A medianoche, con un traje negro y una puesta en escena propia de una película de misterio al estilo de Rian Johnson, llegó a Venezuela el canciller de Rusia, Sergei Lavrov. Su visita despierta alarmas debido a las circunstancias en las que se produce: por un lado, en Venezuela se destapa una ola de persecución y hostigamiento contra defensores de derechos humanos, activistas sindicales y todo lo relacionado con la sociedad civil independiente; por otro lado, en Rusia, hace apenas una semana, asesinaron al mayor líder opositor al régimen de Putin, Alexei Navalny.
Durante su estancia, Lavrov se entrevistó con Delcy Rodríguez, quien ahora coordina directamente la relación con Rusia, y con Nicolás Maduro. Durante estas reuniones, Lavrov reveló que están fortaleciendo un centro de enseñanza ruso en Caracas, y tienen planes de abrir uno nuevo en Margarita. Además, expresó la intención de erigir una estatua en honor a un famoso poeta ruso en un parque emblemático de la capital. Esto indica que la penetración rusa en Venezuela no se limita únicamente al ámbito político o militar, sino que también está escalando de forma vertiginosa en el plano cultural.
El hecho de que esta gira se desarrolle en medio de detenciones arbitrarias en Venezuela, como las de Rocío San Miguel o Richard Salazar, la expulsión de la oficina del Alto Comisionado de la ONU para los derechos humanos, y el reciente escándalo en Chile con el posible secuestro de un militar asilado por fuerzas de inteligencia de Maduro, indica que Rusia está más firme que nunca en su apoyo al régimen. Del mismo modo, Maduro recibe a Lavrov cinco días después del asesinato de Navalny, solo le faltó condecorarlo por el atroz crimen, que a mí en lo particular me hizo revivir la muerte de mi amigo Fernando Albán, quien falleció producto de las torturas de los esbirros de Maduro.
Erróneamente, algunas personas llegaron a creer que aliviar la presión sobre Maduro ayudaría a sacarlo del cuadrante de influencia de Rusia, China e Irán. Sin embargo, el tiempo ha demostrado que Maduro no abandonará esa alianza, ya que son estos intereses los que precisamente lo mantienen en el poder. Para romper esta conexión, es necesario ejercer presión sobre Maduro y su círculo, articulando un frente internacional fuerte conformado por Europa, Estados Unidos y América Latina, para demandar la habilitación de María Corina, un cronograma electoral serio y unas condiciones mínimas para los comicios presidenciales de este año.
Si seguimos en esta inercia, el triunfo del mundo antidemocrático sobre Occidente y especialmente sobre América Latina es inevitable. La visita de Lavrov a Venezuela envía un mensaje al resto de las democracias de la región sobre la intención de Rusia de recuperar el espacio que la Unión Soviética tuvo en este hemisferio. Aunque los rusos ya están asentados en Cuba y Venezuela, y están ganando terreno en Nicaragua y Bolivia, esto puede ser solo el comienzo de una penetración sin precedentes en esta parte del mundo.
La infiltración rusa dentro de nuestra Fuerza Armada Nacional Bolivariana es otro asunto que reviste importancia para la región por sus implicaciones para la seguridad nacional de cada país. Los acuerdos militares le han permitido a Moscú no solo comercializar su arsenal militar, sino exportar su doctrina, instalar bases de mantenimiento de sus equipos, realizar ejercicios militares conjuntos y enviar asesores militares a nuestros cuarteles. No son pocas las fotos de agentes militares rusos en nuestro territorio, las cuales se han hecho frecuente en estados fronterizos.
En tal sentido, no se puede ignorar lo que está pasando. Tampoco meterlo debajo de la alfombra. Toca afrontar esta realidad y asumir que Maduro está aliado con el mal, que Maduro no es solo Maduro, Maduro es Putin. Por ello, revertir esta tendencia autoritaria en la región resulta inverosímil si no se hace de manera conjunta, entre todos los países sin importar las ideologías, y asumiendo que una Venezuela controlada por Maduro significa una herida abierta que infectará a toda la región.