Mucho esfuerzo y tiempo invirtió Kiev en la Cumbre para la Paz, pero no dio el resultado esperado, tal como lo reconocieron los habitualmente silenciosos suizos, quienes sirvieron de sede. Ucrania quiso recibir un fuerte respaldo como país agredido por la invasión, que aislara mucho más a Rusia, pero no ocurrió así.
Cuando convocó a esta Cumbre, Ucrania estaba consciente que el apoyo era esencialmente de la OTAN y del llamado Occidente, es decir, el primer mundo, y que existía silencio, indiferencia y hasta sentimientos pro-Putin en algunos o muchos países del tercer mundo, es decir, África, Asia y Latinoamérica. Sin embargo, de los países invitados llegó aproximadamente la mitad, y ochenta firmaron la declaración final, con una presencia de América Latina superior a la esperada. Sin embargo, Brasil, México y otros diez ni siquiera la suscribieron, que incluyó a la muy importante India. China, habitual participe en todos los foros, por petición de su aliado Moscú, ni siquiera asistió.
Rusia no fue invitada y el documento final contuvo no un camino para derrotar la agresión, sino peticiones del tipo del regreso de los niños deportados a Rusia, seguridad nuclear o tránsito marítimo. Por lo mismo, al no respaldar las conclusiones, quienes no asistieron o no firmaron, estaban apoyando tácitamente la invasión, bastando mirar el mapa para darse cuenta de que las ausencias de Asia y África eran demasiado notarias, como lo es hoy la posición del llamado “Sur Global” los que alguna vez se llamaron propagandísticamente “países no alineados”, y no solo los del BRIC pro chino. También, para ser una Cumbre, en general, no hubo tanto jefe de Estado o de Gobierno, ya que muchos países se hicieron representar por niveles ministeriales inferiores. Incluso, el principal respaldo ucraniano que es EE. UU. se hizo presente con su vicepresidenta, que ni siquiera estuvo hasta el final.
En definitiva, la Cumbre no dio el resultado esperado. ¿Podía haber dado un resultado distinto si Rusia no estaba presente?
Hubiese sido quizás peor, ya que Moscú solo acepta hoy la rendición total y la posición de Ucrania es también terminante en cuanto al retiro de Rusia, existiendo en todo caso la diferencia clave entre agredido y agresor.
No parece haber ambiente para avanzar en el camino de la paz, y si se avanza sería más bien por el triunfo de uno de ellos en el campo de batalla. Incluso hay un retroceso con relación a las intermediaciones de Turquía e Israel, al inicio de la invasión el 2022. En efecto, entre marzo y julio de ese año, Turquía auspició negociaciones entre ambos países y la posición de Rusia fue menos exigente, en el sentido que se limitó a algo que también entonces era inaceptable, ya que exigía que Ucrania no ingresara a la OTAN, mantener Crimea y autonomía para las dos provincias que ya controlaba, y que hoy son cuatro, integradas vía referéndum.
El 2022 ese intento fracasó por esa razón y también por algo para lo cual hoy existe mayor evidencia, como fueron las seguridades otorgadas verbalmente y en declaraciones públicas por EE. UU. y el Reino Unido, de apoyo total, hasta la victoria de Ucrania o la derrota de Rusia.
En el caso de Israel, su gestión se debió a una petición de EE. UU. y en general fue hasta hoy un país que buscó mantener un equilibrio, el de condenar la invasión, pero no sumarse a las sanciones a Rusia, por la especial situación de entendimiento que tuvieron (y siguen teniendo) en Siria, a pesar de haber estado en bandos opuestos en la guerra civil. Allí, la conversación se orientó hacia propuestas semejantes, en el sentido de buscar un acomodo, que permitiera (salvo para Crimea) el retiro de las tropas ocupantes, y un estatus neutral para Ucrania, semejante al que tuvieron Austria y Finlandia en la guerra fría. También fracasó, y hoy se sabe que Ucrania le hizo saber a EE. UU. que el primer ministro Naftalí Bennett no les daba confianza por considerarlo demasiado “pro-ruso”. A diferencia de entonces, hoy la alternativa es solo triunfo o derrota total.
Y el escenario no parece auspicioso para Ucrania, ya que la iniciativa militar hoy le pertenece a Rusia, siendo el factor determinante el fracaso en la contraofensiva ucraniana el año pasado, situación que terminó en la remoción del respetado comandante en jefe del ejército ucraniano y en la pérdida de apoyo para el presidente Zelensky, dentro y fuera de Ucrania, tanto que en definitiva no se realizaron las elecciones para renovar un mandato constitucional que terminó el 20 de mayo de este año.
¿Significa que no va a haber mayor movimiento hasta las elecciones presidenciales de EE. UU.? Así parece, a no ser que Rusia decida usar estos meses para incidir en ella con una ofensiva total en la recta final, a la usanza de Vietnam del Norte en los 60s, por lo que, dependiendo del resultado de esa elección, debido a la profunda división que al respecto experimenta la potencia, tiene la potencialidad para marcar la diferencia.
Ahora, a pesar de que occidente por primera vez levantó la prohibición para armamento que tenga la capacidad para atacar dentro de Rusia, la verdad es que las armas prometidas el año pasado todavía no llegan, ni los F-16 ni la cantidad de tanques necesarios para detener a los muchos que tiene Rusia, ahora que, al terminar el invierno, se dan las condiciones climáticas para ello. En otras palabras, para entender lo que ocurre en el frente, hay que reiterar que, desde al menos hace un año, lo que se vive es una guerra de desgaste, la que ha causado una profunda y terrible destrucción en Ucrania, ya que, por ejemplo, en su capacidad eléctrica, alrededor del 70% de la infraestructura ha sido destruida, con insuficiente defensa contra los misiles que recibe diariamente.
¿Y qué pasará entonces con la posible escalada? ¿Qué se hace ante escenarios, tal como la amenaza rusa de usar armas nucleares tácticas en el campo de batalla, o el de la OTAN, de presencia abierta de tropas en territorio ucraniano? ¿Y por tratarse de Putin, su amenaza no podría ser “escalar para desescalar” como lo ha hecho en el pasado? Y en toda escalada, pierden influencia los argumentos morales, de lado a lado.
La verdad es que estamos en territorio desconocido, con dos novedades que superan incluso a lo que ocurre en el campo de batalla. Por un lado, una consecuencia duradera de la invasión de Ucrania es la alianza ruso-china con el objetivo de reemplazar el sistema internacional construido el siglo pasado por EE.UU., y por el otro, en la práctica ha concluido de hecho el acuerdo de como debiera ser el comportamiento entre potencias que se alcanzó después de la crisis de los misiles en Cuba62. Ese acuerdo sobrevivió hasta hace poco, en el sentido que un bloque no tendría tropas ni sería una amenaza en la vecindad del otro.
Hoy, la amenaza rusa de usar armamento nuclear táctico es la disuasión que parece estar funcionando para Putin, después de que el desempeño ruso contra Ucrania fuera inferior a lo esperado.
Todo apunta a un escenario, donde probablemente no van a haber grandes cambios hasta saber el resultado de la elección de noviembre en EE. UU., ya que, de partida, el reciente acuerdo de seguridad con Ucrania no es un Tratado, sino solo un acuerdo gubernamental que se dice de 10 años, pero que en realidad solo tiene vigencia hasta ese día, y que solo continuará y además se reforzará, si gana Biden, en una situación donde hoy las encuestas dicen que la primera posibilidad sería para Trump.
Si algo ha demostrado la guerra de Ucrania es que el verdadero rival para EE. UU. es China, de ahí que debiera haber mayor preocupación sobre el hecho que las sanciones han fracasado totalmente en disuadir a Rusia, que quizás si el precio de la energía hubiese sido más bajo le hubiera hecho más daño a Moscú que las sanciones. El hecho es que Rusia ha tenido un desempeño de su economía, hoy transformada en economía de guerra, superior a lo esperado, incluyendo una producción de municiones que supera a Occidente, y no solo a EE. UU., además con un costo inferior por unidad, quizás consecuencia de una desusada complacencia después de la caída de la URSS, y no haber previsto escenarios de guerra total y prolongada, como la actual que está teniendo lugar en Europa. Y la preocupación mayor debiera surgir del hecho, que, si las sanciones no detuvieron a Rusia, con mayor razón no darían resultado contra la fuerza productiva de China.
Este nuevo escenario se nota a múltiples niveles. Es así como como el comunicado final del G-7 contiene nada menos que 28 referencias negativas sobre China. Pero la pregunta es una incómoda, ¿está el G-7 con tantos lideres debilitados en condiciones de comprarse otra confrontación? Y esa es una verdad, ya que las realidades políticas muestran a diferencia de los 6 lideres varones, que solo la única mujer, Giorgia Meloni parece disfrutar de un futuro promisorio en años venideros.
Por otro lado, ¿dadas sus diferencias entre lideres y países, es la OTAN el mejor instrumento para confrontar a China en Taiwán, cuando no se involucra todavía del todo en Ucrania? Visto desde otro punto de vista ¿está dispuesta la OTAN a llegar a un enfrentamiento nuclear con Rusia por Ucrania?
¿Lo está Europa? No es pregunta menor, ya que nos encontramos en tierra desconocida, pero lo que no cambia es que no existe nada como un escenario “limitado” si de confrontación nuclear se trata. El armamento nuclear táctico también existía en la guerra fría, pero a diferencia de Ucrania, el escenario de guerra contemplaba antes de la destrucción total, el enfrentamiento entre centenares de miles de tropas y miles de tanques y aviones antes de llegar a lo nuclear. Hoy, es distinto, no existe nada intermedio y el uso de armamento nuclear táctico con rapidez se convertiría o en el retiro de uno de los rivales o en enfrentamiento total.
El mayor temor de Rusia ha sido siempre, desde hace siglos, caer en la anarquía, no la guerra. No hay duda de que para invadir Ucrania se han preparado durante años, por lo que incluso el uso de activos congelados de Rusia para compensar la destrucción no cambia por si la realidad en el campo de batalla. Lo mismo ocurre con las armas, partiendo por el hecho, que se ha reconocido al menos por Francia y Alemania, la existencia de “contratistas” hoy en Ucrania, asesorando en terreno a esas tropas.
Por ello, no creo que occidente deba persistir en el error tantas veces incurrido de adornar las palabras de Putin o no creerle. Hay que tomar en serio cada palabra que dice, por lo que además de la amenaza de armamento nuclear táctico, hay que aceptar que la actual escalada va a tener una contra respuesta de Rusia. Es Putin quien ha dicho que nos “hemos acercado al punto de no retorno”, lo único que responsabiliza-como es habitual- a Washington, quien habría “socavado la estabilidad estratégica al retirarse en forma unilateral del tratado sobre defensas antimisiles, del de misiles de alcance medio, y del de Cielos Abiertos”.
La única duda es si será seleccionada una forma o será una combinación de varias, que podrían incluir, un mayor castigo de Ucrania, el ataque a países de la OTAN en la vecindad o limítrofes, ataques a convoyes de armas en camino a Ucrania, entrega de armas a entidades que no son Estados o respaldos a golpes militares o uso de efectivos Wagner (hoy parte formal del Estado ruso) como de hecho está ocurriendo y con éxito en el Sahel vecino al Sahara africano (con derrotas para Francia), o mayor apoyo a grupos guerrilleros o movimientos independentistas, como se hizo también con éxito en la guerra fría, y un largo etcétera, en definitiva, no solo Putin, sino una Rusia que está convencida que en Ucrania se juega la calidad de “potencia” que posee desde los zares.
Temas que no son menores para Europa. ¿Puede prescindir de EE. UU.? o ¿puede haber seguridad para Europa que no considere los intereses de Rusia o de EE. UU.? ¿El camino para Europa es aceptar un estatus inferior o regresar a la propuesta de autonomía militar que hizo De Gaulle? ¿Al menos entre Francia y Alemania, renovar la conducción conjunta que le dieron a Europa mejores años? O desde otro punto de vista, ¿es posible que como ocurriera en la guerra fría, que EE. UU. y Rusia lleguen a acuerdos sobre Ucrania sin contar con Europa?, por lo demás, una comunidad que, si se repiten los resultados de la última elección para el Parlamento Europeo, parece estar en camino de un fuerte cambio político.
Las estadísticas nos muestran que, en 1960, los actuales 28 países representaban el 36,4 % del Producto Interno Bruto (PBI) mundial, el 2023 la Unión Europea el 13,8%. En lo militar, en 1990 al fin de la guerra fría, el ejército de Alemania Occidental era medio millón de efectivos, mientras que hoy son solo 181.000 soldados para la Alemania unificada. Mas aun, aunque ya no es formalmente parte de Europa, en 1945 la Marina del Reino Unido era de las más poderosas del mundo, y hoy, su situación es tan desmedrada que no posee más de 10 submarinos (algunos nucleares) y 24 buques de superficie, es decir, ni siquiera podría emprender un ataque como el de Malvinas 82.
En otras palabras, más allá de su historia y proyectos, la realidad es que la Europa de hoy carece de visión estratégica como también de voluntad colectiva, lo que junto a la falta de inversión en defensa produce una débil relevancia mundial en geopolítica, como sin duda lo ha mostrado la invasión de Ucrania. En segundo lugar, la Unión es extremadamente lenta en la toma de decisiones, con una burocracia ineficiente y costosa, no electa, con un abierto déficit democrático, y con una agenda propia que más de una vez la ha enfrentado con los países miembros y que sirvió de pretexto para el Brexit. En tercer lugar, sus problemas de cohesión interna se muestran no solo en el proceso de toma de decisiones, sino en algo de mayor profundidad como lo son la falta de un propósito común entre los distintos países, los problemas con una inmigración que no desea integrarse y que rechaza la cultura de quien los recibió, como también la terrible persistencia de la fobia más antigua de la humanidad como lo es la judeofobia, tal como lo ha demostrado la situación de Gaza, a lo que se agrega en cuarto lugar, una política exterior caracterizada por resabios colonialistas en algunos países como Francia, y con ejercicios de poder basados más bien en la historia, el soft power (poder blando) y una superioridad moral no solicitada que irrita en vez de ayudar y que no hace suficiente demostración del poder duro (hard power) que caracteriza a toda otra potencia. Por último, la debilidad se muestra en un factor que también perjudica a Rusia y China, una demografía envejecida, y al igual que estos dos países, salvo entre la minoría musulmana.
Putin no se detiene. Este martes 18 llegó por primera vez en 24 años a Corea del Norte para una visita de dos días. No hay duda de que el acuerdo para que Pyongyang proporcione municiones a Rusia en Ucrania ha sido exitoso para Moscú, dado el hecho que el armamento coreano ha sido siempre de base soviética. Washington ha sido sorprendido, por lo que el recién firmado Tratado de Asociación Estratégica entre ambos, también servirá para que la tiranía familiar que gobierna reciba la cooperación rusa en transferencia tecnológica (ej. satélites) lo que es sin duda preocupante para Corea del Sur y también EE.UU.
Nada de lo anterior debiera sorprender, dada la forma como ha crecido esta relación desde el 2019, cuando Kim visitó en septiembre a Putin en el extremo oriente ruso, por lo que también debiéramos esperar un próximo encuentro de Kim (otrora paria) con Xi Jinping. Sin duda, así como para Rusia su alianza con Irán es ocasional dadas sus diferencias con el Yihadismo, con Corea del Norte es estrecha y estratégica.
Y a propósito de China, país que rara vez hace propuestas en temas nucleares, pero que avanza sin pausa en el número de artefactos que posee, ha invitado a un nuevo Tratado donde quienes tienen estas armas se comprometen a no ser los primeros en usarlas, iniciativa que no tuvo mayor repuesta, pero con la paciencia de Beijing, seguramente se transformará en un elemento central de su política exterior.
En Conferencia de Prensa al finalizar la Cumbre del G-7, Biden dijo lo siguiente: “Por cierto China no está suministrando armas” (a Rusia). Agregó que lo que hacía era aportar “la capacidad de producir esas armas y la tecnología disponible para hacerlo”, concluyendo que “de hecho, está ayudando a Rusia”. Sin duda es una descripción exacta de lo que ocurre, lo que muestra cuan profunda fue la equivocación de EE.UU. al no prever las consecuencias de que Rusia se aliara a China como socio menor. También, que existió ingenuidad en torno al rol que China cumpliría, cuando tanto el Departamento de Estado como el Pentágono esperaron que China ejerciese presión sobre Rusia en Ucrania o fuera una especie de intermediario de occidente, a cambio del estatus quo financiero, cuando China está hoy más preocupada de la geopolítica que de su economía.
¿Qué puede hacer EE. UU.?
Sobre todo, una unidad interna de la que hoy carece, con políticas de Estado que le permitirían acometer una profunda reforma del sistema internacional, ya que la actual arquitectura le es desfavorable, a pesar de que la creó y sigue financiando. Al mismo tiempo, recuperar la narrativa que le permitió ganar la guerra fría, es decir, confiar en su propio sistema, además del regreso de la disuasión perdida en el medio oriente y otros lugares, conteniendo la ofensiva, incluso dentro de EE.UU., del islamismo, superar al wokismo y el buenismo que hoy influye demasiado.
Además de la unidad, EE. UU. necesita darse cuenta de que sola no es capaz, ya que en 1945 era casi la mitad de la economía mundial y hoy no supera el ¼ del PBI nominal mundial. Está siendo desafiado en Ucrania, medio oriente y Taiwán, con demasiadas dudas, y como lo ha demostrado Gaza, crea confusión entre amigos y adversarios, al no siempre separar aliados de quienes odian lo que es y representa.
Como conclusión, EE.UU. necesita siempre recordar la triple herencia que hizo grande a Occidente, la de la Ilustración, la grecolatina y la judeocristiana, claridad que tampoco parecen tener sus grandes medios tradicionales, que han perdido el admirable nivel que alguna vez tuvieron en el pasado, sumidos como están en el debate sesgado, y en la “agenda setting” de tratar de decirle a declinantes audiencias lo que tienen que pensar, al haber caído en lo que el psicólogo inglés Peter Wason llamó ya en 1960 el “sesgo de confirmación”, es decir, favorecer la información que proviene de hipótesis y emociones previas, dejando de lado la verificación de hechos que puedan contradecirnos, en otras palabras, presentar fundamentalmente aquello que respalde nuestras creencias previas.
@israelzipper
PhD. en Ciencia Política (Essex), Licenciado en Derecho (Barcelona), Abogado (U. de Chile), excandidato presidencial (Chile, 2013)