El Grupo de Puebla nació en el 12 de julio de 2019, como parte de una iniciativa encabezada por líderes de izquierda progresista con el fin de congregar ideas de justicia social, desarrollo económico con inclusión y una visión alternativa de la política, teniendo a la democracia como la base fundamental.
La iniciativa que estuvo dirigida por los presidentes Alberto Fernández de Argentina y Andrés Manuel López Obrador de México despertó entusiasmo en sectores del centro político, pues parecía apuntar a precisamente el rescate de los valores democráticos de la región (tan necesarios en un mundo azotado por el autoritarismo) y a una integración esencialmente en áreas de desarrollo, pero el tiempo nos ha dado la razón a quienes fuimos escépticos con ese movimiento político.
En la última reunión celebrada la semana pasada en México, el bloque político desmanteló completamente su carácter de coalición de izquierda democrática al albergar dentro de sus filas a las dictaduras del continente, así como a sus más prominentes operadores. La vicepresidenta de Maduro, Delcy Rodríguez, arribó al país azteca y su presencia en el encuentro internacional fue más que un guiño del bloque con el proyecto madurista, fue darle tribuna a una de las principales responsables de las violaciones a los Derechos Humanos.
Por supuesto, la representante de la dictadura de Maduro no desaprovechó la oportunidad para victimizarse con el discurso trasnochado de las sanciones como causa del descalabro venezolano, pero incluso fue más allá. En su alocución llamó a los presentes a avanzar hacia un proceso de desdolarización, insistiendo en la necesidad de mirar nuevos horizontes financieros como el Banco de los BRICS, una iniciativa en la que participan países autoritarios y antioccidente como China y Rusia.
Maduro tiene el propósito de promover la agenda china y rusa en América Latina, por ello la ha abierto las puertas de Venezuela a estos actores firmando acuerdos en todas las áreas y por eso sus emisarios cada vez que tienen alguna oportunidad pujan para la inserción de la región en esta agenda, que incluye el tema de los BRICS, una alianza política disfrazada de bienestar económico. Lamentablemente, la región ha venido comprando ingenuamente estas ideas de la integración con el sur global, sin percatarse que se trata de una peligrosa agenda de desestabilización de la democracia del continente.
No deja de llamar la atención que en la conferencia de Puebla también estuviera Baltazar Garzón, abogado español, jefe de una empresa legal que ha asumido la defensa de Alex Saab, principal testaferro de Maduro y su familia, que enfrenta cargos por lavado de dinero en Estados Unidos. Igualmente, en la reunión también desfilaron otros aliados de Maduro como el ex presidente de España, José Luis Rodríguez Zapatero, quien es a su vez el principal interlocutor de la dictadura venezolana en Europa; Evo Morales, ex presidente de Bolivia y cercano a Maduro y el canciller del régimen cubano.
Del mismo modo, el presidente español Pedro Sánchez, aunque no estuvo de manera presencial, envió un mensaje a los asistentes, en el que les pedía continuar adelante con la agenda progresista.
De manera tal que este encuentro internacional estuvo lejos de cumplir con el propósito de concretar una acción política enmarcada en la integración y los desafíos comunes del continente, fue más bien una comparsa de personajes que sirven a los intereses dictatoriales del clan de Miraflores, así como de los amos de Beijing y Moscú. El Grupo de Puebla se descarrilló y ya no representa un foro del progresismo democrático, hoy está contaminado completamente por la telaraña de Maduro y su banda; por lo que es ahora es más un espacio para lavarle la cara a violadores de derechos humanos justificando arremetidas autoritarias, que un bloque para congregar visiones comunes y trazar estrategias para la integración social, política y económica de los pueblos.
En otras palabras, el Grupo de Puebla se transformó en un Foro de Sao Paulo, desdibujando su carácter de centro. Esa distinción que hubo entre las agendas de ambos bloques desapareció. En sus inicios, el Grupo de Puebla parecía guardar distancia del Foro de Sao Paulo por tratarse más de una instancia que albergaba a regímenes antidemocráticos, pero desafortunadamente el bloque progresista derivó en lo mismo. Esta línea difusa entre una izquierda democrática y una izquierda dictatorial representa un severo obstáculo para la defensa de los valores occidentales, así como para los derechos humanos. La ideologización extrema de los principios democráticos y el desconocimiento del centro político solo le abre las puertas al autoritarismo, las malas ideas y el atraso en materia de desarrollo. La izquierda moderna, progresista y democrática tiene una vara que medirá sus acciones: ¿será capaz de desligarse de los proyectos autoritarios de la región o sucumbirá frente al automatismo ideológico?