Indudablemente, los niños están sufriendo las consecuencias más graves de las guerras. Son ellos los que soportan el peso de los horrores infligidos por ejércitos y grupos armados al margen de la ley en Ucrania, Colombia, Sudán, Israel/Gaza, Siria y Afganistán, entre otros. Numerosos niños han sido reclutados como combatientes, sometidos a violencia sexual, secuestro y asesinato. También han sido heridos en ataques y sus escuelas y hospitales destruidos, impidiéndoles acceder a servicios básicos de educación y salud. En 2022, casi 24.000 violaciones graves a los derechos de los niños en conflictos armados fueron documentadas por las Naciones Unidas, y se espera que se recopile un número mayor en relación a lo ocurrido en 2023. Estos hechos no sólo privan a los niños de su infancia, sino que también socavan el tejido mismo que nos hace seres humanos.
En este contexto, el multilateralismo enfrenta una “tormenta perfecta”, en donde múltiples crisis se entremezclan, presentando un riesgo continuo para la seguridad global. La comunidad internacional y sus instituciones deben estar a la altura del problema, exigir la protección de aquellos que son afectados por las atrocidades de la guerra y aplicar justicia contra los responsables por los crímenes cometidos.
Cada niño tiene el derecho a crecer en un entorno libre de miedo y violencia. La Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce explícitamente que los niños tienen el derecho a cuidados y asistencias especiales. Otras normas internacionales incluyen obligaciones similares, como aquellas que se encuentran en el derecho internacional humanitario que se aplica a conflictos bélicos. A pesar de esto, 468 millones de niños (1 de cada 6) todavía viven en áreas afectadas por guerras, donde sus derechos les son arrebatados. Esto trae aparejado consecuencias físicas y mentales que pueden durar toda la vida. No se trata simplemente de una crisis humanitaria. Proteger a los niños es un imperativo moral que tiene que ser solucionado. Debemos hacer más.
Quisiera enfatizar tres herramientas que los Estados tienen para asegurar la protección de los niños en las guerras:
—Primero, aplicar la ley sobre los responsables de las graves violaciones contra los derechos de los niños debe ser una de las piedras angulares de la respuesta a este flagelo. Los Estados y grupos armados al margen de la ley que se encuentran detrás de estas conductas deben ser debidamente identificados en el próximo Informe Anual del Secretario General de la ONU sobre Niños y Conflictos Armados. Dado que este mecanismo ha mejorado la situación de los niños en diversos conflictos, es imperioso que se tomen decisiones consistentes y que todos aquellos que han cometido violaciones sean incluidos. Los individuos también deben ser juzgados por sus acciones. Mecanismos e instituciones locales deben ser apoyados a fin de que puedan brindar justicia a las víctimas.
—Segundo, todas las partes involucradas (Estados y grupos armados al margen de la ley) deben priorizar el interés superior del niño en sus acciones y decisiones. Ya sea en negociaciones de cese al fuego u operaciones militares, como las que tienen lugar en áreas densamente pobladas, el bienestar de los niños debe estar al frente de estas consideraciones. Las partes deben tomar medidas para prevenir el daño a los niños. Esto requiere un cumplimiento irrestricto del derecho internacional, incluido el derecho internacional humanitario y el derecho internacional de los derechos humanos, incorporando precauciones para que se protejan a los niños en la planificación y ejecución de operaciones militares. Los Estados que participan en discusiones multilaterales también deben priorizar el interés superior del niño y enfatizar su importancia en resoluciones, declaraciones y otros documentos y discusiones relevantes.
—Finalmente, organizaciones internacionales y locales deben recibir apoyo para sus programas de protección de la niñez en áreas afectadas por conflictos armados, asegurando que los niños tengan acceso a servicios esenciales, como son la educación, atención médica, apoyo psicosocial y espacios seguros. Existen numerosas organizaciones en todo el mundo que realizan un trabajo esencial y brindan algunos de estos servicios. Estas deben ser apoyadas, ya que sus programas no sólo proporcionan un alivio inmediato para los niños atrapados en el fuego cruzado, sino que también sientan las bases para su recuperación a largo plazo y su reintegración en la sociedad. Invertir en la protección infantil es tanto un imperativo moral como una decisión estratégica para construir una paz sostenible.
Debemos ser parte de un mundo donde los niños nazcan libres de violencia y miedo. Eso demanda un compromiso más activo para protegerlos, lo que también incluye brindar el apoyo necesario a las instituciones y organizaciones que trabajan hacia ese objetivo. Tenemos una responsabilidad colectiva de asegurar que los niños estén protegidos de los horrores de la guerra y se les dé la oportunidad de prosperar en un ambiente seguro. No hay tiempo que perder. El futuro les pertenece. Nos toca decidir a nosotros, los adultos, qué tipo de futuro queremos darles.
Ezequiel Heffes es el Director de Watchlist on Children and Armed Conflict en Nueva York