Lo que acaba de pasar en México, en un hecho de narcotráfico, narcotraficantes y la relación con el presidente de ese país, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), no solo es muy grave, sino que es un síntoma de un cáncer que se extiende por toda la región, en especial en Colombia, con el actual presidente Gustavo Petro.
Lo sucedido, que sorprende no haya sido más publicitado, parece sacado de la serie Narcos, versión mexicana, en la cual la corrupción de este negocio llega hasta la misma presidencia de la República, algo sin precedente en la región. Ooops, se me había olvidado el caso de Ernesto Samper en Colombia, elegido en 1994 con dineros de los narcos, o el del presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, extraditado, acusado y condenado en Estados Unidos por narcotráfico. Ni hablar de los dictadores Nicolás Maduro en Venezuela o el original en estos temas, Manuel Antonio Noriega en Panamá.
No quiero, al citar estos antecedentes, minimizar lo que pasó en México, que ya les cuento, sino al contrario, mostrar que este es un patrón histórico que ha ido creciendo en la región y que se ha desplazado de los narcos colombianos a los mexicanos, hoy, los grandes dueños de este negocio. Sin embargo, no hemos visto en la región un poder como el que tiene la mafia mexicana, que logró permear todo el sistema político de ese país, elegir gobernadores y alcaldes y, además, tener un presidente que ve con buenos ojos esa ‘alianza’ de la política con el crimen organizado.
Es más, AMLO, en sus seis años de gobierno, prefirió “los abrazos y no los balazos” con los narcos, se opuso a la captura y extradición del hijo del Joaquín “el Chapo” Guzmán, Ovidio Guzmán, a la extradición de otro narco importante, Rafael Caro Quintero, cofundador del cartel de Guadalajara, capturado en el 2022, y armó tal lío con Estados Unidos por la captura en Los Angeles del general Salvador Cienfuegos -ministro de Defensa de México en el gobierno anterior- para juzgarlo por narcotráfico, que, en un acto de debilidad, la administración de Donald Trump lo devolvió a México, donde hoy está libre.
Lo de las pasadas dos semanas con dos grandes operadores del narcotráfico en México es de película. Los americanos engañaron a otro hijo del “Chapo” Guzmán, Joaquín, junto a un socio y narco muy buscado -fundador del Cartel de Sinaloa-, Ismael “El Mayo” Zambada, y se los llevaron a Estados Unidos, donde van a ser juzgados por narcotráfico.
Todo quedaría exclusivamente en una violación a la soberanía, aunque el embajador de Estados Unidos en Mexico lo niega, si no fuera por un comunicado de Zambada antes de entrar a la Corte en Brooklyn, en el cual afirma que fue “emboscado en una reunión que convocó Joaquín Guzmán López, hijo de “El Chapo” Guzmán, para mediar en una disputa en curso entre Rubén Rocha Moya y Héctor Melesio Cuén Ojeda… La relación de Rocha Moya con Zambada quedó expuesta de manera clara, dejando atrapado al presidente López Obrador”, escribe el periodista mexicano Raymundo Riva Palacio en su columna Estrictamente Personal.
La relación de AMLO con Rocha Moya es muy cercana, lo llama “mi hermano”, y este gobernador de Sinaloa es ampliamente reconocido como el operador político de la mafia en ese estado y en Durango. “Rocha Moya, de acuerdo con fuentes de inteligencia mexicanas y estadounidenses, era el responsable de planchar con los cárteles de la droga, en particular con el Pacífico/Sinaloa, los cargos de elección popular de Morena, o incluso de otros partidos con compromisos para apoyar la agenda de López Obrador”, escribe Riva Palacio.
Acá comienzan las similitudes con Petro, los narcos o sus aliados, las Farc. Por un lado, estos últimos se han quejado de manera pública sobre el apoyo que le dieron a Petro para hacerlo elegir y cómo los ha traicionado; por el otro, hay fuertes acusaciones sobre el apoyo de los narcos a la campaña de Petro y, sin bien no hay investigaciones por ahora al respecto, lo que sí es claro es que han tenido espacio libre para actuar, pues Petro acabó con la erradicación de coca (“el petróleo es peor que la coca “, dijo hace dos años en la ONU), ha frenado casi toda acción antinarcóticos y ha desestimulado la actuación militar y policial contra los narcos, que hoy controlan extensos territorios de cultivo y producción de coca a lo largo y ancho del país.
No es para nada descabellado que veamos a los narcos apoyando la agenda política progresista en las presidenciales del 2026, como lo hicieron en la elección de AMLO en el 2018 y de Claudia Shinbaum este año. Ese aprendizaje ya llegó a Colombia, sin el descaro de México; por ahora. No sorprende que con ese camino andado, más lo que AMLO demostró en su país sobre los beneficios de esa alianza criminal y política, este sea el rumbo que los narcos utilicen para ampliar su poder. Es decir, el sueño de Pablo Escobar sería una realidad en Colombia, como hoy ya lo es en México.
AMLO lo puso en las palabras exactas: “abrazos y no balazos”; es decir, alianza política y vía libre para el negocio. Acá Petro ha hecho lo mismo, de otra manera, sin el descaro de López Obrador. Colombia va a acabar el cuatrienio con más de 300 mil hectáreas de coca, los constantes secuestros de militares, o mal llamadas retenciones, en distintas zonas del país controladas por el crimen organizado son el espacio libre para la ilegalidad criminal, y el control de alcaldías en las zonas de cultivo, producción y tránsito, sobretodo en el Pacífico colombiano, y en el Catatumbo ya es una realidad.
El asesinato de candidatos presidenciales, como Fernando Villavicencio en Ecuador el año pasado o Luis Carlos Galán en Colombia en 1989, o la extradición y condena de presidentes y dictadores, como Hernández y Noriega, son parte de esa historia de narcotráfico y política que ha existido en la región. Sin embargo, lo que hizo López Obrador, y que queda al descubierto en México con esta operación, muestra un nuevo y muy peligroso camino de alianza del populismo con el narcotráfico que vamos a tener que enfrentar.
Maduro, como narco dictador, está en un lugar aparte y la supervivencia de su régimen depende del dinero del narcotráfico y otros negocios ilegales que están protegidos en ese país. AMLO, y ahora Petro consolidan este nuevo camino de alianzas políticas con la criminalidad, que supuestamente va más en la onda de plata o plomo de los hermanos Rodríguez Orejuela, capos del Cartel de Cali, que la de solo plomo de Escobar en Medellín.
Sin embargo, las elecciones de México son un espejo en el que nos debemos mirar, pues el proceso electoral más violento de la historia en ese país nos muestra que el plomo sigue siendo el principal actor de esa política, en la cual no solo mueren los candidatos que no se pliegan al narcotráfico sino también se muere la democracia.
Es lamentable, pero para para allá vamos, en principio Colombia, pero el final todos. México y AMLO allanaron el camino.