La información acerca de mercenarios rusos en Venezuela, involucrados en la represión de las protestas, circulaba desde el 1ro. de agosto en blogs y medios especializados en defensa e inteligencia. Fue en el día 3 cuando un post en X le dio otra entidad a la noticia. Era de la cuenta de @ZelenskyyUa, Volodymyr Zelenskyy.
“Las informaciones sobre la presencia de mercenarios rusos de Wagner en Venezuela junto a las fuerzas gubernamentales son preocupantes. Dondequiera que vayan estos matones, traen muerte e inestabilidad. Este es un claro ejemplo de la descarada intromisión de Rusia en los asuntos de otros países, así como de su acostumbrada estrategia de sembrar el caos en todo el mundo”. Son las palabras del presidente de Ucrania.
El post colocó el fraude electoral y la consiguiente represión bajo otra óptica. Wagner en Venezuela expresa acabadamente el carácter criminal del régimen de Maduro y confirma su dimensión extra-regional. A su vez, el pronunciamiento de Zelenskyy señala que la guerra de Ucrania, sistémica y civilizatoria, se libra en múltiples frentes.
Es sistémica porque afecta el funcionamiento de Europa como un sistema político, económico, jurídico y de seguridad; por ende, con efectos planetarios. Tan sistémica es que en la Cumbre de la OTAN de junio de 2022 en Madrid se adoptó un “nuevo concepto estratégico” que identifica a Rusia como la amenaza más importante. Allí se especificó el compromiso de fortalecer la alianza, aumentando el gasto en defensa hasta el 2% del producto y aprobando el ingreso de Finlandia y Suecia.
Esta guerra es existencial para Ucrania y también para Occidente, entendido como una construcción cimentada en el derecho internacional, garante de los derechos humanos. Ello consagra normas tales como la inviolabilidad de las fronteras internacionales; o sea, la caducidad de la ley del más fuerte en las relaciones entre Estados. Que un miembro permanente del Consejo de Seguridad vulnere disposiciones fundamentales de la propia Carta de las Naciones Unidas subraya la dimensión civilizatoria del conflicto.
Las lógicas expansionistas de Rusia, siempre desestabilizadoras, son múltiples. El rango de acciones no-bélicas incluye tácticas híbridas, ataques cibernéticos, y acciones de desinformación e interferencia en procesos políticos, involucrándose en elecciones, como ocurrió en Francia en 2017, o apoyando movimientos secesionistas, como el Procés catalán, entre otros.
El menú de operaciones militares también es extenso. En agosto de 2008 fuerzas rusas ingresaron en Georgia para apoyar la secesión de Osetia del Sur y Abjasia. En febrero de 2014 Rusia invadió y anexó Crimea, y en abril de ese año ocupó el oriente ucraniano, “la guerra del Donbas”. En septiembre de 2015 se involucró en la guerra civil en Siria. A partir de esa fecha comenzó a surgir evidencia firme de operaciones desestabilizadoras del grupo Wagner en Libia, República Centroafricana y Mali. Y, desde luego, sus mercenarios combaten en Ucrania desde el inicio de la guerra.
En las Américas, Rusia nunca abandonó la estrategia de la Guerra Fría, desplazando conflictos al continente americano en forma de enfrentamientos de menor intensidad. Una agresión indirecta a Estados Unidos que nunca alcanzó a afectar su seguridad nacional, pero sí a desestabilizar al resto del hemisferio.
En diciembre de 2021, en vísperas de la invasión de Ucrania, Putin amenazaba con desplegar efectivos militares a Cuba y Venezuela y así forzar a Estados Unidos a aceptar las cien mil tropas rusas estacionadas en la frontera. Una amenaza redundante: en Cuba hay militares rusos desde los años de la Guerra Fría, justamente; en Venezuela desde 2018, con bases operativas en Valencia, estado Carabobo, y Manzanares, estado Miranda. A Nicaragua llegaron en junio de 2022.
La presencia de Wagner tampoco es nueva. En enero de 2019, durante las protestas por el fraude electoral de 2018, un contingente de 400 mercenarios llegó a Venezuela vía La Habana. Desde entonces son el primer círculo de seguridad de Maduro. También están involucrados en el entrenamiento de tropas y colectivos, y en la provisión de seguridad a los intereses rusos en infraestructura de petróleo y minería, e instalaciones militares.
Lo dicho, la guerra de Ucrania es sistémica y civilizatoria, como tal tiene lugar en varios frentes. En América Latina es de menor intensidad, lógicamente, pero no de menor importancia, pues la guerra de Putin y la dictadura de Maduro son dos caras de la misma moneda. La caída de Maduro sería una pésima noticia para Putin; la victoria de Ucrania, nefasta para Maduro.