La Sociedad de la Nieve y el eterno pensamiento uruguayo

No es un film más, es regalarse un momento introspectivo para analizar las preguntas esenciales de la vida, para volver a los cuestionamientos básicos que no deberíamos perder de vista jamás

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Una película de J. A. Bayona sobre una de las historias más impresionantes del siglo XX y seleccionada para representar a España en los Oscar 2024, llega a algunos cines en diciembre y a Netflix el 4 de enero. (Netflix)

Hay varias cosas que “La sociedad de la nieve” archiva para siempre. Lo primero es que se puede ser ciudadano de un pequeño país, lejano para el mundo, y tener una historia universal que narrar. Una historia verdadera.

No le quito una gota de mérito al director de la película pero su fidelidad con el relato, elaboró mucho más que un film, hizo vivo un testimonio de integridad que hasta ahora no había estado sobre la mesa. ¡Y eso que se hicieron obras, películas, charlas, programas periodísticos pero algo no había llegado a fondo como con esta película! No tengo idea exacta de lo que pasó, aún no lo comprendo demasiado. No sé si esta época -que tanto se critica- abrió cabezas y permitió hablar de todo y mostrarlo sin complejo alguno. No lo sé, lo intuyo. Para la mayoría de uruguayos esa vivencia nos estremeció siempre. Otros, con franqueza, la miraban de costado por prejuicios positivos o de los otros. Ahora, el debate se ha cerrado: por goleada ha ganado la historia real. Fin del debate.

Lo segundo es que se han caído mitos y miedos. No hay caníbales, solo hay sobrevivientes que no tuvieron otra opción existencial. Hay entonces un recuerdo mancomunado de todos para con todos los que allí estuvieron: los 16 que volvieron vivos y los otros 29 son parte de ellos. No hay otra forma de ver esos acontecimientos. No hay otra dimensión. Fin del debate moral.

Lo tercero es lograr impactar a una generación con una historia que enseña valores en medio del desastre y la desolación, que en la situación límite más desesperante que se pueda dimensionar -cuando la vida está casi perdida- siempre hay un hálito más y otro empujón para alcanzar la salvación, no el milagro, los milagros no existen, existe la gente que produce algo parecido a eso que se llama: superación, resistencia, dignidad o como se le antoje al lector entender ese momento.

El 13 de octubre de 1972, el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya se estrelló en los Andes. Solo 29 de los 45 pasajeros sobrevivieron al accidente.

Pablo Vierci es el alma mater de esta película. Es mucho más de lo que parece como simple guionista o escritor. Es un ser firme, transparente y con una inteligencia emocional que logra con su infinita paciencia asuntos increíbles con su pluma y su forma de ser. Conviene oírlo porque no suele decir imbecilidades en un mundo donde la retórica banal es abundante. Por eso encontrar la interpelación de Numa Turcatti fue la pieza que coronó lo producido. Genial enfoque que permitió convocar al espectador y vincularlo. (No deseo contar más de esto de la película, estaría mal, por eso no aclaro demasiado).

Creo que como Fernando Parrado produjo su epifanía en lo acontecido, acá en esta reconstrucción fílmica redentora, Pablo Vierci es el ingeniero en Houston que calcula los movimientos para no salirse de ruta y retornar con éxito de esa misión. Cero “ninguneo” al director Juan Antonio Bayona, solo paso revista a algo que creo es justo. Al contrario, felicitaciones a un director obsesivo que no hizo un documental. No es fácil montar con precisión psicopática todo lo que aconteció y hacerlo con creación. El riesgo de la perfección siempre conspira con la interpretación artística por la reproducción textual. No fue ese el resultado de la obra de arte producida.

Es simple, vean esa película, no es un film más, es regalarse un momento introspectivo para analizar las preguntas esenciales de la vida, para volver a los cuestionamientos básicos que no deberíamos perder de vista jamás.

La sociedad de la nieve enseña lo que nos olvidamos en el día a día y lo enseñan unos chiquilines a quienes las cartas del destino les salieron mal y estaban destinados a morirse. Las razones de su sobrevivencia las tiene que descubrir el espectador y seguro que dos personas no pensarán lo mismo. Esa también es la maravilla de esta obra. Todos la vemos igual, la realidad es una sola y todos la interpretamos desde lugares distintos.

Y sí, es cierto, las actuaciones son impactantes porque algo sucedió en términos de inmersión que logró meter en el alma de todos los personajes a los actores de forma maravillosa. Ellos salieron mejor personas de ese filme, se los aseguro. Me gusta eso, además, porque siempre se habla de las nuevas generaciones creyendo que viven dentro de un teléfono móvil, y pibes tan jóvenes nos peguen semejante cachetada a gente grande (que cree que se las sabe todas) es algo hermoso.

Los uruguayos somos gente sobria, sabemos que el mundo nos registra poco (disculpen por el complejo) pero en el fondo gozamos con esa ignorancia planetaria. No nos gusta andar por el planeta y que nos marquen con el dedo por estereotipos que no nos identifican. Menos nos gusta que nos confundan. Nos gusta el perfil bajo, podrán haber algunos más visibles que otros en el fútbol y en la política, un poquito, pero en general somos un pueblo mesurado y sobrio. La tenemos clara y no necesitamos las marquesinas para inflamar nuestro ego.

Todo eso es verdad hasta que llegamos a la cordillera de los Andes y no hay vez que la miremos y siempre, definitivamente siempre, pensaremos nosotros, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos: allí se salvaron unos uruguayos que lograron cambiar el destino a fuerza de sacrificio y tesón.

No habrá vez que un uruguayo pase por esa cordillera y no piense eso. Créanme que así es y por siempre será así.

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