La semana pasada escribí sobre el segundo asesinato de Navalny. “Segundo” porque el anterior, intento por envenenamiento, lo superó en una clínica de Berlín. Este ocurrió en prisión, sin explicación oficial sobre la causa, sin autopsia.
Trazaba un paralelo con otras muertes bajo custodia del Estado en América Latina; según las autoridades por diversas causas naturales. Sea por delicada salud, COVID, accidentes o suicidio, pretendidamente, ese es el argumento de rigor en Cuba, Nicaragua y Venezuela. El número de estos episodios está directamente correlacionado con el tiempo de permanencia de dichas dictaduras en el poder. Hoy vuelvo al tema incluyendo otro crimen en la lista: el secuestro, además en una nación extranjera.
Así ocurrió en el caso del teniente coronel Ronald Ojeda, oficial venezolano antes fugado de una cárcel en su país y hoy con status de refugiado en Chile. Se lo observa en el video de seguridad del edificio donde vive, semi-desnudo, en ropa interior y siendo llevado por la fuerza por un grupo de personas auto-identificadas como Policía de Investigaciones de Chile, pero encapuchadas y con atuendo, armas y equipamiento militar.
Dada la modalidad de la operación, las armas, los gestos y técnicas de captura que se observan, la opinión de los expertos es que se trató de un comando de la DGCIM, Dirección General de Contrainteligencia Militar de Venezuela. La hipótesis alternativa sugiere una operación ejecutada por el crimen organizado. Hablan del “Tren de Aragua”, organización con presencia en toda la región, Chile incluido.
Pero es lo mismo, agrego yo. El régimen chavista siempre se apoyó en organizaciones paralelas no-estatales, colectivos motorizados, paramilitares, bandas delictivas en las prisiones (pranes) o el crimen organizado. Funciona en colusión con ellos y con diferentes grados de integración. Los vínculos entre sí no son accidentales, son orgánicos. Es la fusión de la violencia del Estado, el control territorial y los extraordinarios recursos que se originan en el tráfico de drogas y personas, la minería ilegal y el contrabando de gasolina.
Este secuestro es de mayor sofisticación. Incluye una violación de soberanía y de diversos instrumentos del derecho internacional sobre el asilo, comenzando por la propia Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 y la Convención sobre los Refugiados de 1951. La infiltración de militares en territorio extranjero, personificando a policías chilenos para una vez allí ejecutar un secuestro y posterior desaparición, constituye asimismo un acto de agresión injustificado y no-provocado hacia otra nación.
De eso se trata precisamente. La ironía de Diosdado Cabello en su habitual parodia televisiva negando la participación de Caracas en el secuestro no es más que la firma del régimen al pie de página. Precisamente, la dictadura siempre se presenta con exhibicionismo. Así de paso humilla al gobierno de Gabriel Boric, de izquierda pero crítico de la dictadura chavista, reprobación que les hace daño.
Con esta operación Maduro también humilla a Estados Unidos, nada menos, reduciendo su estatura internacional. La Administración Biden invirtió gran cantidad de recursos de política exterior en un proceso de transición conducido por el régimen de Maduro. A tal fin indultó a Alex Saab, eliminó sanciones y patrocinó la firma de contratos de exploración de gas en el Caribe operados por PDVSA. Ello aceleraría el proceso de negociación de Barbados con elecciones libres y justas este fin de año.
Proceso de negociación que quedó en un callejón sin salida. Con Saab libre y menos sanciones, el régimen emprendió una feroz razzia represiva. Ratificó la inhabilitación de María Corina Machado, encarceló a varios de sus colaboradores cercanos, persiguió a periodistas y defensores de Derechos Humanos, y produjo la desaparición, luego arresto, de Rocío San Miguel, tomando a su familia como rehenes.
Y ahora este secuestro, con el que también humilla a las fuerzas de seguridad chilenas. Ya nadie habla de transición y elecciones, como si fueran parte de un pasado lejano. Ahora el elefante está en la habitación. Es que mientras le hablaban de elecciones, Maduro se preparaba para capitalizar la coyuntura internacional que se aproxima: las elecciones en Estados Unidos.
Sabe bien que nadie estará prestándole demasiada atención a medida que se acerque noviembre. Y es la tercera vez, así lo hizo en 2016 y 2020. Todos los gobiernos cambian, el chavismo sigue allí.