Maduro es para la izquierda como ese pariente que todos tenemos y cuyos papelones en público nos hacen pasar vergüenza. La vergüenza es ajena, pero también un poco propia. Se sabe, la familia no se elige, sólo los amigos. Sin embargo, son también nuestros por aquello del ADN. Cuando los papelones de nuestro pariente se multiplican, primero lo justificamos, luego lo excusamos y nos excusamos, para finalmente evitarlo. En última instancia, hasta eludimos cruzarnos con él o ella.
Ese es el retrato de Maduro y la izquierda en la región, emparentada a la dictadura bolivariana por propia voluntad, y no tanto por ideología como por conveniencia, si no necesidad, de sus propios burócratas. Si hubiera sido por genuina ideología, no habría sido difícil distanciarse.
Desde 2013, antes de las sanciones y de la pandemia, la contracción económica de Venezuela ha sido la más grave de cualquier país sin guerra en el último medio siglo. Su producto equivale hoy al 30% de lo que era entonces. La pobreza, que llegó al 92% en 2021, permanece hoy en el 81.50%. El descenso es resultado de las remesas desde el exterior; o sea, del éxodo. La pobreza extrema, sin embargo, marca el 53%, lo cual con un coeficiente de Gini de 0.6 hace a Venezuela uno de los más desiguales de la región.
Justicia social e igualdad material son principios fundamentales del pensamiento socialista; en la Venezuela de Maduro solo existen en la retórica oficial. A propósito del pensamiento socialista, los indicadores sociales en Cuba no son mejores. No puede sorprender, entonces, el éxodo de 8 millones de venezolanos, el 25% de la población, resultado de un modelo económico fracasado, un partido de gobierno corrupto y un Estado fallido y criminal.
Sea en Roraima, Cúcuta o el Darién, por citar tres puntos críticos, el flujo de refugiados preocupa en términos de recursos, salud pública y seguridad nacional a todos los gobiernos del hemisferio. Pues pensar que ese éxodo pueda disminuir con Maduro en el poder es una entelequia; o en su defecto, hipocresía. Peor aún, complicidad.
Por lo anterior, si es por ideología la izquierda podría haberse inspirado en el Eurocomunismo de los años setenta, feroz crítico de los crímenes del stalinismo. O, más cerca, en los movimientos de Derechos Humanos de la región durante las transiciones de los ochenta. Hoy amnésica, deben recordar que la izquierda defendió entonces un orden político democrático, con elecciones libres y justas, y en el marco de una constitución liberal, con derechos y garantías individuales. Con recoger ese legado y un poco de empatía no habrían normalizado los crímenes de Maduro durante una década.
Pero eso caracterizar al chavismo como progresismo no ha sido más que un instrumento retórico para acomodarse a su política exterior, basada en el subsidio de petróleo, y extraer rentas de los contratos y negocios posteriores, lícitos y de los otros; por ejemplo, los financiamientos de campañas. Es que, en el tiempo, el régimen bolivariano se fue convirtiendo en una organización criminal que capturó la política y el Estado propios, pero también de los otros. Nadie en la región ignora esto.
Y hoy la izquierda no sabe muy bien qué hacer con Maduro. Como con el pariente impresentable, primero lo justificaron—la culpa fue del golpe de 2002. Luego lo excusaron—era una víctima de las sanciones. Ahora lo evitan. Es que ya no hay manera de justificar otra elección robada, sobre todo en esta elección como ninguna otra.
Así se coordinaron Lula, Mujica y Bachelet para decir lo obvio: que los votos deben contarse como corresponde. Petro ya había tenido definiciones importantes en ocasión de la inhabilitación de María Corina, a la cual llamó en abril “un golpe antidemocrático”. Lula agregó ahora que “Maduro necesita aprender que cuando ganas, te quedas. Cuando pierdes, te vas”. O sea, admitiendo que en el pasado se quedó en el poder perdiendo.
Maduro respondió de manera acostumbrada, fugándose hacia adelante. Criticó los sistemas electorales de Brasil y de Colombia, cuyas cancillerías suspendieron sus misiones de observación rápidamente. Fue como protesta en el caso del primero y por no existir condiciones idóneas en el segundo. Es desafortunado, la mejor protesta habría sido viajar y señalar las obvias deficiencias del proceso electoral. Para Lula y Petro evitar a su impresentable pariente es lo más cómodo.
No obstante, las declaraciones le hicieron daño a Maduro, deben ser bienvenidas. Tómense como una acusación de golpe, de fraudes pasados y de otro posible hoy, si no probable. Lo cual disparó al régimen en modo ataque. Así, Maduro comenzó a impedir ingresar a Venezuela a todo extranjero que no fuera de su agrado, ni a los venezolanos que tampoco son de su agrado: los refugiados que quieren ir a votar. Por ello cerró las fronteras con Brasil y con Colombia hasta el lunes. Hay muchas maneras de cometer un fraude, la dictadura las conoce todas.