Fátima es una mujer que conozco. Lleva 30 años en Europa y vive en España, en Madrid; su hermano llegó con ella y vive en Bruselas, donde tiene una empresa exitosa. Ambos son árabes. Ella se casó con un español y su hermano y su familia la apartaron, castigándola por la traición de haberse unido a un infiel a la religión musulmana. Finalmente le abrieron de nuevo la puerta y ahora, cuando va a la casa materna, le toca ponerse su hijab y volver a esa vida tradicional musulmana en la cual la mujer, por lo menos desde nuestra óptica occidental, es un cero a la izquierda.
Esta historia, que además es verdad, habla del peligro que hoy amenaza a Europa frente a a esa migración que poco a poco transforma el continente, cambia sus valores y amenaza la civilización occidental. Lo más grave de la situación es que, si no se toman medidas desde ya, veremos una Europa islámica en unos 50 años, dado el crecimiento poblacional negativo de los europeos frente a un muy activo crecimiento en población de los migrantes musulmanes.
En muchos lugares se escucha cómo algunos líderes musulmanes plantean ese futuro en el cual muere la civilización y los valores occidentales, muere la democracia liberal y las libertades y Europa se convierte en un continente islámico. Esto no es nuevo.
Hace poco más de 500 años Isabel la Católica, la mujer más importante de la historia occidental, envió tropas a Italia para frenar la invasión del imperio otomano, que pretendía tomarse Europa. Fue la única líder del continente, otros reyes y monarcas no lo hicieron, que se la jugó toda para defender al cristianismo, base fundamental de nuestra civilización.
Se salvan los países de la península ibérica, donde la migración procede de América Latina, lo que no presenta un choque cultural, religioso o de civilización, menos Cataluña, cuya política de exclusión a todo lo que huela a España y al idioma español los ha llevado a fomentar la migración árabe islámica, y hoy es un epicentro del islamismo más radical del continente.
El crecimiento de los partidos de extrema derecha está íntimamente ligado a este fenómeno, pues son los únicos que han hablado con toda claridad del tema. Lo cierto es que si los partidos de centro no dejan de lado su actitud pusilánime frente a la defensa de los valores occidentales solo veremos a esta derecha crecer y crecer hasta tomarse el poder en toda la región. Ojalá lo entiendan.
¿Qué se puede y se debe hacer? Lo primero es acabar con los subsidios, que son un gancho tremendo para ir a Europa y mantenerse en esas comunidades que se han consolidado un tanto asiladas, casi sin necesidad de trabajar. Lo segundo es poner condiciones muy claras, a quienes ya están, de aculturación en el mundo occidental. Sí, su religión puede continuar, pero se acaban las burkas, los hijabs y toda actitud islámica radical que hoy se da.
Suiza prohibió el uso de la hijab hace muchos años y la eliminación de los minaretes en sus mezquitas. Un paso adelante, pero insuficiente. En Francia, su presidente Emmanuel Macron hizo lo mismo con el hijab después de las elecciones, pues necesitaba los votos. Se necesita una política integral con el respaldo de los partidos de centro izquierda y de derecha, pues se trata nada más y nada menos que de la defensa de nuestra civilización.
Cada vez que un occidental va a los países árabes respeta sus costumbres, sus normas y acepta su cultura. ¿Acaso no vamos a hacer lo mismo en Occidente? Esa es, finalmente, la decisión que todos debemos tomar: defendemos nuestros valores o no. Isabel la Católica lo tuvo claro hace cinco siglos, pero parece que hoy el estamento tradicional europeo no.
Se van a requerir políticas claras de entrada y de expulsión, también debe ser una opción frente a la migración. No es un tema de derechas, pues el presidente que más ha expulsado seres humanos de su país se llama Barack Obama durante su gobierno demócrata. Quien quiera entrar se asimila y se acaba ese radicalismo. Mucho le ha dejado la cultura árabe a Europa y al mundo, pero nada le ha entregado desde la radicalidad y la exclusión. Esta no merece estar protegida.
Se adapta a nuestros valores o se va. Se necesita mucha inteligencia para ver quién se aprovecha de la democracia para tratar de destruirla desde adentro y, si es un migrante, se le expulsa. Es más, quien tenga nacionalidad la podría perder y ser expulsado o, como sucede hoy con el discurso nazi en Europa, acabar en la cárcel. Ser parte de esos países y tener su nacionalidad es un privilegio, no un derecho. Hay que subir el costo para quienes utilizan la democracia como instrumento subversivo para imponer o diseminar esas visiones destructivas que, como el nazismo, repito, ya están prohibidas. Se debe hacer lo mismo con el discurso radical musulmán.
Se va a necesitar migración, eso es absolutamente claro, pero como lo hacen Canadá o Australia, controlada; debe ser parte de acuerdos institucionales entre países y la migración ilegal debe ser eliminada, sin perder el derecho de asilo, del que hoy se abusa. El camino es difícil pero la alternativa de lado y lado es peor.
John Freddy, a quien conocí hace muchos años, migró a los Estados Unidos. Trabajó día y noche y hoy está casado, tiene dos hijos, carro y acaba de comprar su casa. Lleva a su mamá desde Colombia de vacaciones y ama a ese país. Esa migración latina a Estados Unidos es fundamental para su bienestar.
Son dos tipos de migraciones distintas, y esa gran diferencia da para otra columna. Pero en ambos casos la defensa de los valores occidentales debe ser epicentro de ese movimiento humano, cosa que hoy infortunadamente no lo es.