La Envidia y la Guerra

La maniobra de Maduro es evidente por burda: ha reactivado el conflicto territorial y marítimo con Guyana para buscar respaldo de la población, como hizo la dictadura argentina después de invadir las islas Malvinas

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Nicolás Maduro, habla durante el acto de cierre de campaña, previo al referéndum sobre un territorio potencialmente rico en petróleo, parte de su larga disputa con su vecina Guyana (Reuters)
Nicolás Maduro, habla durante el acto de cierre de campaña, previo al referéndum sobre un territorio potencialmente rico en petróleo, parte de su larga disputa con su vecina Guyana (Reuters)

La envidia se describe como “un sentimiento o estado mental en el cual existe dolor o desdicha por no poseer uno mismo lo que tiene el otro, sea en bienes, cualidades superiores u otra clase de cosas tangibles e intangibles”.

Por su parte, la Real Academia de la Lengua (RAE) la define como “tristeza o pesar del bien ajeno, o como deseo de lo que no se posee”.

A tenor de lo expuesto, ¿podemos envidiar al gobierno de Venezuela, como afirma el dictador de ese país, Nicolás Maduro, que además nos califica de malvados, xenófobos, oligarcas, racistas y explotadores, pretendiendo sacar provecho político a incidentes ocurridos en un partido de fútbol?

¿Podemos envidiar un régimen pervertido que convirtió uno de los países más ricos del mundo en territorio destruido, con 94% de pobres y 76.6% en situación de miseria, según data de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida de la Universidad Católica Andrés Bello?.

No podemos envidiar al responsable del desgarrador éxodo de 8 millones de seres humanos, según reporta la ONU, cifra que continúa incrementándose porque cientos más siguen migrando, inclusive arriesgando la vida al cruzar la peligrosa selva del tapón de Darién, una travesía que han hecho 150,327 llaneros, según reporte de las autoridades panameñas.

¿Acaso provoca envidia, celo, admiración, un gobernante acusado en dos informes del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas de 7 mil asesinatos, que debe responder a los fiscales de la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad y sindicado, asimismo, por la OEA, la Unión Europea y todos los organismos humanitarios por afectar la vida y libertad de miles de seres humanos?

¿Pensará Maduro que constituye un timbre de orgullo político haber generado una hiper inflación acumulada entre el 2013-2018 de 5 millones 400 mil por ciento o confiscar 1,341 empresas privadas que ahora se encuentran en la ruina y sus trabajadores en la calle?.

¿O, quizás, el gobernante ignora que al entregar el manejo carcelario a los propios delincuentes surgió la siniestra banda del Tren de Aragua, poderosa multinacional del crimen que viene cometiendo atroces asesinatos en Perú, Ecuador, Chile y Brasil?

El sistema chavista, por otro lado, es de cuño fascista porque centraliza en el presidente todos los poderes públicos que deben ser instituciones autónomas. No es así en Venezuela, porque el Consejo Nacional Electoral, Tribunal Supremo de Justicia, Contraloría, Ministerio Público, Defensoría del Pueblo y las Fuerzas Armadas y Policía Bolivariana, ofician de satélites del régimen para reprimir a la oposición y perpetuarse ilegalmente en el poder.

País abrumado por una deuda externa impaga de 200 mil millones de dólares, también hace frente a procesos judiciales por no indemnizar a empresas nacionales y extranjeras confiscadas, deuda estimada en US$ 43, 384, que incluye casi US$ 10.000 a la estadounidense ConocoPhillips y US$ 1,500 a compañías españolas.

O, por último, ¿podemos envidiar a quien convive con los tiranos de Cuba y Nicaragua; que ofrece su suelo al genocida Putin para el entrenamiento de las fuerzas militares que atacan al pueblo ucraniano, bombardeando escuelas, hospitales y viviendas; que se asocia con el régimen fundamentalista de Irán a cambio de armas y que alberga a la organización terrorista Hezbollah y a disidentes de la guerrilla colombiana?

Se trata, igualmentete, de un régimen inmoral, absolutamente corrupto, cuyos líderes civiles y militares han saqueado las arcas públicas, sustrayendo por lo menos 300 mil millones de dólares.

Maduro se encuentra en su fase final, en tránsito al camposanto político, porque todas las encuestas indican que en los comicios presidenciales del 2024 la lideresa social demócrata María Corina Machado lo derrotará por una diferencia de 4 a 1.

Ante esta perspectiva, su respuesta será más represión, más encarcelamientos y asesinatos de opositores, mas gente que se traslade al exterior.

En este tóxico contexto, Maduro ha reactivado el conflicto territorial y marítimo con Guyana que disputan 160 mil kilómetros cuadrados del Esequibo, zona rica en petróleo y minerales.

Para hacerlo, ha convocado un referéndum para el próximo tres de diciembre con dos preguntas claves: si los votantes aceptan la competencia de la Corte Internacional de Justicia de la ONU, a cuya jurisdicción supranacional se sometió el régimen chavista y que ahora intenta desconocer; y si aprueban la creación del estado Guyana-Esequibo como parte de la República Bolivariana de Venezuela.

La maniobra es evidente por burda: el propósito de la consulta es buscar respaldo de la población, como hizo la dictadura argentina después de invadir las islas Malvinas.

Siguiendo el mismo libreto, no dudamos que, henchidos de un falso “patriotismo”, envueltos en la bandera nacional, invocando el legado histórico del Libertador, la cúpula del régimen planea movilizar sus fuerzas militares hacia Guyana.

Advertimos, pues, que hay riesgo de guerra en la región, que debe merecer la mayor atención de la prensa y de nuestras Cancillerías.

Lo señalamos porque esa sería la única manera de que Maduro soslaye las elecciones presidenciales del próximo año. Que impida una catastrófica derrota electoral que extienda partida de defunción a 25 años de chavismo.

Ante esta hipótesis debemos recordar las palabras del estratega prusiano, Karl Von Clausewitz, cuando sostuvo que “la guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas con otros medios”.

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