El Salvador: el atractivo de los resultados a costa de la protección en una democracia convulsa

Nayib Bukele ha conseguido lo que para muchos salvadoreños parecía inalcanzable: liberar al país de dos décadas de extorsión y violencia a manos de las bandas Mara Salvatrucha y Barrio-18

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Nayib Bukele (REUTERS/Eduardo Munoz)
Nayib Bukele (REUTERS/Eduardo Munoz)

El joven y carismático presidente de El Salvador, Nayib Bukele, ha conseguido lo que para muchos salvadoreños parecía inalcanzable: liberar al país de dos décadas de extorsión y violencia a manos de las bandas Mara Salvatrucha y Barrio-18. La tasa de homicidios del país ha descendido de más de 100 por 100.000 a 7,8/100.000 el año pasado, una de las más bajas de la región. Los pequeños comercios ya no tienen que pagar extorsiones. El miedo a estar en espacios públicos ha disminuido, y la vida pública ha vuelto a las ciudades salvadoreñas.

Bukele ha logrado estos asombrosos resultados utilizando una supermayoría política para atropellar los procedimientos democráticos y la protección de los derechos humanos en el país. El Salvador se había desilusionado por décadas de corrupción, violencia e inseguridad, y por el fracaso de los gobiernos elegidos democráticamente a la hora de abordar los problemas que les aquejaban. En marzo de 2021, otorgaron al partido “Nuevas Ideas” de Bukele y sus aliados una abrumadora mayoría de 61 de los 84 escaños de la Asamblea Nacional de El Salvador. Bukele ha utilizado ese poder legislativo para eliminar a los opositores e instalar a sus leales en el sistema judicial que hace cumplir las leyes y la Constitución. Utilizó esa autoridad para imponer el estado de excepción en marzo de 2022, que ha seguido renovando, y que otorga a la policía, el ejército y otras instituciones gubernamentales autoridades extraordinarias. En este marco, Bukele ha acobardado a las bandas hasta la sumisión encarcelando a más de 71.000 salvadoreños, el 1% de la población del país, por infracciones como la sospecha de pertenencia a una banda. Ha montado una agresiva campaña en las redes sociales, ha impuesto duras condiciones carcelarias para intimidar aún más a las bandas y está construyendo una nueva megacárcel para 40.000 personas con el fin de recluir indefinidamente a los detenidos por su gobierno. Las nuevas leyes de su gobierno permiten juicios masivos de hasta 900 salvadoreños a la vez, eliminando la mayoría de las vías para establecer la inocencia individual. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha documentado 6.400 casos de malos tratos y 174 muertes en las prisiones salvadoreñas desde la represión.

La megacárcel en El Salvador
La megacárcel en El Salvador tiene capacidad para 40.000 reclusos (Archivo DEF)

Tras dos décadas de dominio de las bandas sobre el país, la inmensa mayoría de los salvadoreños da prioridad a los aparentes buenos resultados obtenidos por Bukele sobre cuestiones inconvenientes como el proceso democrático y la protección de los derechos. El joven y carismático Bukele, ayudado por su directo y peculiar acercamiento a través de las redes sociales a la también joven población salvadoreña, goza actualmente de unos índices de aprobación superiores al 90%, con diferencia los más altos de la región. En julio, el Tribunal Supremo de El Salvador, repleto de leales a Bukele, adoptó una postura jurídica muy cuestionable según la cual, aunque la Constitución del país prohíbe que un Presidente se presente a dos mandatos consecutivos, Bukele puede volver a presentarse y ser reelegido.

Aunque la reducción sustancial de la influencia de las bandas, la extorsión y los asesinatos es un logro loable para los salvadoreños, los éxitos de Bukele conllevan enormes riesgos para la región.

En el propio El Salvador, el estado de excepción renovado perpetuamente ha creado un estado policial de facto, en el que las autoridades siguen deteniendo a miles de personas bajo sospecha de pertenencia a una banda, ya sea por tener un tatuaje, por haber sido denunciado o simplemente por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. La represión de Bukele se ha extendido ya a las restricciones a los medios de comunicación y a las amenazas de investigaciones penales a medios como El Faro, que cuestionan su actuación. Numerosos periodistas se han visto obligados a abandonar el país. Al igual que durante el auge de otros estados autoritarios como la Alemania nazi, la mayoría de los salvadoreños parecen dispuestos a “agachar la cabeza”, disfrutando de la mayor seguridad, mientras se tranquilizan pensando que las autoridades no van a por ellos, sino a por otros que “se lo merecían”.

Los presos identificados por las
Los presos identificados por las autoridades como pandilleros están sentados en el piso de la prisión del Centro de Confinamiento contra el Terrorismo en Tecoluca (Oficina de prensa de la presidencia de El Salvador, vía AP )

A largo plazo, como ocurrió con el primer enfoque de “Mano Dura” contra las entonces recién surgidas pandillas en 2004, la represión y el encarcelamiento corren el riesgo de transformar a los perseguidos en algo aún más peligroso. Si la anterior generación de represión aceleró el reclutamiento de bandas en las cárceles y la coordinación a nivel nacional, el actual abandono de las libertades civiles corre el riesgo de incubar una generación que busca venganza contra un Estado autoritario que mató o maltrató a sus “hermanos” pandilleros, y con poca compasión por los daños colaterales a la población que se mantuvo al margen mientras sucedía.

Más allá de El Salvador, las políticas de Bukele amenazan con extender la violencia de las bandas y con fomentar soluciones autoritarias en una región ya profundamente escéptica sobre la capacidad de las democracias para ofrecer resultados. La represión de Bukele ya ha desplazado a miembros de las bandas a países vecinos como Honduras, adonde llegan amargados y con profundas necesidades económicas. Al mismo tiempo, el éxito percibido de Bukele y la popularidad asociada han atraído la atención generalizada en toda la región de países que sufren sus propios problemas de violencia e inseguridad. El gobierno Libre de Xiomara Castro en Honduras ha seguido el ejemplo de Bukele, imponiendo su propio estado de emergencia y la represión de las bandas en 162 ciudades hondureñas desde septiembre de 2022. En Ecuador, donde la violencia alimentada por el narcotráfico entre los Choneros y las bandas rivales ha estallado tanto en las cárceles como en las calles, un candidato de alto perfil en las elecciones anticipadas del 20 de agosto, Jan Topic, ha abogado por una represión al estilo de Bukele. En Guatemala, Costa Rica y Chile, entre otros países, el modelo Bukele de respuesta a la violencia se ha convertido en un tema importante del discurso público.

Un militar comprueba la identidad
Un militar comprueba la identidad de dos jóvenes (AP Foto/Salvador Melendez)

La trayectoria de Bukele también sigue afectando negativamente a las relaciones con Estados Unidos. El joven presidente, animado por su autopercepción de éxito, popularidad y poder político, se ha vuelto cada vez menos cooperativo y más duro y desafiante en su retórica contra Estados Unidos y sus expresiones de preocupación por las violaciones de los derechos humanos y las libertades civiles. Las acciones de Bukele se inscriben en una tendencia más amplia en una región sometida a grandes tensiones socioeconómicas, de regímenes tanto de izquierda, como Nicaragua, como de derecha, como Guatemala, que aprovechan su control de las instituciones para suprimir las voces democráticas y los contrapesos y perpetuarse en el poder. También refuerza el atractivo de la República Popular China, que no sólo está avanzando en su posición comercial y su compromiso político y de seguridad con la región, sino que sus propios planteamientos de gobierno y tecnología anteponen la consecución de la seguridad y otros resultados a los derechos individuales y la expresión democrática.

Aunque es casi seguro que el apoyo popular de Bukele lo catapultará a un segundo mandato inconstitucional en las elecciones de febrero de 2024 en El Salvador, será entonces cuando su efímera receta para el éxito podría empezar a deshacerse. Más allá de eliminar el impedimento de las pandillas y la inseguridad y aprovechar las criptomonedas y el turismo de surf, la hoja de ruta de Bukele para sostener y transformar la economía de El Salvador es notablemente ambigua. Destaca más por integrar en su gobierno a su familia que a economistas y otros tecnócratas. La economía de El Salvador, basada en el dólar, depende en gran medida de Estados Unidos, tanto a través del comercio como de las remesas, algo que podría convertirse en una vulnerabilidad si Estados Unidos impone sanciones, como ha hecho en el pasado contra funcionarios de Bukele. El cortejo de Bukele a la República Popular China como alternativa a Estados Unidos, que incluye múltiples proyectos de infraestructuras, no servirá de mucho para llevar comida a la mesa de los salvadoreños si el acceso del país a los mercados estadounidenses se debilita. Aunque el país ha ampliado las exportaciones de azúcar a la RPC en los últimos años, sus capacidades para aumentar las exportaciones tradicionales al mercado de la RPC como alternativa son limitadas, incluido el conocimiento de China de su organización de promoción de exportaciones Proesa. Un estudio del Banco Centroamericano de Integración (BCIE) destaca la persistente incapacidad de los Estados centroamericanos para beneficiarse sustancialmente del comercio con la RPC, incluso después de establecer relaciones diplomáticas.

La megacárcel salvadoreña (Casa Presidencial)
La megacárcel salvadoreña (Casa Presidencial)

Irónicamente, a medida que los salvadoreños se acostumbran de nuevo a calles seguras y la seguridad ya no es suficiente para impulsar la popularidad de Bukele, si los conceptos hasta ahora vagamente definidos del presidente para desarrollar la economía de la nación no dan resultados, la forma en que Bukele aproveche su continuo dominio de las instituciones salvadoreñas y sus impulsos autoritarios contra su próximo oponente (ya sea la prensa, los empresarios salvadoreños, EEUU o cualquier otro), definirá el próximo capítulo de su legado de una forma probablemente mucho menos positiva que la actual.

El camino a seguir

A pesar de las muchas preocupaciones legítimas sobre el camino que Bukele está tomando en El Salvador, sería contraproducente que Estados Unidos concentrara su respuesta en criticarle o sancionarle a él y a su gobierno. Hacerlo sería ineficaz y contraproducente. Otros gobiernos de la región, al percibir el éxito de Bukele, verían esa respuesta estadounidense no tanto como un faro de democracia, sino como una muestra de intimidación por parte de Estados Unidos y una prueba de que las proscripciones políticas de un país relativamente rico y seguro como Estados Unidos no son relevantes para sus problemas.

Además, es probable que esta postura hiciera a Bukele aún más desafiante y le empujara a cooperar más estrechamente con China y otros actores autoritarios. A diferencia de los regímenes de la región con una orientación antiestadounidense más explícitamente izquierdista-populista, Bukele, con hasta una cuarta parte de la población de El Salvador viviendo en Estados Unidos y apuntalando la economía mediante el envío de remesas, no busca necesariamente mover el país en una dirección antiestadounidense. Sin embargo, su combinación de éxito percibido, popularidad y arrogancia juvenil significa que probablemente se moverá en esa dirección si se le presiona.

Una mujer mira a las
Una mujer mira a las tropas que pasan frente a su tienda en el suburbio salvadoreño Soyapango (REUTERS/José Cabezas)

Estados Unidos debe reconocer los éxitos de Bukele y sus beneficios para el pueblo salvadoreño, tanto en la liberación del país de dos décadas de violencia de las bandas y de inseguridad, como en la creación de las bases para el desarrollo futuro.

Estados Unidos debería centrar su compromiso con el gobierno de Bukele en cinco ejes: (1) minimizar los efectos dilatorios del actual enfoque de las pandillas sobre los derechos de los salvadoreños; (2) fortalecer las instituciones democráticas salvadoreñas; (3) trabajar con el país en “lo que viene después”' (4) representar las lecciones de la experiencia de El Salvador, y (5) posicionar a Estados Unidos con más fuerza como motor del futuro de El Salvador.

Para minimizar los daños derivados del enfoque actual del país, con el consentimiento del gobierno salvadoreño, Estados Unidos puede proporcionar recursos adicionales para fortalecer el sistema judicial de El Salvador, la capacidad y la gestión de las prisiones, otras instituciones gubernamentales y las capacidades de los medios de comunicación y la sociedad civil. Hacerlo implica navegar por una fina línea entre no respaldar acciones que violen las libertades civiles y, al mismo tiempo, ser visto por el gobierno de Bukele como un intento de reducir los subproductos dañinos de sus éxitos, no de socavarlo.

De forma similar, Estados Unidos debería fortalecer las instituciones democráticas salvadoreñas de forma más amplia mediante una mayor formación y recursos técnicos para la administración pública, la planificación y otras instituciones gubernamentales, equilibrado con un mayor apoyo a los programas de la sociedad civil, incluidos los de los medios de comunicación y las ONG. Al igual que con el enfoque del sistema judicial, dicho apoyo debería tratar de preservar la pluralidad de voces democráticas en El Salvador, sin que se perciba como una financiación de la oposición a Bukele y sus programas.

A medida que la mejora de la situación de seguridad de El Salvador hace que el país sea cada vez más atractivo para la inversión y la actividad económica, los EEUU deben dar un paso adelante con el apoyo a la planificación económica y de desarrollo, respetando la priorización de Bukele de áreas como la criptomoneda, donde puede tener preocupaciones, tratando de reducir los riesgos y hacer viables conceptos innovadores siempre que sea posible. Hacerlo así también ayudará a canalizar las propias contribuciones de China de forma productiva, para que la agenda de desarrollo del país no sea secuestrada en beneficio de la RPC.

Al igual que con otras “historias de éxito” como la de Colombia, la representación de las lecciones del triunfo de El Salvador sobre las pandillas y la seguridad será estratégicamente importante para EEUU y la región, tanto como para el propio El Salvador. Una vez más, Estados Unidos debe andar con pies de plomo. El interés de Bukele en trabajar con EEUU para tener una narrativa común está impulsado por su interés en que la principal potencia del hemisferio amplifique, no contradiga, sus afirmaciones. Para ello, Estados Unidos debería trabajar respetuosamente con El Salvador tanto para entender como para explicar lo ocurrido en el país, haciendo hincapié en el equilibrio entre enfoques innovadores y lecciones aprendidas, basados en el respeto a la democracia y los derechos humanos, incluso cuando circunstancias extraordinarias puedan requerir temporalmente medidas excepcionales.

Por último, EEUU debería trabajar con El Salvador para aprovechar el acceso arancelario reducido de los productos salvadoreños a EEUU a través del Tratado de Libre Comercio de América Central (CAFTA-DR), y el papel de EEUU como principal fuente de remesas de El Salvador, para promover un mayor desarrollo y prosperidad salvadoreños mediante la ampliación de los flujos comerciales, el apoyo a las inversiones y la financiación.

El Salvador, unido a Estados Unidos por lazos comerciales, familiares y de proximidad geográfica, ha logrado notables avances contra las bandas y la inseguridad. Es una historia de éxito con grandes costes ocultos. Estados Unidos, a través de un acercamiento respetuoso y equilibrado al país, puede determinar si esa historia termina en triunfo o en recriminación mutua y tragedia.

*Evan Ellis es Profesor de Investigación sobre América Latina en el Instituto de Estudios Estratégicos de la Escuela de Guerra del Ejército de Estados Unidos. Las opiniones expresadas aquí son estrictamente suyas.

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