Optimismo irracional en la transición venezolana

Es “hasta el final” y además “es ahora”

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Venezuela está en transición; Maduro lo sabe, aunque no le guste (REUTERS/Leonardo Fernandez Viloria)
Venezuela está en transición; Maduro lo sabe, aunque no le guste (REUTERS/Leonardo Fernandez Viloria)

Los escuché preguntarse unos a otros: “¿cuánto tiempo estuviste en el Helicoide? Así como, “tu estuviste en el DGCIM, ¿verdad?” Escuché “hace doce años que no veo a mis padres”, así como “mi exilio ya está llegando a (equis) cantidad de años”.

El “equis” que el lector elija es real, sólo tiene que ser menor de 25. Me animo a decir que “diez años” es la moda en mi “investigación empírica”; que no fue tal cosa. La muestra debe multiplicarse por nueve millones.

Fue en el “Oslo Freedom Forum”, evento anual de Human Rights Foundation. Compartí debates, reuniones e interminables charlas con una muestra representativa de la elite política venezolana en el exilio. María Corina Machado participó de manera remota. La “investigación” que no fue tal se trató de conversaciones con entrañables amigos.

Se acerca el 28 de julio, día de las elecciones. La anticipación y el nerviosismo de todos me resultaron palpables. Me iba quedando claro por lo expresado con palabras, así como por el lenguaje de la tristeza y la melancolía por ese país que perdieron y al que desean volver para recuperar y reconstruir. Y reunificar sus familias.

Más que deseo es un imperativo, un mandato como el que surge de ese “hasta el final” de María Corina, de la épica de sus actos masivos, de las lágrimas derramadas por sus humildes seguidores en esas verdaderas ceremonias de redención de su campaña. Son proezas de resurrección de la sociedad civil, desafiante del despotismo, esperanzada después de tantos intentos y decepciones, comprometida con ese “es hasta el final” y, además, “es ahora”. A la distancia, el país de la diáspora siente un genuino y merecido orgullo por ellos.

A lo largo de estos tres días, varios de esos amigos me preguntaban variaciones de lo mismo: “¿y tu cómo lo ves?”, como recurriendo a una supuesta objetividad de mi condición de no-venezolano. A todos respondí con mis propias variaciones de lo mismo: soy “irracionalmente optimista”.

Irracionalmente porqué, claro, con tantas elecciones que no ocurrieron, tantas que fueron robadas, tantas otras manipuladas y la voluntad del pueblo frustrada, tantos lideres electos encarcelados o forzados al exilio, ¿por qué no ocurriría más de lo mismo ahora? ¿Por qué pensar que habrá una elección este 28 de julio; por qué ahora se contarán bien los votos; por qué ahora se entregará el poder al vencedor?

Y no, espero que no se repita la historia. Tal vez enceguecido por mi deseo, irracionalmente espero otra cosa. Porque la política es el mundo de la incertidumbre, allí reside su belleza, en esos accidentes de la historia que producen lo improbable.

Como ocurrió en España, cuando Adolfo Suarez resultó ser un demócrata ejemplar. Como en Argentina, donde una guerra tan fatídica como innecesaria aceleró la caída de la dictadura. Como en Chile donde el centro y la izquierda se unieron en aquella supuestamente impracticable coalición. Como en el mundo socialista, cuando Gorbachov se rehusó a enviar tanques a Berlín Oriental, en contraste con sus predecesores que los habían mandado a Budapest y a Praga, produciendo así un verdadero dominó de transiciones.

Venezuela está en transición, aún sin claridad sobre el punto de llegada, de ahí la incertidumbre. Porque no, no se puede hacer lo mismo indefinidamente. Porque el calendario es el peor enemigo del poder; porque un bloque autoritario se esquebraja internamente y se divide a causa de ese calendario; y porque el paso del tiempo aísla a quien es producto de otra época.

Venezuela está en transición. Maduro lo sabe, aunque no le guste. El bloque en el poder también sabe que Maduro es su mayor debilidad y su pasivo más pesado. El problema que tienen es que quitar una pieza del mecanismo requerirá cambiar muchas otras. Esa es la estrategia a definir.

La política también es como una autopista. Muchas veces tomar una salida significa no poder regresar a ella. El camino ya es otro, accidentado, más lento, lleno de zigzags, pero sin retorno. La historia cambió a partir de allí, se llama redefinir el orden político vigente. Esa es una transición. Sigo optimista, aunque sea un optimismo irracional.

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