Empiezo este artículo con una desesperanza que me paraliza. Aunque siempre me he sentido cómoda en el territorio de la palabra y nunca he rehuido una esgrima dialéctica en la defensa de mis convicciones, estos días tan terribles me han dejado sin aliento. Tengo la impresión de que la locura gana terreno a la razón, y de que no hay faros que pongan luz a tanta oscuridad.
Todo lo que ha pasado y las reacciones que mucha de la gente que conozco ha tenido nos vierten a un vacío moral y a una podredumbre intelectual que nos retratan como una sociedad muy enferma. Se ha perdido el sentido de los límites de la humanidad y, en la confusión, el mal puro se ha hecho camino, banalizado por unos, justificado por otros; incluso, en algunos casos, aplaudido. No reconozco mi país, ni la civilización a la cual pertenezco, ni reconozco el rostro de muchos amigos. ¿Qué más habría tenido que hacer una ideología perversa, cruenta y terrorífica, para que algunos dejaran las consignas y las pancartas y, sencillamente, expresaran su dolor? ¿No habían violado a suficientes mujeres, no habían matado a suficientes bebés, no habían masacrado a suficientes familias enteras, no habían cazado suficientes jóvenes como si fueran conejos? ¿Qué más habría tendio que hacer la ideología del mal, camuflada bajo una causa que usa y violenta, para que algunos de mis amigos, de mis colegas, de mi sociedad se hubieran horrorizado? ¿A cuánta más gente habría tenido que masacrar Hamás, para que una vida judía valiera la pena?
De hecho, es una pregunta muy ingenua. Al fin y al cabo, la mayoría de todos estos que levantan la bandera palestina a diestro y siniestro, y claman contra el Estado de Israel, convertido en el monstruo de todas las monstruosidades, nunca se han preocupado por el sufrimiento de los ciudadanos del Yemen, o de las mujeres de Afganistán, o de los torturados pueblos del Sahel, o de entender el enorme sufrimiento que también acumula el pueblo de Israel. Como dice el filósofo Alejo Schapire, el colapso de la URSS y el fracaso brutal del modelo económico comunista mutó el sujeto histórico de la izquierda más dogmática, y el obrero como oprimido por antonomasia fue sustituido por el musulmán en Occidente, y por el palestino en todo el mundo. “La alianza islam-izquierda ya es un lugar común”, añade, y los ejemplos recorren la piel de la izquierda, desde el chavismo pro Hizbulá, o los vínculos de la ultraizquierda argentina con Irán, o las proclamas incendiarias del Petro colombiano, el Morales bolivariano o el Podemos español. El problema es que estas posiciones extremas han ido contaminando la izquierda más razonable, que acaba quedando catatónica e incapaz de vertebrar un relato propio. Sea como sea, la causa palestina se ha convertido en el sustituto de viejas consignas y en el bálsamo de todas las frustraciones acumuladas.
El póster del Che Guevara ha mutado en la kefia palestina y esta mutación es capaz de digerirlo todo, matanzas, masacres, violaciones, cacerías, el fin de la civilización, en un proceso de banalización del terrorismo que destruye toda conmiseración. Y siempre encima de una montaña ingente de mentiras, manipulaciones y falseamiento de la realidad. Aparte de aplicar el triplete fatídico: deslegitimación de la propia existencia de Israel, justificación de la violencia de sus enemigos y demonización permanente de todo lo que hacen para defenderse.
¿Quiere decir eso que los palestinos no son las víctimas? De ningún modo. Son víctimas y estos días serán terribles para ellos. Y merecerán nuestro horror y nuestro dolor. ¿Pero de quiénes son víctimas? De todos los que los utilizan. De los países árabes, que nunca quisieron un estado palestino cuando podían haberlo creado. ¿O tenemos que recordar que del 48 al 67 Jordania y Egipto ocupaban parte de Israel y nunca se preocuparon de los palestinos? De hecho, todas las guerras contra Israel no fueron por los palestinos, sino para destruir un estado judío y quedarse el territorio. Víctimas, los palestinos, de sus líderes, que nunca quisieron firmar ninguna paz. Víctimas de las ideologías islamistas, que nunca han querido un estado palestino, sino que usan la causa para imponer su locura islámica. Víctimas de los intereses geopolíticos, con un Irán que oprime y mata a su propia gente, y que utiliza la causa palestina para consolidar su posición en Oriente Medio y en todo el mundo musulmán. Y víctimas, víctimas dolorosas de sus organizaciones yihadistas, que los vierten a un ciclo de violencia demoníaco que no tiene ninguna salida. Víctimas de un Hamás que sitúa sus lanzaderas de misiles en hospitales y escuelas, que adoctrina a sus hijos en el odio más puro y que utiliza a su población como escudo humano.
Como pasará ahora. ¿O alguien se imaginaba que Israel no entraría en Gaza para intentar acabar definitivamente con Hamás, después de que hayan penetrado en Israel, hayan masacrado su población de la manera más brutal y hayan causado lo que la escritora francesa Sabine Huynh dice “un Bataclan elevado a 1.000″, y Bernard-Henri Lévy tilda de “pogromo árabe”? Y así, con la trampa de Hamás montada, el ciclo de violencia, terror y muerte continúa y continúa.
Y continuará todavía más si aquellos que tendrían que diferenciar una causa noble, como es la creación de un estado, con las organizaciones terroristas más abyectas, banalizan completamente el daño que hacen. No es cierto que todos estos que levantan la bandera palestina defiendan a los palestinos. Al contrario, no condenando la maldad extrema de Hamás o la yihad o el resto de yihadistas, abandonan completamente los palestinos a sus manos. Es tal el vacío moral de esta izquierda que ha perdido todo sentido de la humanidad, que se han convertido en su peor caricatura: simples peones de una ideología totalitaria.
Hamás es Stalin, es Hitler, es el Daesh, es el mal. Y es un mal que nos amenaza a todos. La ceguera de los que banalizan, justifican o los aplauden nos dejará ciegos a todos. No hay una causa palestina y una israelí, aunque hay un conflicto endémico y complejo. Pero mientras el dominio de la situación lo tenga el islamismo más totalitario, con Irán moviendo los hilos del conflicto, solo hay una causa: la de la civilización contra la barbarie.
Yuval Noah Harari ha dicho que con la matanza han vuelto al corazón de las tinieblas, al ground zero, y David Grossman se ha preguntado “quiénes seremos cuando resurjamos de las cenizas”. En estos tiempos oscuros, esta pregunta es aterradora.