En el marco de la inauguración de los Juegos Macabeos en Argentina, ocurrida en diciembre de 2023, el presidente Javier Milei expresó su apoyo incondicional a Israel y se refirió entonces a la lucha contra el “terrorismo islámico”. Me imagino que si el mandatario hubiera usado en una frase similar los adjetivos “cristiano” o “judío” en lugar de “islámico” hubiera generado otra reacción en la sociedad. Parece que desgraciadamente ya todos nos hemos acostumbrado a escuchar y leer “islámico” en combinación con terrorismo, sin prestar ninguna atención a la gravedad de esta asociación. No pretendo aquí saber si fue una declaración desafortunada o si el titular del Poder Ejecutivo en el fondo realmente vincula el islam con el terrorismo, lo único que puedo asegurar es que adjetivar de esta manera el terror aludiendo a una religión no perjudica solamente la imagen de una creencia, sino que fomenta también el odio contra ella, especialmente en un país donde la mayoría nunca ha tenido una interacción personal con quienes la practican.
De hecho, el presidente Obama y su gobierno ya en febrero de 2015 se negó a usar los términos “islam extremista” o “islam radical” justamente para no otorgar a los terroristas una legitimidad religiosa. “No son líderes religiosos, sino terroristas. No estamos en una guerra contra el islam, sino contra las personas que han pervertido el islam”, son sus famosas palabras.
Debido al reciente episodio de la guerra entre Israel y Hamas, se ha observado como un efecto adverso en las últimas semanas un aumento significativo tanto de “judeofobia” por un lado como de “islamofobia” por el otro, aquí y a nivel global. Desafortunadamente, hay también en nuestra sociedad personas que han desarrollado la idea de que el islam es en sí mismo una amenaza para la paz, la santidad de la vida y los “valores occidentales”.
Como musulmán quiero responder a todas estas distorsiones y, a su vez, dar una voz a los millones de musulmanes que vivimos en el Occidente y observamos en nuestra vida cotidiana ciertas connotaciones negativas atribuidas a nuestro credo. Como teólogo avalo cualquier debate intelectual y pensamiento crítico sobre cuestiones religiosas o seculares, pero no usemos la “libertad de opinión” como una licencia abierta para fabricar una imagen dañina contra un grupo. Así que, en nombre de todas estas voces, que muchas veces son ignoradas y silenciadas sin tener la posibilidad de desmentir los falsos prejuicios, quiero dar testimonio de que el significado literal de nuestra religión en árabe es “paz”, y que el objetivo principal de nuestra fe es mejorar nuestra relación con el Creador y con toda su creación.
Profesamos una religión que rechaza en su totalidad la violencia y establece la santidad de la vida de cada ser humano, sin distinción de su etnia o su confesión. Profesamos una religión que garantiza la libertad de creencia y la manifestación del libre albedrio. Profesamos una religión, tal vez la única, que reconoce la veracidad de los demás credos y hace hincapié en acuñar relaciones de respeto interreligioso. Profesamos una religión que incluso en un estado de guerra no permite el castigo colateral ni el ataque contra personas civiles. Nuestro “Yihad” no consiste en la guerra santa contra los infieles, sino en la lucha contra el propio Satanás y el propio ego que cada uno de nosotros lleva dentro de sí. No gritamos “Allahu Akbar” (Dios es grande) para causar desorden y discordia en la tierra, sino como llamamiento hacia la espiritualidad y la fraternidad universal.
Sin embargo, sé que uno podría pensar en este momento: si los preceptos islámicos son tan nobles ¿por qué entonces hay fieles que manifiestan todo lo contrario? La respuesta resulta simple si imaginamos el siguiente escenario: en un accidente de tránsito, ¿hay que responsabilizar al vehículo o al conductor? De la misma forma, el único culpable de los males que se hacen en nombre de ellas es el ser humano que manipula y distorsiona por sus propios intereses la palabra divina. Por otro lado, no caigamos en la falacia de atribuir la acción de un individuo o una agrupación a una religión solo por el hecho de que los miembros se autoidentifiquen como sus adeptos. Si fuera este el criterio entonces a raíz de los capítulos sangrientos de nuestro pasado ningún culto permanecería libre de manchas. En esta línea, cada fe y cada ideología se define y merece ser juzgada en base de sus propias fuentes y sus enseñanzas originales.
Por ende, en vez de inventar nuevos términos como “islamismo”, “islamista”, “islam radical”, “islam yihadista” etc. y después atribuirle sus acciones violentas al islam, sería más honesto y beneficioso para todos nosotros que se reflexione en profundidad sobre el origen de las crisis que atraviesan las sociedades musulmanas. El islam no tiene diferentes facetas y etiquetas, ni existe un islam “religioso” y otro “político”, sino que el islam tiene una sola y única cara: aquella que se manifiesta a través del Sagrado Corán, la tradición y los dichos del profeta Muhammad que categóricamente establece la separación entre religión y estado. No nos hemos dividido entre musulmanes “moderados” y “radicales” debido a los distintos matices de la misma fe, sino que nos caracterizamos por cumplir o rechazar las enseñanzas religiosas de nuestra fe. Aquellos que generalizan y conceden a los terroristas una identidad religiosa no hacen más que cumplir su objetivo: que es envenenar la convivencia armónica y causar las divisiones entre “nosotros” vs “ellos” y entre “musulmanes” vs “no musulmanes”.
En síntesis, quiero dejar claro aquí que la decadencia moral y social del mundo musulmán y, en paralelo, el surgimiento de ideologías extremistas son la consecuencia de haber abandonado los valores verdaderos de la fe. No es una casualidad que, tanto en el islam como en casi todas las religiones, hallemos la profecía sobre el advenimiento de un Mesías en los últimos días con el fin de erradicar las manipulaciones y las malinterpretaciones. Pero al mismo tiempo, se advirtió de la llegada del anticristo que vendría disfrazado como el Mesías. ¿Y cómo distinguir entonces esta realidad?
Según el islam, la reformación de las falsas ideologías no será mediante invasiones militares y ataques bélicos, sino con herramientas pacíficas, educativas y pedagógicas. Es imprescindible en este contexto mencionar a la Comunidad Musulmana Ahmadía cuyo fundador, Su Santidad Mirza Ghulam Ahmad, proclamó ser el Mesías Prometido. Con decenas de millones de seguidores en más de 200 países y una historia de más de 140 años, ha logrado no tener ningún caso de radicalización y extremismo entre sus miembros. En este sentido, su lema “Amor para todos, Odio para nadie” podría ser un mensaje oportuno en este momento para superar nuestras propias “grietas” y trabajar juntos para una mejor convivencia en nuestra sociedad.
Marwan Gill es Imam (teólogo islámico) y presidente de la Comunidad Musulmana Ahmadía en Argentina.