En el último mes se ha desatado una de las grandes batallas políticas y estratégicas del siglo XXI; el tema: censura, redes sociales, plataformas de mensajes, criminalidad y libertad de expresión. El primer tiro lo disparó Nicolás Maduro, cuando atacó a Twitter y a Tik tok por el papel que jugaron en la visibilización del robo de las elecciones en Venezuela. La molestia del dictador mafioso llegó hasta el punto de calificar de fascista a la red social TikTok, olvidándose que los principales dueños son sus aliados los chinos.
El segundo disparo vino hace unos días, cuando la justicia francesa ordenó el arresto del empresario ruso Pavel Durov, fundador de la plataforma de mensajes Telegram, una de las competencias más rentables de Whatsapp. ¿La acusación? Falta de cooperación con las autoridades para combatir la criminalidad que utiliza esa plataforma y la falta de moderación del contenido. Esta red, a diferencia de Whastapp, permite grupos de 200 mil personas, lo que facilita su uso por parte de organizaciones extremistas, y la acusación es por 12 delitos, entre los que están transacciones ilícitas, pornografía infantil y fraude. Además, se le acusa de tener un mecanismo de moderación mucho menos sofisticado y menos agresivo que el de las otras plataformas de mensajes.
El tercer disparo lo dio el mayor accionista de Facebook, hoy Meta, Mark Zuckerberg, quien, en una carta al Congreso de los Estados Unidos, aceptó que en esa empresa, y en Instagram, censuró información y cuentas, por presiones de la administración de Joe Biden, en temas de covid, que no seguían los lineamientos del gobierno en ese entonces; además, aceptó que, antes de las elecciones del 2020, estas redes sociales limitaron la información sobre el hijo de Joe Biden, Hunter, que eran muy perjudiciales para el entonces candidato demócrata, quien ganaría la presidencia en noviembre de ese año.
El fondo de estos tres hechos es el de la libertad expresión. En el caso de Venezuela, en defensa de la democracia, con apego a la verdad y en una lucha contra el control de la narrativa que quiere imponer una dictadura. En el caso de Telegram, es esta misma libertad, utilizada a fondo por los gobiernos y ciudadanos de Ucrania y Rusia en esta guerra, al lado del uso con intenciones criminales facilitadas por un control ligero del uso que tiene esta plataforma. Y en el de Facebook, el poder de los gobiernos para generar censura clara y directa y para presionar a una empresa global tan poderosa como Facebook con objetivos políticos.
Elon Musk ya inició su campaña de liberen a Pavel, y todos los libertarios se han unido. Telegram, a diferencia de Facebook, Whastapp, Instagram, Google o Apple, nunca ha aceptado los requerimientos de los gobiernos. “La decisión de Durov ha acabado convirtiendo a Telegram en una app capaz de lo mejor y lo peor: en la gasolina de movimientos sociales y revueltas populares en Hong Kong, Irán, Ucrania o Bielorrusia, en lo que se llegó a conocer como la “revolución Telegram”, pero también en uno de los mayores escondites de internet para grupos terroristas islámicos, supremacistas blancos, teóricos de la conspiración y redes de narcotraficantes y pedófilos”, dice el portal español El Confidencial.
La aceptación de Zuckerberg, en la que además se arrepiente de haber acatado esas órdenes de censura del gobierno Biden, muestra también cómo las democracias pueden utilizar esa censura para beneficios políticos y partidistas. Rusia, que es una dictadura, defiende a Pavel como un luchador de la libertad de expresión, lo que no deja de ser irónico.
¿Hay manera de lograr un equilibrio real entre la libertad de expresión y estas redes sociales y plataformas de mensajes que no tienen cómo controlar a millones de usuarios? Si Biden fue capaz de censurar a Facebook, ¿podemos confiar en el control de gobiernos democráticos? En la batalla política e ideológica de hoy, en la cual las dictaduras y los gobernantes autoritarios censuran las redes al interior de su país, por un lado, mientras las utilizan muy bien, por el otro, para generar disrupción en sus rivales democráticos, ¿dónde queda el límite de control en las democracias?
No es una pregunta cualquiera, pues las democracias requieren de un nivel de legitimidad para sobrevivir. Las democracias iliberales no son democracias, por eso en este debate hay una línea muy difícil de demarcar. El caso de Telegram puede abrir un camino si se hace de manera transparente, equilibrada y con todas las salvaguardias necesarias. La verdad siempre es mejor que sea un juez, que se puede apelar, el que decida en las democracias hasta dónde se puede llegar en el control de este contenido, y no una agencia del gobierno, que está al vaivén de la política.
Tampoco es que los dueños de esas empresas sean unos ángeles. Hoy son tan poderosos en el mundo como los barones ladrones lo eran a finales del siglo 19 en Estados Unidos. Entonces eran JP Morgan, Andrew Carnegie, John D. Rockefeller y Cornelius Vanderbilt; hoy son Elon Musk, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, Larry Page y Bill Gates.
Los primeros fueron puestos en cintura por el presidente Theodore Roosevelt cuando, a través del “Sherman Act”, una ley antimonopolios, los obligó a desconcentrar la propiedad y crear competencia. El poder de estos segundos aún no sabemos cómo limitarlo o si, de pronto, es a través de este debate sobre libertad de expresión que se abre la puerta de control, desconcentración y competencia.
Por ahora, habrá que esperar que en este debate sobre control y libertad de expresión prevalezca la sensatez; pero, tal y como comenzó, no lo creo. Por ahora, un juez francés tiene la palabra. Ojalá sea sensato.