y, por tanto, el silencio no es una opción.
*Marina Rosenberg es Vicepresidenta Senior de Asuntos Internacionales de la Liga Antidifamación (ADL) y ex embajadora y diplomática. Esta columna se publicó en inglés en Algemeiner.