EE. UU. está desorientado. Por tratarse de un atentado político no es territorio desconocido, ya que los ha tenido periódicamente en su historia, pero puede caerse de la cuerda tensada en la que trata de equilibrarse. Es hora difícil, ya que su división se percibe también y desde hace tiempo, en la educación, los medios de comunicación y ha llegado incluso a los tribunales, una guerra cultural más que diferencias políticas.
El intento de asesinato surge, por lo tanto, en un clima de deshumanización del que piensa distinto, donde todos los sectores políticos tienen algún grado de responsabilidad. Al respecto, se debieran bajar los decibeles y disminuir la retórica, partiendo por los principales contendores a la presidencia, el actual presidente y el anterior.
De hecho, coincide este atentado con lo que parece ser un golpe palaciego, donde importantes sectores de su propio partido intentan que el presidente Biden renuncie a su candidatura. Aparentemente no tienen relación directa, pero ambos hechos son síntomas de un momento particular que vive la democracia en el país.
Para EE. UU. este atentado puede radicalizar aún más a los sectores políticos como también puede moderarlos, marcar un antes y después que permita reaccionar y así evitar el choque de trenes de fuerzas excluyentes en trayectoria de colisión y por el contrario, se pueda recuperar el equilibrio del centro político hoy ausente, y permitir lo mejor de la democracia que históricamente enorgullecía al país, dialogo, serenidad y la búsqueda del consenso, un país al cual esta división le impide ejercer de mejor forma su liderazgo a nivel mundial.
El intento de asesinato es lo suficientemente grave como para preguntarse si contribuirá a una mayor polarización o será una invitación a la moderación. De hecho, en ese sentido las primeras reacciones de Trump y Biden han sido llamados a la unidad, pero ¿continuarán así? ¿Serán seguidos por sus partidarios?
Es evidente que ayuda al ex presidente Donald Trump, ya que de partida su reacción desafiante al levantar el puño cuando era retirado por el servicio secreto con el rostro bañado de sangre, ingresará con cierta probabilidad a la historia política, además de influir en esta elección, pero no está claro quien se beneficia o perjudica para efectos de ganar la elección. Ello se debe a la particularidad del sistema electoral de EE. UU. que al ser de colegio electoral, hoy al igual que en las últimas elecciones se está definiendo en alrededor de 40.000 o 50.000 votos que permanecen indecisos en no más de seis estados, por lo que todavía no sabemos si el hecho del atentado es suficiente por sí solo para definir quién será el ocupante de la Casa Blanca, debido a que al no ser una elección donde gana el que obtiene un voto más, la victoria es para quien en definitiva gana más estados, por lo que permanece abierta. Además, la campaña todavía no se despliega en toda su intensidad, al quedar todavía 4 meses, y donde no hay todavía evidencia suficiente para saber si la candidatura de un tercer candidato como Robert Kennedy tendrá alguna incidencia.
Todo sigue abierto, sin que se discuta que es con Trump en la delantera, por lo que lo más probable es que siga fortaleciéndose, al menos en lo inmediato, pero también puede ayudar a la resurrección política de Biden si actúa en forma presidencial más que dedicarse a intercambiar insultos con Trump. Al parecer, para el futuro de EE. UU. “la única verdad es la realidad” como acostumbraba a decir en Argentina el general Perón, pero el problema es que está cambiando con mucha velocidad, por lo que dependerá de cómo respondan también los dos grandes partidos a esta nueva realidad creada por el atentado unido a la petición de renuncia a Biden, si ante la bifurcación que se ha abierto, la mayoría de los actores políticos y sociales siguen alentando la confrontación o giran hacia la búsqueda del consenso.
La verdad es que ni siquiera sabemos la motivación del tirador, también la falta de antecedentes, la edad, y la confusión de aparecer inscrito como republicano, pero diciendo que los odiaba en una grabación en redes sociales, además de haber contribuido con una donación modesta a una causa progresista. ¿Explica algo decir que es un “lobo solitario” o no explica nada?
Sabemos eso sí que muchas veces, un atentado es la culminación de un clima donde la violencia ha empezado con un lenguaje que deshumaniza. Por un lado, hay una persona que dice las cosas que dice Trump, pero por el otro se le responde igual o peor. Al respecto, ¿Qué ha faltado por decirle o de que se ha dejado de acusar a Trump? De hecho, siempre me ha sorprendido la frecuencia con que se le califica en TV con algo que simplemente no es, ya que puede ser muchas cosas, pero “nazi” no es, de hecho, es en muchas cosas lo contrario.
El intercambio diario de improperios y descalificaciones lleva tanto tiempo que me pregunto ¿se mantendrán los discursos de unidad o a medida que avance la campaña se volverá a los ataques donde palabras sacan más palabras? ¿Sobrevivirán las apelaciones a cuan diferente es la historia de EE. UU. a otros países cuando el comportamiento de sus ciudadanos es hoy igual a naciones que acostumbraban a que se les despreciara su forma de hacer política? ¿Qué pasa si comienzan a salir informaciones distintas de la investigación ordenada por Biden de la que están iniciando los republicanos en la Cámara de Representantes sobre el rol cumplido por los servicios de seguridad, incluyendo el Servicio Secreto, el día del atentado? ¿Qué pasó que se le permitió disparar al atacante a pesar de que su presencia armada fue advertida por simples espectadores?
Por lo demás, por la polarización que vive el país, hay un apreciable porcentaje entre los seguidores de Trump que desconfían de los servicios de inteligencia y del FBI, acusándolos de ser parciales en su contra.
En este clima, se ha iniciado la Convención Republicana para oficializar su candidatura, anunciándose al senador J.D. Vance de Ohio como vicepresidente, pero ¿qué tipo de campaña presidencial saldrá de la Convención? ¿Una propositiva o una de denuncia? ¿Una basada en la idea de gran potencia o se centrará en la cantidad de juicios contra Trump, en protestar contra la elección del 2020?
Por su parte, Biden está enfrentando un intento de golpe palaciego de su propio partido que busca hacerlo renunciar o simplemente sustituirlo como candidato, que además tiene el problema que se olvida que existen votos a su favor ya escrutados en las primarias, y aunque en la práctica haya sido candidato único, es sin duda presión poco democrática. En esta circunstancia, ¿mantendrá su discurso de unidad o repetirá lo mismo que ha dicho por años, desde la elección anterior, que considera a Trump la peor amenaza que existe para la democracia estadounidense?
En definitiva, la bifurcación que se le abre a EE. UU. es elegir el camino a transitar, uno que reivindica la política y la democracia de los acuerdos y otro que se mantiene en la guerra cultural, en el lawfare y en la denuncia. En el primero, los contendientes se ven como simples adversarios, en el otro como enemigos. El primero es la enseñanza de Locke y de los padres fundadores, el otro, es el dictum del pensador fascista Carl Schmitt, de la política como la división de la sociedad entre amigos y enemigos.
No es una opción tan simple como pareciera ser, ya que se han cruzado sin que exista ninguna causalidad directa, el atentado a Trump con el golpe palaciego que está transcurriendo contra Biden. No es el Golpe de Estado tradicional al que nos hemos acostumbrado con presencia militar, es un golpe al interior del sistema, organizado por gente de poder en su propio partido, pero es un golpe, al fin y al cabo. Lo que antecede todo es el hecho que todas las encuestas conocidas mostraban que Trump estaba adquiriendo una ventaja que podría ser irremontable, sobre todo, en la mayoría de los estados (Michigan, Nevada, Arizona, Pennsylvania, Georgia, Wisconsin) donde realmente se decide esta elección, toda vez que no se sabe la opción de quienes no han decidido por quién votar.
Es sin duda un golpe, no solo porque se olvida que se votó en las primarias demócratas, sino también porque se trata de un sistema presidencial, distinto a uno parlamentario, donde la primera ministra puede ser desafiada, tal como le ocurrió a Margaret Thatcher en el Reino Unido.
En EE. UU. el camino legal es distinto y está en la Constitución, se le conoce como la Enmienda 25, nunca ha sido empleada y también se refiere a la situación cuando el presidente no ha renunciado ni quiere hacerlo, pero podría estar con deterioro físico o mental que le impediría cumplir con sus deberes. Fue ratificada en 1967, y además de hablar de la sucesión del presidente o del vicepresidente, establece lo que debe hacerse si esta persona “por alguna razón” está incapacitada para cumplir con las obligaciones del cargo, pero requiere una especie de rebelión del vice y al menos parte de los ministros del gabinete.
Quizás no tienen apoyos suficientes o se demorarían demasiado tiempo para enfrentar una situación urgente, donde el presidente simplemente no quiere renunciar, y que debe hacerse a la brevedad, ya que la Convención partidaria demócrata va a tener lugar en agosto en Chicago.
De hecho, en la historia del país hay circunstancias donde se mantuvieron en el poder mandatarios que habrían cumplido los requisitos de deterioro. Sin duda Woodrow Wilson (1913-1921) después que sufrió un derrame cerebral en octubre de 1919 que lo dejo incapacitado, donde los historiadores concuerdan en la cantidad de decisiones que fueron tomadas por su segunda esposa hasta terminar su mandato. También habría sido el caso, hacia el final del segundo mandato de Ronald Reagan, también con participación de su esposa, no en decisiones que fueron tomadas por asesores cercanos, pero si con alta incidencia en manejar sus actividades públicas, después que se le acelerara el alzhéimer.
Quizás el intento de remoción de Biden partió cuando se le convenció de desafiar a Trump a un debate. ¿Alguien pensaba que no iría a pasar lo que pasó?, aunque se tomaron resguardos tales como que transmitiría la muy cercana CNN, sin público, sin interrupciones, con micrófonos que se apagarían a quien no cumpliera. Pero, estuvo de pie por 90 minutos.
Si causó el efecto que tuvo se debió a un solo motivo, en su mayoría los medios de comunicación masivos habían ocultado su situación de salud, tan simple como ello, sobre todo, por tratarse de un país como EE. UU., donde todo termina sabiéndose y en una época, donde además hay tantos medios alternativos para informarse, desde otras empresas por cable, aunque minoritarias en comparación a la cantidad de medios que negaban lo que estaba ocurriendo. Además, YouTube y redes sociales a disposición de quien quiera saber, por mucho que se negara la evidencia, ya que siempre se argumentó que era noticia falsa o manipulación del contenido, a pesar de que cuando había pasado algo similar en algún viaje al exterior, casi siempre allí los periodistas locales divulgaron las imágenes.
El rol de los medios de comunicación me ha sorprendido y desilusionado, quizás lo que más me ha impresionado desde que me radiqué en Florida el año 2019, toda vez que siempre fui un admirador de aquella gran prensa que en su independencia y espíritu crítico fue en EE. UU. un gran aporte para el mundo, y que desgraciadamente hoy ya no existe, con comunicadores que parecen salidos de las redes sociales en sus sesgos. Mi desilusión ha sido tan grande que en definitiva me han hecho un favor, ya que he aprendido a desconfiar de lo que recibo, hasta formarme mi propia opinión. De hecho, medios televisivos como la CNN y la BBC que las seguí durante tantos años hoy rara vez los veo, ocurriendo algo similar con prestigiosos medios que consultaba regularmente y que hoy también han dejado de ser parte de mi menú noticioso diario. Además, tampoco han tenido que enfrentar la realidad de audiencias en declinación, ya que muchos de ellos son hoy propiedad marginal de grandes consorcios tecnológicos o en el caso de la prensa, reciben el subsidio de billonarios que respaldan el contenido editorial, asegurando su supervivencia.
Pero lo más desconcertante no fue eso, ya que lo que realmente me abrió los ojos fue el hecho que apenas terminó el debate, en forma concertada, políticos demócratas (no los que seguramente están detrás) empezaron a pedir la renuncia de Biden, gente conocida para la opinión pública, que durante años negó todo problema de salud, y no solo en EE. UU, ya que, en Chile, un ex presidente de la Cámara de Diputados decía que se estaban divulgando “fake news”.
Evidentemente ello fue coordinado por gente con mucho, quizás demasiado poder, que por sí sola son un problema para la democracia, cualquier democracia, y que en un país como EE. UU. más temprano que tarde se va a saber quiénes fueron. Por lo demás, en el pasado ya había existido una muestra de ese poder, toda vez que nada les pasó en el caso de la computadora de Hunter Biden, con información explosiva que pudo haber tenido impacto en una elección tan estrecha como la del 2020, y donde hubo una verdadera censura a la información entregada por el New York Post, incluyendo la negativa de las empresas tecnológicas a que fuera reproducida en internet, y con 51 funcionarios de inteligencia que señalaron que era una “trama rusa”, ambos expresión de verdadera interferencia electoral.
Algo que también me impresionó fue que los propietarios de empresas tecnológicas y redes sociales o altos ejecutivos expulsaron a Trump de varias importantes redes sociales, no tanto por tratarse de él sino por el peligroso precedente que significaba hacérselo, sin consecuencias, nada menos que al presidente de EE. UU.
La posición de Biden entre los dirigentes de su partido, se perjudicó aún más, cuando se supo que importantes donantes habían congelado sus aportes económicos, lo que me hizo recordar lo que ocurrió en dos oportunidades con el caso tan especial del senador Bernie Sanders, quien, sin ser militante, compite como independiente en las primarias presidenciales del Partido Demócrata, donde la amenaza de los donantes fue un factor decisivo para que su candidatura fuera bajada. La primera vez fue cuando pareció que podría convertirse en un problema para Hillary el 2016 y la directiva lo presionó para que no siguiera adelante, cuando destacados financistas hicieron ver cuan inconveniente eran sus propuestas económicas. Quizás el error de Hillary fue menospreciar su fuerza y no invitarlo a integrarse a su candidatura o quizás no incorporar a su programa algunas de sus propuestas, ya que sus partidarios simplemente no acudieron a votar el día de la elección, pero si permanecieron en la colectividad, creando un sector no socialdemócrata, sino derechamente socialista.
La segunda oportunidad fue una repetición de la actitud de los donantes, y en esa oportunidad se bajó el 2020 para apoyar a Biden, pero con la experiencia anterior, si se incorporó al programa toda la plataforma de Sanders, por ejemplo, en temas como el cambio climático, tanto que la propuesta de Sanders se transformó en la política oficial de los Demócratas, y esa opción por la izquierda Biden la asumió como propia, de tal forma, que en el actual escenario ese sector socialista se siente tan cómodo, que siguen siendo fieles a su permanencia como candidato.
Además, del desempeño en el debate y la actitud de los donantes, un tercer problema consecutivo de Biden tuvo lugar en la conferencia de prensa que por rara vez se anunció que contestaria todas las preguntas que se le hicieran, cuando normalmente no aceptaba preguntas. Allí el objetivo de mostrar lo bien que estaba el candidato, perdió relevancia apenas se supo que las personas que el mismo llamaba de viva voz a interrogarlo, habían tenido que entregar las preguntas anticipadamente por escrito, lo que se unió a situaciones tales como confundir los nombres de Putin cuando quería decir Zelensky o de la vicepresidente Kamala Harris con el de Trump.
Lo peor era lo que tuvo lugar en los medios que se calificaban como “amigos” donde se empezó a hablar abiertamente que la familia, incluyendo esposa e hijo tenían una influencia exagerada en torno a los horarios donde estaba disponible que disminuían en relación a los de descanso, y que esto se hacía en comunión con un grupo de pocas personas que trabajaban directamente con él en la Casa Blanca, ambos testigos del presunto deterioro, siendo lo más grave la posibilidad que deslizaban de que estos últimos habían tomado decisiones por él, sin estar facultados legalmente, lo que claramente podría ser hasta un delito.
Sin embargo, en forma inesperada el fallo de la Corte Suprema ante la petición de Trump de definir la inmunidad del presidente podría haber solucionado este potencial problema, ya que al definir por primera vez cuando un presidente era inmune a persecución posterior, tranquilizó a Trump, pero también ayudó a Biden, ya que el fallo establece a futuro la presunción que todas las decisiones tomadas en el curso de actuaciones oficiales no son perseguibles, lo que se aplicaría a un caso como este.
Por todo ello, si no desea renunciar, esta ofensiva para imponérsela a Biden no tiene nada de democrático, sino que más bien es subversión de la figura presidencial que otra cosa.
En definitiva y como conclusión, la elite dirigente de Estados Unidos se enfrenta a la decisión de que camino tomar, y no es algo fácil, ya que en muchos casos va a necesitar del cambio más difícil, el interior.
Lo fundamental es entender que se debe tomar el camino de la búsqueda de acuerdos, ya que el dialogo y el consenso es lo único que permite entender que la democracia no es un juego de suma cero, y que el camino no es destruir al que piensa distinto sino buscar convencerlo, y que para eso están las elecciones, para que gane el que legítimamente triunfó, pero siempre respetando los derechos de quien perdió. De eso va a depender, en definitiva, el aprendizaje de todos, para que no sea un atentado más en la historia del país, sino el inicio de un camino de entendimiento.
Si no es así, ya estaría rigiendo la frase de Cicerón “Vitam regit fortuna, non sapienta”, que el destino dirige la vida, no la sabiduría.
@israelzipper
PhD en Ciencia Política (U. de Essex), Licenciado en Derecho (U de Barcelona), Abogado (U de Chile), ex candidato presidencial (Chile, 2013)