Mientras que nos ocupamos de nuestros incordios cotidianos, a los que juzgamos cruciales, linajes ininterrumpidos de cisnes y pelícanos cursan sus destinos sin que caigamos en la cuenta, mientras que el viento atraviesa los maizales en una eternidad empecinada. Del mismo modo, la historia que relato fluyó inadvertida.
Obertura. El 14 de febrero almorcé en la Residencia de Santiago con el renombrado escritor chileno Ariel Dorfman, quien al ser también argentino debía actualizar unos documentos. En un momento determinado, me pidió permiso para ir al lavabo. Me ofrecí a acompañarlo, porque no es de fácil ubicación, pero me contestó que sabía cómo llegar. A su regreso le pregunté si conocía la casa y me dijo que muy bien, en particular el baño. Había estado asilado en la Embajada Argentina luego del golpe de estado de 1973, y su “cama” estaba situada precisamente debajo de la mesada de donde se sostienen los lavatorios. Acababa de secarse las manos que todavía brillaban por la humedad. Al igual que mil personas, fue recibido aquel año con solidaridad y coraje por el entonces Jefe de Misión Albino Gómez, diplomático y poeta, y por el funcionario Félix Córdova Moyano, a quien yo recordaba muy bien, porque había servido como embajador en Paraguay durante mi paso por la Cancillería.
Ritornello. El viernes 8 de septiembre, también en la Residencia, la Comisión de la Memoria -en el marco del cincuentenario de la muerte de Salvador Allende-, hizo entrega de sus legajos a algunas de las personas que integraban el millar aludido por Dorfman, legajos extraídos del archivo de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPPBA) que fichaba a quienes ingresaron como refugiados a la Argentina, tras semanas o meses de asilo en la Embajada. Los que regresaron este último septiembre a la Embajada, recorrieron y señalaron los lugares donde habían tenido sus efectos personales y “dormitorios”. Casi todos ellos recodaron la sobrehumana tarea de Félix Córdova Moyano, especie de ángel tutelar de los hacinados asilados.
Aria. El 2 de octubre pasado comencé a leer la recién salida “Allende y el museo del suicidio”, novela de Dorfman, de la que me había hablado en febrero. En la página 104 (corría 1990), se corporizó por primera vez en el texto Córdova Moyano, por entonces parte de la delegación argentina ante las Naciones Unidas. Cito a Dorfman: su actitud solidaria “se convirtió en tal dolor de cabeza para la Junta, que los militares habían presentado una protesta formal ante un gobierno argentino cada vez menos progresista”, una presión que finalmente llevó a la destitución de Félix y su reemplazo por un burócrata admirador del nazismo.
Coro. Durante los últimos meses, en ocasión del cincuentenario del golpe de Estado contra la Constitución de Chile, los reconocimientos a la solidaridad internacional se han multiplicado, señalando la labor de Embajadas y diplomáticos extranjeros que ofrecieron asilo, tramitaron salvoconductos y ayudaron a salir del país a miles de personas perseguidas por la dictadura recién instalada: Italia, Francia, Noruega, Panamá, entre otras y, sobre todo, México, Suecia y la Argentina. Organismos gubernamentales y organizaciones de la sociedad civil, incluida la fundación creada por la familia del malogrado Presidente Allende, han reconocido el valor que tuvo la decisión y el coraje de un puñado de funcionarios extranjeros que tejieron redes de solidaridad y salvaron miles de vidas. En la Embajada Argentina en Santiago, que momentáneamente me toca ocupar, en estos mismos salones que albergaron centenares de hombres y mujeres de distintas edades, ha vuelto a resonar este año una y otra vez el nombre de Félix Córdova Moyano.
Coda. Quienes sobrevivieron al Holocausto acuñaron un título de la tradición hebrea para designar a aquellas personas que contribuyeron a salvar vidas de los horrores del exterminio nazi: los Justos de las Naciones. Los homenajes habidos este año en Chile nos murmuran que, en otros tiempos y parajes, algunas personas merecerían un apelativo semejante. En vísperas del Día de los Diplomáticos Argentinos (29 de septiembre), propuse a la Cancillería Argentina realizar un homenaje a Albino Gómez y Félix Córdova, apenas un recordatorio. Por mi parte, rindo esos honores a título personal, cifrándolos en sus nombres y, por qué no, también en el anonimato de quienes hicieron posible su labor. Aunque más no sea, para contradecir el hecho de que nadie es profeta en su tierra, o para que algún pelícano, de vez en cuando, nos haga elevar la mirada y nos saque de nuestra hipnótica contemplación del propio ombligo.