Detestable frivolidad (Dedicado a Pedro Sánchez)

Hay una diferencia enorme entre la mirada larga de un estadista, que entiende la complejidad y ofrece herramientas para resolver el conflicto, y la mirada corta de un oportunista, que lo utiliza para poder sacar réditos internos

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El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y el primer ministro belga, Alexander de Croo, durante su reciente visita a Israel. EFE/ Jorge Fuentelsaz
El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y el primer ministro belga, Alexander de Croo, durante su reciente visita a Israel. EFE/ Jorge Fuentelsaz

Una de las derivadas más llamativas del conflicto entre Israel y Palestina es la tendencia de algunos líderes políticos a chapucearlo del modo más frívolo, siempre con la intención de utilizarlo para sus miserias interiores. Aunque el problema hace 75 años que dura y que es uno de los más complejos de la historia, los hay que dan consejos de todo a cien, tienen la solución inmediata, saben cómo, de qué manera y cuándo se puede resolver, creando el perverso espejismo que, si no se ha resuelto, es porque alguien no quiere. Y, en todos estos casos siempre señalan a Israel, eterno culpable de todos los males. Cosa nada extraña, pues si los judíos siempre han sido los culpables universales, también lo tiene que ser el estado judío.

El ejemplo más paradigmático de este uso frívolo del conflicto por interés propio lo ha protagonizado el presidente Pedro Sánchez, siempre acompañado de la demagogia extrema que practica la izquierda española cuando se trata de la causa palestina. Quede dicho, de entrada, que es necesario solidarizarse con el drama humano que el conflicto genera —si se proyecta a los dos lados, que no suele ser el caso—, como también es pertinente querer ayudar a encontrar una salida pacífica. Pero hay una diferencia enorme entre la mirada larga de un estadista, que entiende la complejidad y ofrece herramientas para resolver el conflicto, y la mirada corta de un oportunista, que lo utiliza de manera frívola para poder sacar réditos internos. Es exactamente eso lo que ha hecho estos días Pedro Sánchez, primero anunciando en el debate de investidura que España reconocería el estado palestino, dicho así, con toda la fanfarria y demagogia que el término representa. Y hablo de demagogia porque, si bien es bueno y loable querer un estado palestino —de hecho, no conozco a nadie que esté en contra—, la cuestión no puede reducirse a un simple enunciado para hacer méritos de progre esforzado. Al contrario, antes hay que responder a las grandes preguntas que no han obtenido respuesta desde hace 75 años: ¿cómo se hace, con quién, en qué límites, con qué acuerdos?

De hecho, Sánchez no debe saber —la mayoría de los que claman sobre el conflicto padecen una ignorancia patética en la materia— que ha habido cinco posibilidades de crear un estado palestino, y todas han sido abortadas por los dirigentes árabes y/o palestinos. Esta es su crónica. Primer plan, el de 1938, cuando la comisión Peel planteó la opción de los dos estados, con los árabes quedándose el 80% del territorio en disputa. Los judíos aceptaron y los árabes lo rechazaron, bajo el principio de la oposición absoluta de la existencia de un estado judío. La segunda opción, el plan de partición de Naciones Unidas de 1947, donde nuevamente los árabes se negaron. La respuesta fue la declaración de guerra de cinco estados, Líbano, Siria, Transjordania, Irak y Egipto, contra Israel, que sorprendentemente ganó. Jerusalén Este (que en el plan pasaba a manos árabes), Cisjordania y Gaza quedaron bajo dominio de Egipto y Jordania, pero durante veinte años no plantearon nunca, ni tuvieron ningún interés en crear un estado palestino. En 1967 Israel sufrió la guerra de los Seis Días, liderada por Egipto, ganó y consiguió los territorios bajo dominio árabe. Entonces, ofreció diferentes opciones: devolver los territorios a Egipto y Jordania, o cederlos a los árabes que había en el territorio. Los países árabes, reunidos en Sudán, respondieron con los tres famosos NO: no a la paz con Israel; no al reconocimiento de Israel; y no a las negociaciones con Israel. Nuevamente, la posibilidad de un estado palestino fue rechazada. El año 2000 llegaron las negociaciones de Camp David con Yasir Arafat y Ehud Barak. Barak propuso un plan de dos estados que implicaba el 73% de Cisjordania, el 100% de Gaza y Jerusalén Este como capital de Palestina, y Arafat lo rechazó. La frase de Clinton es histórica: “Arafat ha estado aquí 14 días y ha dicho que no a todo”. En 2008, de la mano de Ehud Olmert, hubo un cuarto intento que fue más allá: incluso aceptó renunciar al Monte del Templo de Jerusalén, que sería regido por cinco estados: Arabia Saudí, Jordania, Palestina, Estados Unidos e Israel. Mahmud Abás dijo que no. En medio, más guerras, intifadas, llegada de Hamás en Gaza, actos permanentes de terrorismo, lanzamiento periódico y masivo de misiles y una negativa absoluta a plantear cualquier mesa de negociación. Con un añadido de enorme trascendencia: todas las organizaciones yihadistas que actúan en Gaza rechazan de plano cualquier opción de paz y nunca han tenido como objetivo un estado palestino.

Así las cosas, ¿cómo lo quiere hacer Sánchez? ¿A quién reconocerá, con quién, qué territorio, con qué aliados, qué representados, Hamas, ANP, Yihad Islámica? Además, qué opinará de esto Irán, que es el principal actor de la guerra, cómo reaccionará Rusia, fuerte aliada de Irán, qué dirá Hizbulá, etcétera. ¿Ha pensado en todo eso Pedro Sánchez cuando ha reducido esta situación tan grave y explosiva a una simple proclama populista para ganar méritos internos? Pensará que ha quedado como un señor, un pacifista, un estadista, pero en realidad solo ha quedado como un oportunista de escasa trascendencia y nulo recorrido.

A partir de aquí, el resto de los gestos que ha perpetrado, como ir a Israel a hacer mala cara o vender un pacifismo sin otro recorrido que el retórico, ni mostrar ninguna empatía por la masacre del 7 de octubre, suman en la misma dirección diletante e inútil. Y detestable, porque intentar conseguir réditos políticos de cortos vuelos aprovechando un conflicto trágico de enorme complejidad, es propio de una frivolidad inmoral. Así solo consigue alimentar la demagogia, pero no tiene ningún otro resultado. O quizás sí: ha conseguido un gran conflicto diplomático y que Israel no venga a su “conferencia de paz” de Barcelona, tan creíble y seria como la famosa mesa de diálogo. Es el éxito de la frivolidad y el oportunismo: no resuelve conflictos, pero te deja guapo en la foto.

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