Los debates nunca son irrelevantes

Siempre inciden de diversas formas. Se dice generalmente lo contrario pero la regla es que efectivamente algo mueven la aguja de la opinión pública

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Vista general del primer Debate
Vista general del primer Debate Presidencial 2023 en Argentina (EFE/Tomás Cuesta/Pool)

Nunca fue cierto que los debates no importan. Es solo una repetición infantil, una idea que navega en la mente de los analistas sin comprobación científica. O en todo caso, los estudios revelan que los cambios en los electorados -luego de los debates- no son fáciles de evaluar y diagnosticar, pero están allí y siempre en algo inciden. Lo que sucede es que en elecciones “reñidas” cada movimiento imperceptible o agudo del electorado cuenta.

Y el debate se introduce como un elemento externo que genera opinión por la atención que convoca. Pero si la pantalla está caliente (casi siempre lo está con el debate político), junto a las redes sociales que luego viralizan, es raro que semejante parafernalia no tenga algún rebote en aquellos núcleos que naturalmente son distantes del fenómeno político.

Los debates son como los cambios en las tasas de interés, alteran al mercado (electoral) a veces de forma inmediata y en otras con lentitud. A veces, los mercados se anticipan (porque intuyen cual será la decisión) y en otras circunstancias, la mayoría, hay una respuesta lenta con el pasar de los días. Los debates funcionan de manera similar al introducir modificaciones sin advertirse de forma nítida su incidencia en el primer momento. Con el pasaje del tiempo decantan y generan efecto mariposa en base a lo que allí se discutió.

Se puede ganar un debate de manera arrolladora y esa victoria puede ser mala para el victorioso al impulsar simpatías con el más débil. Se puede perder un debate en materia dialéctica pero la percepción de sacrificio le puede servir también al perdedor. (Perdiendo se gana). Solo se gana un debate claramente cuando el menos agraciado supera al que domina la escena o quien está en mejor posición logra sus objetivos sin desmerecer al adversario. Funcionan las reglas del dominador y retador si son claras. Si eso está confuso -para el elector- los resultados dejarán de ser rotundos.

Agrego, además, que casi nadie observa “íntegro” un debate de varias horas, pero los encendidos de pantalla y los streaming, más las repeticiones virales, hacen del debate un monstruo que en el presente es casi imposible de advertir en sus variadas formas de derivación. Ni que hablar del mundo del “meme” más Tik Tok haciendo lo suyo. Y ni que decir de todos lo que no miran un debate -y por vergüenza- repiten que sí lo vieron generando otra red de opiniones que alimenta una maraña no siempre descifrable de inmediato. Está lleno de socializadores sin sustento que no vieron nada o vieron pasajes fugaces y opinan “careteando”. Está lleno de estas voces que suelen coincidir con los grandes públicos pero que producen una conversación aún más intensa. Lo importante del debate son los millones de posteriores debates que se producen a nivel ciudadano.

Imagen de uno de los
Imagen de uno de los debates republicanos en EEUU (REUTERS/Jonathan Ernst)

¿Cuánta gente conoce usted que reconoce explícitamente que no observó íntegro un debate presidencial? En general muy poca. Sin embargo, repito, todos opinan a la par del que lo observó del principio hasta el final.

Los debates evalúan la competencia dialéctica de los candidatos. Es cierto.

Los debates miden su capacidad de respuesta, su velocidad mental y su postura ante presiones incómodas. Es cierto.

Los debates muestran a cara descubierta lo que se conoce a fondo de los temas a abordar porque no es posible retener de memoria los libretos de los asesores. Es cierto.

Los debates muestran la “chispa” y hasta la habilidad para salir de situaciones embarazosas. Es cierto.

Los debates se pueden jugar en una frase o en el promedio de la actuación. Es cierto.

Los debates, entonces, siempre cuentan, mucho o poco, pero siempre cuentan.

Una regla de los debates es que no siempre los que discuten entre sí lo están haciendo entre ellos. Se pueden usar ese formato para canibalizar un tercer o cuarto candidato, o mejor dicho al electorado de ese tercer o cuarto candidato.

En los debates republicanos en Estados Unidos -de estos días- no ha estado presente Donald Trump pero buena parte del debate gira en torno a su liderazgo en el partido: los que se acercan más parece que la pasan mejor; los que se alejan tienen menos simpatías en materia de adhesión. ¿Eso significa algo? ¿Será así? Algo debe significar, sin dudas. Cada lugar y cada cultura construye debates distintos. El debate ecuatoriano de estas semanas tuvo contención y moderación, lo que no es posible advertir eso en otros contextos latinoamericanos. Repito, cada debate revela la cultura política y la idiosincrasia de cada país.

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En los debates republicanos en Estados Unidos -de estos días- no ha estado presente Donald Trump pero buena parte del debate gira en torno a su liderazgo en el partido (AP Foto/Mary Altaffer/Archivo)

Lo que en general funciona en los debates es lo auténtico, no lo que se percibe como armado y calculado. Los movimientos tácticos son detectados de manera intuitiva por el electorado y no siempre cuentan con el aplauso de la gente.

¿Los debates tienen un punto de climax? Sí, y no se puede saber cuándo eso se produce, al momento exacto me refiero, pero el buen político lo percibe y sabe que en esos cruzamientos de espada puede encontrar una estocada definitiva. Muchas veces la estocada no es una larga narrativa, puede ser solamente una frase, un gesto y hasta un cambio en el rictus del rostro o algún movimiento con las manos. Esto debe ser coherente con el resto de la imagen que se ofrece. Pero es verdad que hay debates que se juegan en un instante. Obvio, para llegar a eso todo lo previo debe ser coherente con ese segundo.

Los debates entonces son momentos únicos en una elección. No son, es cierto, instancias donde se vuelca toda una elección de un minuto al otro, pero un error allí adentro, sí puede hundir las posibilidades de victoria de algún candidato.

O sea, si alguien protagoniza mal un debate, eso que pierde alguien lo recupera otro y seguramente no es inmediato, pero es alguno de los que compiten con el infausto que padece esa tragedia. Esto no se advierte al instante, pero sucede.

Tenga presente el lector que los ciudadanos “fidelizados” de manera consistente por detrás de partidos políticos o candidatos no suelen superar en la región nunca más de un cincuenta por ciento del electorado (como promedio), o algo más en las democracias de calidad, pero no demasiado más. Eso deja un porcentaje grande para hablarle a ese público que mira el debate: siempre hay gente curioseando que no sabe qué va a votar.

Por eso un debate inevitablemente arroja algún descubrimiento: el candidato más preparado, el que se pone más nervioso, el que atropella, el que no oye lo que le preguntan, el que tiene menos sintaxis, el que no cae en trampas, el que tiene dominio corporal, en fin hay de todo como en Botica. Y eso el ojo escrutador del ciudadano lo está registrando.

El debate ya no es la televisión, ella solo es su plataforma de despegue.

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