¿Qué esperar del debate presidencial de EEUU? Aunque difícil, el ideal sería que los candidatos bajen los decibeles

El país está dividido y polarizado, y el temor sobre el futuro de la democracia es real

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Donald Trump y Joe Biden en un debate previo a las últimas elecciones en EEUU (REUTERS/Jonathan Ernst)
Donald Trump y Joe Biden en un debate previo a las últimas elecciones en EEUU (REUTERS/Jonathan Ernst)

El diccionario de la Real Academia Española define al decibel como una unidad de intensidad acústica, nombre que deriva de Bell, apellido del notable Alexander Graham Bell. Contrariamente a lo que algunos piensan, un decibel no se refiere a la cantidad, sino a una razón entre cantidades. Es, por lo tanto, una expresión logarítmica, que para que adquiera sentido necesita una comparación entre dos cantidades, en lugar de una cifra fija.

Es aplicable, por lo tanto, a lo que me gustaría ver en el debate de este jueves 27, que ambos candidatos sorprendieran bajando el ruido ambiente al que tanto han contribuido.

EEUU está dividido y polarizado, y el temor sobre el futuro de la democracia es real. ¿Qué salva al país? La república, ya que las instituciones son fuertes, gracias a la Constitución. Eso es fundamentalmente EEUU, una república, ya que la democracia es tan frágil como en cualquiera otra nación, y la constitución le permite ser una república antes que una democracia, toda vez que algunos padres fundadores desconfiaban de la “tiranía de la mayoría” (John Adams, James Madison), y por eso establecieron una institucionalidad casi única, que supera con sus frenos y contrapesos a la separación simple de poderes.

Eso se entiende muy poco en el extranjero, donde analistas y periodistas hacen grandes esfuerzos para acomodar esas instituciones a algo semejante a lo que existe en sus países, pero sin éxito. Ello se muestra en el sistema electoral, que no es democrático a nivel federal, ya que no garantiza que quien obtenga más votos gane la elección, toda vez que esta se basa en la suma de estados, más que en el triunfo de quien obtiene un voto más. Debido a su colegio electoral, esta elección de 2024, al igual que las del 2016 y el 2020 se va a ganar o perder en no más de seis estados, cuyo resultado es muy difícil de pronosticar, y que si fuera el día de hoy serían Pennsylvania, Michigan, Nevada, Arizona, Georgia y Wisconsin, todos lugares que se van a definir por pocos votos, y donde hoy no se puede anticipar al ganador. Quizás, tan pocos como 40.000 votantes podrían en definitiva decidir al ocupante de la Casa Blanca.

EEUU necesita una tregua, antes que se siga deteriorando el debate público y la calidad de sus instituciones, que se han latinoamericanizado en su virulencia, con algo de lo peor y no de lo mejor de la región. Representa para mí lo que llamo la “latino americanización” de su política. Así, el último año ha sido testigo de algo que faltaba y de lo cual es difícil que un sistema democrático salga indemne, como lo es la judicialización de la política donde a los jueces se les pide tomar decisiones que en democracia usualmente les corresponden a los electores.

Donald Trump y Joe Biden (REUTERS/Jay Paul y Kevin Lamarque)
Donald Trump y Joe Biden (REUTERS/Jay Paul y Kevin Lamarque)

Las instituciones todavía resisten la embestida, ya que, a pesar de todo, todavía no se politizan, por mucho que el sistema de nombramiento de jueces consulte la participación de políticos y los Congresos estaduales y nacionales, y existan fiscales que son electos y no de carrera judicial.

Por ello, el país necesita una tregua y es difícil que ella venga de los propios candidatos, por lo que además de la improbable reducción de los decibeles, el sentido común podría también venir de la esperada decisión de la Corte Suprema sobre los límites a la inmunidad presidencial y/o si el 6 de enero del 2021 el país presenció o no una insurrección. Junio era tradicionalmente el mes donde los supremos anunciaban este tipo de decisiones polémicas, poco antes de tomar sus vacaciones de verano, con lo que, al regresar, ya el país había absorbido los dictámenes de los jueces, pero indudablemente este tema les dificulta tomar una decisión, menos si se pretende que sea de consenso, por lo que es posible que incluso se pudiera prolongar el suspenso hasta el mes de julio.

En lo que a los debates se refiere, es indudable que hoy se exagera su importancia, ya que hace muchos años que ni en EEUU ni en ninguna otra democracia fueron realmente decisivas para definir los votos indecisos, hoy, tan improbable como confiar en las encuestas para conocer el resultado antes del escrutinio. Al respecto, nunca ha olvidado lo que el director de un Diplomado dijera sobre encuestas políticas en su clase inaugural en Essex, en el sentido que estas servían para muchas cosas, pero les resultaba muy difícil anticipar el nombre de los ganadores de las elecciones. Esa perla de sabiduría fue en julio de 1976, pero sigue vigente, confirmada por la evidencia de muchos errores.

La Corte Suprema cumple un rol muy especial en EEUU, ya que no solo es el tribunal máximo y la decisión última en temas legales, siendo más que eso. En EEUU, ninguna otra institución o persona tiene un poder del que carece incluso el presidente, ya que su palabra es definitiva, equivaliendo a una verdadera ley, toda vez que, por el sistema de precedentes, sus decisiones deben ser obedecidas por todos, a todo nivel.

Y dado el nivel de polarización que vive hoy el país, puede bajar y mucho los decibeles, aportando una salida, al menos a la judicialización actual, evitando que se generalicen los intentos de politización.

La realidad es que vamos a tener que esperar esas resoluciones, por lo que mientras tanto, bienvenido sería que ambos candidatos den los primeros pasos para quitar el pie del acelerador, para dejar que el electorado decida en noviembre lo que le corresponde, y así evitar que la actual judicialización de la política se convierta en politización de la justicia, en un escenario que puede contemplar en el futuro a fiscales de un partido persiguiendo a candidatos del otro, y viceversa.

EEUU necesita recobrar la amistad cívica, ya que hoy al igual que en tantas otras cosas, está dividida por partes iguales entre quienes piensan que ninguna persona debe estar por encima de ley y quienes ven en los mismos procesos judiciales, un ejemplo de persecución política y de interferencia electoral.

Quizás el fallo de la Corte Suprema coincida en el tiempo con la decisión del 11 de julio del juez de Nueva York acerca de cuál será la condena que en definitiva reciba el ex presidente Trump, aunque es muy improbable que vaya a cumplir pena de cárcel, no solo por las apelaciones, sino también por no haber sido condenado antes y por su edad.

Mas allá de lo jurídico, parece tener sentido que la explicación política a la cantidad de 91 acusaciones judiciales al expresidente Trump, era logar que este hecho influyera en los electores indecisos, al menos de los seis estados que definirán la elección de noviembre. Sin embargo, nada de ello ha ocurrido, y, por el contrario, lo ha beneficiado electoralmente, incluyendo apoyos crecientes en las minorías afroamericana y latina.

Bidne y Trump se volverán a ver frente a frente (REUTERS/Jim Bourg)
Bidne y Trump se volverán a ver frente a frente (REUTERS/Jim Bourg)

Pero, no hay indicación que los candidatos Biden y Trump quieran moderar el discurso, ya que ambos partidos, republicano y demócrata han sufrido un proceso de radicalización mutua, y en lo poco que parecen concordar es en no darle espacio a un tercer candidato como Robert Kennedy.

La responsabilidad de los partidos es total, desde el momento que tampoco existe seguridad que la Corte Suprema vaya a entrar al fondo del tema de la insurrección. A mi juicio, hubo faltas y delitos el 6 de enero como también los hubo de signo distinto en ciudades como Portland y Seattle en los meses que precedieron a la elección, pero no ha logrado probarse la intención o la acción insurreccional. Mas aun, EEUU ha sido afortunado por no haber conocido en su historia instancias de toma violenta del poder, tanto que no hay expresión en el idioma inglés para golpe de estado, usándose el francés, por lo que casi no hay normas recientes para lo que se debate en tribunales, por lo que se están utilizando disposiciones cuyo origen se remonta a la única expresión de violencia conocida, que fue la guerra civil, a pesar del tiempo transcurrido.

Si en julio la Corte Suprema no le pone punto final, la utilización de los tribunales por la política puede aumentar en vez de disminuir y puede alcanzar a fallos futuros. Se complica aún más, cuando hay un porcentaje importante de la población que piensa que existen dos sistemas de justicia, dependiendo de la orientación política del acusado, por injusto que resulte para un país como EEUU, que creó uno de los sistemas más perfeccionados y estables que el mundo hubiera conocido, aunque la polarización busque transformarlo en disfuncional.

A pesar de ello, el sistema resiste y no hay evidencia que la Corte quiera ingresar a tierra desconocida entrando al fondo del tema insurreccional o de los límites a la inmunidad presidencial, una Corte que no tiene la obligación de fallar todo lo que se le presenta, aunque en lo mencionado ya anunció que se pronunciará, debido a su doble carácter de ser el máximo tribunal legal de derecho, pero también tribunal constitucional.

La base del sistema electoral es el poder de los estados, por lo que más que haber un sistema hay al menos 51, los 50 estados y la ciudad capital de Washington. Aun si la Corte no entrara al fondo, podría en alguna oportunidad del futuro cercano, aportar aquello para lo cual no ha habido votos suficientes en el Congreso, cual lo es que se establezcan requisitos comunes para todo el país en sus elecciones federales y en todo centro de votación para desterrar definitivamente las acusaciones de irregularidades y tener un sistema similar a lo que ocurre en otras democracias, que son capaces de informar resultados oficiales no cuestionados poco después del cierre de las urnas, y no a través de proyecciones televisivas, como ocurre el mismo día en EEUU.

No sería extraño, ya que, en otras oportunidades, la Corte Suprema ha utilizado sus atribuciones para resolver nudos donde el poder político aparece maniatado, solucionando problemas, tal como lo hiciera en los 50s y 60s con los derechos civiles de los afroamericanos, en nombre de la igualdad, antes que legislara el Congreso.

Es decir, aunque no entre al fondo del tema de la insurrección o de la inmunidad presidencial en esta oportunidad, podría más adelante a propósito de otro requerimiento, definir algo de lo cual hoy EEUU carece, en la forma de criterios uniformes para votar, incluyendo protección de los votos, sistemas similares de identificación de los votantes, e idealmente recuento manual y una justicia electoral con capacidad para resolver oportunamente. Y al respecto, la Corte todavía no se ha pronunciado sobre el fondo, en los requerimientos electorales que se han presentado.

La Corte Suprema recibe alrededor de 7.000 peticiones por año y solo examina de 100 a 150 por su relevancia, y no todas terminan en sentencias. Por lo tanto, como nada la obliga, la responsabilidad mayor es de la política y de los políticos, sobre todo, si ellos han contribuido a la magnitud del problema. El tema debiera ser solo electoral, y retomar el camino perdido depende del sistema político, ya que hoy todo está exageradamente revuelto por una confrontación que toma la forma de una guerra cultural, donde más que existir una sola fuerza antidemocrática, hoy encontramos dos, cada una enquistada al interior de uno de los partidos tradicionales, que se potencian una con la otra.

Fotografía de archivo del entonces candidato demócrata y actual presidente Joe Biden junto al ex presidente Donald Trump (EFE/Morry Gash)
Fotografía de archivo del entonces candidato demócrata y actual presidente Joe Biden junto al ex presidente Donald Trump (EFE/Morry Gash)

¿Qué se le debe pedir a los candidatos?

Contención, ya que los dos fueron presidentes, por lo que no necesitan descalificarse, debido a que lo que hicieron (o dejaron de hacer) debiera hablar por ellos. Mas aun, EEUU pudo haberse alejado de la polarización con otros postulantes, pero los partidos y sus militantes decidieron exactamente lo contrario en las primarias, dándole a ambos un fuerte respaldo.

Por lo menos, convinieron un formato donde va a haber poco debate, ya que más va a parecer una conferencia de prensa, desde el momento que no van a haber interrupciones como tampoco una audiencia presente, con un micrófono que se va a apagar automáticamente al vencerse el tiempo. Mas aun, este acuerdo pone fin a un formato que había existido ininterrumpidamente desde la década de los 60s.

También se requiere un cambio en la actitud de los medios de comunicación tradicionales, que muchas veces parecen redes sociales en sus sesgos y discurso. De hecho, no se sabe si los entrevistadores resistirán la tentación de transformarse ellos en lo que no deben ser, es decir, protagonistas, a veces, con preguntas más largas que las respuestas de los candidatos.

Sin embargo, todo esto es forma, ya que el tema de fondo para EEUU es que la política es hoy incapaz de ofrecer buenas soluciones, desde el momento que se ha distanciado de lo mejor que ofrece el sistema democrático, cual lo es la búsqueda de acuerdos y de consensos, por lo que progresivamente se ha abandonado el pragmatismo que caracterizaba en el pasado a la política estadounidense.

Ninguna democracia asegura un buen resultado o la adopción de las mejores políticas públicas, ni siquiera un buen gobierno, solo que el proceso sea limpio y que, al mismo tiempo de respetarse la voluntad mayoritaria, se respeten los derechos de la minoría. El problema es que en EEUU se ha ido perdiendo también la limpieza de los procedimientos.

En todo sistema de gobierno hay poder, conflicto y autoridad, sin embargo, la democracia es casi única, en el sentido que no impone una sola solución, sino que es un metido para resolver pacíficamente el conflicto.

Hay que aceptar una verdad que sabemos que existe desde los griegos, en el sentido que el proceso colectivo de toma de decisiones siempre contiene dos fases, la agonal (de argón, lucha de ideas) y la arquitectónica (de arkitecton, construcción), es decir, hay una pugna, pero seguida por acomodación. Lo negativo es que, en los partidos tradicionales, hay sectores que han dejado de aceptar la legitimidad del otro, afectando en el camino el propósito y sentido de la democracia.

No es el único país donde ha ocurrido, pero es novedoso en la historia de EEUU, que no está superando de buena forma la prueba a la que está siendo sometido. Y ello se nota en el tema del poder, donde sigue predominando la idea ya superada que existe poder cuando alguien obliga a otro a hacer algo que de otra manera no haría. Sin embargo, el poder no es solo un instrumento, sino también una relación que se da a distintos niveles, y no solo entre gobernantes y gobernados, sino que también se da al interior de las familias o en el trabajo, solo por citar dos ejemplos.

Por lo tanto, en la sociedad contemporánea el poder es también una relación, donde el tema central ha pasado a ser el problema ético, en el sentido, que todo uso del poder que se preste para abuso o manipulación pasa a ser ilegitimo, por lo que el sentido de la política debiera ser construir un mundo mejor que el recibido.

A la política estadounidense se le ha ido olvidando lo que los romanos le exigieron a sus lideres mientras existió la Republica, por un lado, auctoritas (el titulo o derecho para exigir obediencia) y por el otro, potestas (es decir, la capacidad efectiva para hacerse obedecer) hoy basada en el estado de derecho. Son los dos requisitos que debieran hoy los votantes exigirles a los candidatos.

Al respecto, mantiene su vigencia lo que Abraham Lincoln le enseñó a EEUU y al mundo cuando dijo que “como no sería un esclavo, tampoco sería un amo” y que eso expresaba su “idea de democracia”. Mas aun, en 1861, preocupado por la fragilidad que notaba en la democracia, decía que, aunque “el pueblo puede equivocarse en una elección”, la “verdadera cura” estaba “en las siguientes elecciones”, es decir, que los problemas de la democracia solo se pueden curar con más democracia.

La democracia es tan frágil que desapareció del mundo durante siglos, para reaparecer con la independencia de EEUU. Y como gracias a la constitución las instituciones siguen siendo fuertes, la solución está a la mano, rescatar la política que tuvo y cuyo recuerdo no ha desaparecido, aquella acción política que privilegiaba el consenso, los acuerdos, el bien común.

@israelzipper

*PhD en Ciencia Política (U. de Essex), Licenciado en Derecho (U. de Barcelona), Abogado (U. de Chile), excandidato presidencial (Chile, 2013)

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